La tranquilidad sorprende. Tras largos meses de estruendo, diciembre resultó un mes apacible. El año 2006 fue extraordinariamente ruidoso y estridente. Desde el arranque de las campañas electorales hasta la resolución de las impugnaciones imperó el ruido y la desmesura: insultos, chicharras que alertaban de terribles peligros, profecías catastróficas, escándalos, descalificaciones, llamados a desconocer el albergue institucional. Alboroto en las plazas, las calles, los periódicos, las estaciones de radio. El punto culminante de esa agitación fue, sin duda, el primer día del último mes del año. El griterío resultó un ruidoso ridículo: un grupo parlamentario empeñado en obstruir la continuidad de la vida republicana. La necedad llegó a extremos grotescos. Hasta los más obcecados se percataron de los costos de la estrategia: había que recuperar el contacto con la realidad y encarrilarse de nuevo en la vía institucional. En una palabra: había que serenarse.
Tras su bautizo de escándalo, los primeros pasos del Gobierno de Calderón asombran por modestos y por el cobijo que una calma extraña le han dado. Bien ha sabido el presidente proyectar lo obvio como novedad. Se ha difundido como alivio de frescura lo que, en otras condiciones, sería visto como natural. En efecto, restaurar la dignidad simbólica de la Presidencia parece una hazaña, tras la vulgarización reciente. Es que el recuerdo de un mal reciente es invaluable para un nuevo Gobierno. Quevedo resaltaba en su Marco Bruto la utilidad política del contraste: ?El buen gobernador, que sucede en una ciudad o provincia a otro que lo fue malo, es bueno y dichoso, porque, siendo bueno, sucede a otro que le hace mejor. El que gobierna bien una ciudad que otro gobernó mal, la gobierna y la restaura. Débesele la constancia en no imitar al que le precedió, y atajar la consecuencia al escándalo y acreditar la imitación al ejemplo.? Calderón, en efecto, no imita a Fox en sus estilos ni en sus dislates.
Un acierto importante ha sido la gestión de las expectativas. Fox no supo nunca modular las esperanzas que desencadenó su victoria. Quizá no sea mérito del novato, sino un impuesto de las circunstancias. Las complicaciones de la elección hicieron imposible la exaltación de las expectativas. A un mes de la inauguración presidencial, puede decirse que no se espera gran cosa del futuro inmediato. No se anticipa la gran decisión, la magna obra, el gran acto. De ahí que cualquier iniciativa concreta, todo rasgo de seriedad, cada muestra de determinación es celebrada por la opinión pública. Sabemos bien que no estamos ante un redentor, sino ante un gobierno que todos reconocemos débil, en circunstancias que todos admitimos complejas. El ánimo público, si es que tal cosa existe, cansado de la polarización parece especialmente prudente. Se pide trabajo discreto y resultados palpables. Menos teatro, mejor política. Tras el nerviosismo exacerbado, el país parece urgido de pausa, de reposo. El nuevo Gobierno se acompasa. No ha dado muestras de arrebato, de brusquedad. Hasta una cierta determinación de lentitud se ha percibido en sus primeras señales. Bienvenida la calma.
En lo que no ha habido pereza es en la batalla contra el crimen. La estrategia arrancó desde el primer momento. Calderón ha definido con claridad sus prioridades. Nadie puede hablar de ambigüedad en este terreno. La primera determinación fue inmediata: emplear todo el instrumental del Estado para recuperar la tranquilidad pública en el estado que se había vuelto emblema de la violencia más macabra. Por el arrojo de la voluntad, más que por resultados específicos, el gesto ha recibido respaldos. Ya veremos si la determinación resulta exitosa. Por lo pronto, puede decirse que parece bien acogida. El aplauso se funda en una coincidencia: ya era tiempo de una presidencia capaz de decidir.
El principal antagonista de Calderón tendrá que reconsiderar su estrategia pronto. El PRD continúa en la idea de desconocer retóricamente a un Gobierno con el que trabaja todos los días. La esquizofrenia perredista es insostenible. Siguen diciendo que no negociarán con el ?ilegítimo?, al tiempo que atienden cotidianamente sus iniciativas. Seguir cerrando los ojos ante lo evidente solamente margina a la segunda fuerza política del país. El alcalde de la ciudad de México ya ha seguido los pasos de los gobernadores perredistas para reconciliarse con la realidad. El partido amarillento tendrá que fijar una posición mínimamente coherente que le permita emplear a fondo los abundantes recursos políticos con los que cuenta y distanciarse de sus desplantes recientes.
Frente a las expectativas catastróficas que se ventilaban hace unas semanas, es un alivio la tranquilidad del despegue calderonista. El nuevo Gobierno Federal sorteó con éxito el desafío de su nacimiento. Sigue pendiente, sin embargo, el carácter de las reformas que pretende impulsar el nuevo Gobierno. A un mes de la toma de posesión, es necesario saber ya qué cambios pretende la administración calderonista. No es aceptable que la agenda pública sea secuestrada exclusivamente por las urgencias policíacas. El candidato del PAN propuso un número importante de reformas que describió como indispensables para colocar a México en senda de la contemporaneidad. Entendemos que no podrá impulsar todas, al mismo tiempo, pero resulta urgente saber cuáles serán realmente promovidas.
Pocos imaginaron terminar el año del encono con un congreso que logra trabajar cordialmente y que toma decisiones por unanimidad. La relativa calma, sin embargo, no debe hacernos perder de vista lo evidente: ninguno de los problemas de peso en el país ha sido resuelto; más aún: ninguno está en senda de solución.