El ritmo mexicano se hace escuchar en las calles de Harlem gracias a una escuela de música.
EL UNIVERSAL
NUEVA YORK, EU.- La noche de los lunes hay una tregua musical en el East Harlem: durante dos horas el hip-hop y el reggaetón enmudecen y desde las ventanas de la Escuela El Faro se escuchan melodías que hacen voltear a los mexicanos que pasan por ahí. Son las notas de Guadalajara y El Cascabel, tocadas por un mariachi. Pero algo ocurre porque de tanto en tanto se escucha alguna nota desafinada.
Uno podría pensar que el culpable es un músico despistado o que se trata de uno de esos viejos acetatos ondulados que hacen que la voz del cantante y la música suenen distorsionados. Pero no es así.
Doris tiene cuatro años, unas gafas pequeñas y redondas y está parada como bailarina, con las piernas en compás, sólo que en las manos lleva un violín. Cerca hay ocho niños que rascan las guitarras y otros diez soplan unas trompetas color oro y plata. En otro salón un ramillete de niños padece para cargar sus instrumentos: unos enormes guitarrones de madera.
Es la Academia del Mariachi de Nueva York, fundada hace cinco años para promover la música mexicana. Al principio tuvo 26 alumnos. Hoy son 90 y no son sólo mexicanos. Si hay mariachis en Croacia, en Japón y en China, ¿Por qué Manhattan se quedaría sin ellos?
"El Mariachi cabe en todas partes y por eso hemos fundado una academia en Nueva York", dice Ramón Ponce, un joven moreno y con el cabello cortado al raz de la cabeza.
Es maestro de guitarra y desde muy pequeño quiso ser mariachi. Veía a su papá tocar la trompeta y a los ocho ya tocaba la vihuela, una guitarra enana. Le fascinó el sonido del mariachi.
"Su composición musical me sigue cautivando: puede ser versátil y moverse entre los extremos de una canción trágica y otra jubilosa, algo que no pueden lograr la salsa y el Merengue", dice Ponce, mientras afina las guitarras de los alumnos en El Faro Beacon Comunity Center, en la calle 120 de Harlem. Es un edificio enorme con aulas tapizadas por cartas, ensayos y tareas escritas en inglés y castellano.
La Academia del Mariachi se ha sostenido con un gran esfuerzo de músicos mexicanos, puertorriqueños y colombianos y con la aportación de instituciones norteamericanas.
"Ha sido una aventura sobrevivir. Este año contamos con una aportación de 35 mil dólares y por primera vez no batallamos para subsistir. Dependemos de las aportaciones de personas e instituciones generosas", cuenta Itandehui Chávez-Geller, coordinadora del programa.
En un salón contiguo se escucha el sonido de algunas trompetas. Son las seis de la tarde y las clases han comenzado.
Ahí está un hombre de moreno rostro cuadrado y cuerpo compacto. Es don Ramón Ponce, ha sido mariachi por 50 años y fue el primero que llegó a Nueva York. Fundó el Mariachi Real, el más famoso de la región y es maestro de trompeta en la Academia del Mariachi.
Hace tres décadas enseñó la música mexicana a sus hijos. "Marquen el ritmo: uno, dos, tres", dice el señor Ponce y muestra cómo hacerlo con el pie. Una alumna morena y delgada, es Jennifer, su nieta.
El señor Ponce empezó a tocar a los ocho años: su papá le prestaba un pequeño saxofón de un hermano. Una noche su papá le dijo que si le gustaba la música le compraría un instrumento, sin importar lo pobres que eran. Después llegó a casa con un trombón de 300 pesos.
"Aún conservo la factura", dice el señor Ponce. Su pasión siempre fue el violín. Hasta compro uno, con grandes sacrificios. Pero cuando empezaba a tocar con el mariachi Los Vaqueros en la Plaza Santa Inés de Puebla, un trompetista faltó y tuvo que suplirlo. Desde ese momento no dejó de tocar la trompeta. Han pasado 45 años.
Del aula 238 surgen las notas de Guadalajara, con un tono agudo y melancólico. En el centro del salón está hincado Ernesto Villalobos, un músico veracruzano con una trenza rastafari en un costado de su cabeza. Es maestro de violín y está rodeado por unas siete niñas y un niño llamado Beto. Villalobos les enseña con una paciencia prodigiosa.
Poco después todos los músicos, niños de cuatro años y adolescentes de 15, ensayan Guadalajara y El Cascabel en uno de los salones. Hoy 17 de diciembre los alumnos de la Academia del Mariachi enfrentarán su mayor prueba: tocarán en el prestigiado Carnegie Hall de Manhattan.
A las ocho de la noche, las clases han terminado. Los niños se despiden y las violinistas pasan frente al señor Ponce. Les dice adiós y con su ronca voz cuenta que muy pronto finalmente aprenderá a tocar el violín.
"Nunca es tarde para un mariachi", dice el señor Ponce y se marcha por las calles de Harlem.