A medida que gano años y experiencia, son cada vez más las cosas que disfruto hacer y me apasionan; sin embargo, a la par también aumentan aquellas tareas impostergables a las que nadie podemos sustraernos por completo. Todos en determinado momento nos hemos enfrentado a situaciones ?obligadas? dado nuestro rol como parte de una nación, comunidad, grupo o familia. Las reglas, la urbanidad, las buenas costumbres y lo incómodo, constituyen mucho de lo que se conoce como el ?deber ser?.
¿Quién no ha tenido que asistir a un bautizo, en sábado a las nueve de la mañana? ¿Acaso alguien disfruta la visita al dentista? ¿Llenar la declaración de impuestos confiere felicidad absoluta? ¿Demorarse horas enteras en la fila de cualquier institución bancaria supone jolgorio y diversión? No lo creo. Por desgracia todo lo anterior -pasando por alto otros ejemplos- es una parte rutinaria y aburrida de nuestras vidas que a todos nos encantaría pasar de largo.
Te platico esto, querido lector, pues en recientes fechas tuve que acudir a una oficina pública con el objeto de realizar ciertas gestiones engorrosas. Ya que de antemano sabía que mi mañana completa estaría perdida entre corredores plagados de burócratas calentando el asiento, entonces decidí encontrarle lo chusco al asunto. Por desgracia, también observé detallitos que no me causan risa.
Muy a pesar de la tan anunciada ?simplificación administrativa? del Gobierno de Fox; en la mayoría de las oficinas federales reina una plácida calma, ese caminar distendido y sin prisas propio de aquellos que nunca le han temido al futuro, pues hace mucho que los rebasó. Del mismo modo en que el burócrata simplifica su vida, sí, de igual manera busca enajenar conciencias. ?Mire, primero pasa a jurídico, que de ahí nos manden un oficio y así ya buscamos el expediente. En cuanto lo tengamos, el licenciado nos tiene que autorizar con su firma y posteriormente acuda usted al departamento técnico y? Y bueno, pues que esto no es sencillo. Para agilizar su trámite ?hay que atender a varios compañeros?. ¿Nos vamos entendiendo? Pero despreocúpese, usted viene muy bien recomendado. Váyase a desayunar y en cuatro horas le tenemos listo su trámite?.
Después de un licuado de mamey y unos tacos de carnitas regresé a la dependencia donde todo lo narrado ocurría. Llamémosle curiosidad o vena periodística pero era necesario adentrarme en el centro neurálgico de las cosas. Cabe destacar que salvadas ciertas secretarias jóvenes, las demás parecían coristas de un filme de Mauricio Garcés. ¡Caray! Pensé, la güera oxigenada de la izquierda debió haber conocido a Ernesto P. Uruchurtu, nomás le faltan las telarañas sobre el escritorio. Y luego los aparatos telefónicos de la época de ?Viaje a las Estrellas?. ¿Se acuerdan de aquella maravillosa película de Luis Buñuel, ?El Ángel Exterminador?, ésa donde todos enloquecían paulatinamente? Bueno, pues háganle de cuenta que estamos hablando de lo mismo.
Pero quien en verdad la sufre y acaba al borde del desquicio es el ciudadano promedio, aquel que carece de influencias y no tiene para pagar una mordida ni mucho menos un abogado. Toda la picaresca que narro sucumbe frente a la impotencia que se respira en lugares de este tipo: yo me quejo por perder cuatro horas hablando con gente mediocre cuando la mayoría de las personas que hacen fila probablemente lleva días y nadie puede ofrecerles ni un atisbo de luz, menos aún certidumbre.
La corrupción florece en todas las formas y a todos los niveles. Salvadas las excepciones, en general el perfil de las oficinas de Gobierno no ha cambiado mucho en los últimos años. Resulta lamentable observar la degradación del servicio público, más aún saber que frente a la necesidad de realizar cualquier trámite de tipo burocrático, ello signifique que probablemente seremos vejados de varias maneras.
Todo lo que estoy platicando no es nuevo. Ilusorio declarar que dicho problema puede solucionarse de la noche a la mañana: es posible avanzar pero la total erradicación es imposible. Sí, es injusto e inaceptable.
Al principio me refería a todo eso de lo cual es complicado sustraernos. Temo que todavía me quedan varias oficinas a las cuales, en determinado momento, tendré que acudir. Hace no muchos años, cuando era niño, mi principal preocupación era la clase de karate: odiaba tanto al maestro como a los alumnos, a pesar de ello casi llego a cinta negra. Entre un trámite burocrático y la clase de karate, me quedo con lo segundo.