A 20 años de su muerte, sigue presente Jorge Luis Borges en Argentina y el resto del mundo.
EL UNIVERSAL-AEE
BUENOS AIRES, ARGENTINA.- Argentina, al fin de cuentas su país, y el mundo literario acaban de recordar los 20 años de la muerte de Jorge Luis Borges. Y, como era de esperar, se reflotaron las preguntas y los debates. ¿Qué sigue significando Borges hoy? ¿Cómo escribir después de Borges? y los tantos clásicos de interrogantes sobre el autor de El Aleph, o todos los Borges que terminó abrigando la figura de ese octogenario erudito, repulsivo en sus respuestas y en sus posturas políticas y de un humor a prueba de todo.
Y 20 años después de su fallecimiento en Ginebra, Suiza, las conclusiones no son muchas. Es que el capricho de los calendarios no suele ayudar a encontrar definiciones por más que se fuercen.
En Argentina, a Borges se le sigue amando u odiando en proporciones similares, pero sigue siendo no tan leído como la cantidad de ejemplares vendidos, y mucho menos entendido.
Para poder corroborar esto, bien vale el diálogo que mantuvo Norman Thomas Di Giovanni, su traductor al inglés, con el crítico chileno Gonzalo Maier. ?Estaba sometido a la adulación carente de crítica. Como escritor iba camino a una completa e inhabilitante soledad. Lo alababan en todo el mundo diciéndole que sus últimos poemas, los de fines de los años 60, eran los mejores que había escrito. Y eso eran puras tonterías y él lo sabía?.
A Borges, como a tantos otros, se le comenzó a reconocer en Argentina después de que el mundo se rindiera ante su literatura. Sería el primer caso, pero no el único. Y ahí vuelve a guiarnos Di Giovanni, tal vez el hombre con vida, a excepción de María Kodama, que más y mejor lo conoció.
?Su relación con sus editores argentinos era poco profesional, insular e incompetente. Cuando llegué por primera vez a Buenos Aires, me presentó a los editores de Emece. Les dije que muchos de los libros de Borges no estaban traducidos al inglés. Ellos estaban en la Luna. Vendí esos libros en Estados Unidos e Inglaterra por sumas mucho más grandes de lo que había recibido por todo el trabajo de Borges. Después, uno de los editores me dijo que nunca pensó que su obra podía llegar a interesar fuera de Argentina?.
Y hoy, Borges integra la lista de nombres que conforman la ?Saudade? argentina -esa suerte de melancolía y nostalgia- por un pasado que aventuraba un futuro glorioso en un proyecto de nación, en esa suerte de faro cultural de América Latina, que sucumbió con otras tantas cosas en este país.
Hoy se siguen preguntando por qué no ganó el Nóbel y es que recibió un premio de manos de Augusto Pinochet, elogió a Jorge Rafael Videla, entre otros desatinos políticamente poco correctos y sólo dejó su literatura inconmensurable y su nombre como marca registrada que poco le sirvió a varias generaciones de escritores argentinos.
Al igual que con Gabriel García Márquez en Colombia, a quien una generación de nuevos escritores surgieron llamados a ignorar al mito viviente de la literatura colombiana, tal como Efraín Medina que no duda en convocar ?a matar a Gabo? (literariamente hablando), aquí hubo muchos que debieron enfrentar al gigante cuya ceguera siguió iluminando su obra y su figura en sus últimos años.
Escritores como César Aira, o Juan José Saer, por ejemplo, son dos que tuvieron que lidiar con ese fantasma. Excelentes lectores del autor de Pierre Menard, autor del Quijote, tuvieron que abandonarlo a la hora de producir y soportarlo en sus lectores cuya valoración muchas veces si es borgeana, según la acertada definición del crítico Juan José Becerra.
Pero hubo otros, como Osvaldo Soriano al que los círculos literarios le negaron su lugar (pena y bronca que Soriano se llevó a la tumba excesivamente joven), quien tal vez, aferrado a ciertos trucos del primer Borges, el de los cuchilleros de El Hombre de la Esquina Rosada, logró una galería de personajes llamados a integrar la mitología literaria local y, lo que no es poco, luz propia y popular. El resto, la nueva generación de escritores locales, sigue allí navegando en una búsqueda constante cada vez más lejos de Borges.
Entonces, 20 años después de su desaparición física, ahí está Borges y su obra inigualable. Ahí quedó su figura para la ambivalencia de sus connacionales y el Borges, que en su última gran travesura literaria parece haber dejado laberintos como trampas, como para que otros escritores argentinos no puedan repetir aquella paradoja del Pierre Menard.
Descansa en paz
-El discreto sepulcro de Jorge Luis Borges en un pequeño cementerio de Ginebra mantiene vivo, de alguna manera, el deseo de un hombre que viajó a la ciudad calvinista para convertirse en alguien invisible y morir en paz.
-El cementerio de Plainpalais es un mínimo y coqueto camposanto con cerca de un centenar de tumbas que, en una zona muy céntrica de la ciudad del mismo nombre, está reservado a los ginebrinos célebres o a los amigos ilustres de la ciudad.
-Más parecido a un parque, donde incluso hay ginebrinos que acuden a leer bajo árboles centenarios o tomar el sol sobre el césped, el cementerio tiene a su entrada un panel en que se detalla la posición de quienes allí descansan: Borges está en la tumba 735, posición D-6.
-Descansa a la derecha de un ciprés, en una reducida sepultura presidida por una lápida de piedra blanca y ruda del escultor también argentino Eduardo Longato, en la que se lee bajo el nombre del escritor la inscripción ?And ne forhtedon na?.
-La frase, en inglés antiguo, se traduce como ?Y que no temieran? y forma parte de un poema épico del siglo X, género del que Borges era un enamorado.
-En el anverso, y junto a las fechas ?1899/1986?, hay un grabado circular con siete guerreros, copiados seguramente de otra lápida del siglo IX del monasterio de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra.
-En el reverso de la lápida se puede leer ?Hann tekr sverthit gram ok leggr i methal theira bert?, traducido por algunos como ?Él tomó la espada y la colocó, desnuda, entre los dos?.
-Bajo esa inscripción aparece el grabado de una nave vikinga y una segunda inscripción que reza ?De Ulrica a Javier Otálora?, en referencia a su relato Ulrica, el único de amor escrito por el autor de El Aleph en 1975, cuando ya mantenía una relación con María Kodama.
-En el relato, que cuenta un episodio de la mitología escandinava, Javier Otarola sabe que si posee a Ulrica, la perderá para siempre, porque el amor conduce a la muerte.
FUENTE: Agencias