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Tribulaciones priistas/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Son graves los dilemas de un capitán cuando coinciden un motín a bordo y una tormenta. Puede concentrar su energía en imponer la disciplina, pero quizá esa decisión le impida reparar los daños que causa el viento o achicar el agua en el cuarto de máquinas. O puede dejar para después castigar a los insubordinados y enfrentar el temporal. Sus disyuntivas son tan difíciles de resolver que puede acabar sin el mando y sin la embarcación.

Decisiones de ese género empezaron a tomar Roberto Madrazo y, vicariamente, porque esa es la condición de su mando en el PRI, Mariano Palacios Alcocer. Iniciaron el proceso de expulsión de miembros del partido (es ya difícil llamarlos militantes por el activismo que eso implica, y que ellos no practican ya) cuando faltan cinco semanas para la elección presidencial. A la hora de multiplicar votos, de sumarlos, Madrazo ha preferido restarlos. Parecería que prefiere pocos apoyadores pero firmes en su lugar, aunque su madracismo sea tenue o nazca de la simple conveniencia.

Independientemente de la personalidad de los eventualmente expulsados y las causas inmediatas de su posición, es posible hallar en ella, y en la de Madrazo, el efecto de una crisis estructural que no hará que desaparezca ese partido pero sí que experimente una mudanza profunda y una disminución de su presencia y capacidad de influencia pública.

A diferencia de la argamasa que suele unir a los miembros de un partido, que es su creencia en un modelo de sociedad y un acuerdo en las maneras de llegar a él, en el PRI el lazo de unión de la amplia variedad de sus integrantes era el poder. Nacido de una decisión presidencial, el mismo sino tuvieron sus dos transformaciones, de PNR a PRM en 1938 (a menos de diez años de su fundación) y de PRM en PRI (igualmente antes de que se cumpliera una década de la metamorfosis previa). Cada fase del partido tuvo el talante del presidente que lo impulsó, Calles y Cárdenas, que habían luchado militarmente para la construcción del nuevo régimen. No importó que los mandos políticos se hicieran conservadores cuando llegó al Gobierno un conservador como Miguel Alemán, cuya carrera política era característica de la nueva clase incubada por la Revolución: no vaciló en asociarse a quienes habían ordenado la muerte de su padre, levantado en armas contra el fundador del partido que lo llevó al poder presidencial.

El PRI se las arregló para hacer realidad social la simulación imbíbita en su denominación. Era imposible conciliar la institucionalidad con la condición de revolucionario, pero no importó. Se simuló que esa conciliación era posible y ese fingimiento posibilitó los demás, que permitieron la convivencia, a veces fragorosa, casi siempre edulcorada por actitudes que iban de las buenas maneras hasta la hipocresía. En el PRI coexistieron desde siempre los opuestos ya que en su condición de partido dominante, casi único, en su seno tenía lugar la batalla que en las democracias plurales ocurre entre partidos.

Además de un vasto sector centrista, amorfo, dispuesto a tomar la orientación y el color que el pragmatismo ordenara, al comienzo de los sesentas se evidenció la existencia de dos alas del PRI, Con motivo de la Revolución cubana y el recrudecimiento de la guerra fría, que obligaba a definirse respecto del imperialismo yanqui y la esclavitud existente tras la Cortina de hierro, para decirlo en los términos que solían emplear los adherentes a esas posturas, fue organizado el Movimiento de liberación nacional (que no era una agrupación priista pero sí tenía dirigentes cuya presencia en el tricolor era notoria). Ante esa organización de la izquierda priísta (que el MLN representaba, aunque no todos sus líderes pertenecieran a ese partido) la derecha del mismo partido creó el Frente cívico de afirmación revolucionaria, bajo la inspiración y con el patrocinio de dos ex presidentes entregados como nadie a los negocios (Abelardo Rodríguez y Miguel Alemán), que traicionaban en los hechos la convicción priísta formal de que el poder político no se subordinara al económico y aun le fuera ajeno.

Perdidos en breve término el monopolio para llegar al Gobierno, el control de las cámaras y la presidencia de la República, se han esfumado las razones para pertenecer al PRI. Lo prueban la posición de los priistas forzados que se liberaron, salieron del clóset y pueden tomar nuevas opciones sin que ello los condene a la oposición permanente y estéril. Por añadidura, dominó el partido una fracción, o facción, si se quiere, dominada por el espíritu excluyente de Madrazo.

Desde su tiempo en Tabasco fue notoria la capacidad del entonces gobernador por generar querellas. Es grande el número de ex presidentes del comité estatal tricolor, o priistas sobresalientes, que se fueron a la oposición, arrojados por el afán excluyente de Madrazo. Es imposible hacer completa la lista de quienes se apartaron del partido, formalmente o en los hechos, por antagonismo o diferencias políticas o éticas con el candidato presidencial. Se preguntará cómo entonces ganó la presidencia del partido y la candidatura presidencial, si genera más inquinas que adhesiones. Y la respuesta se halla por un lado en su aptitud para negociar y faltar a su palabra y, por otro lado, en la abulia priísta generalizada, justificada antaño porque el quietismo era el modo de medrar, y explicable ahora porque aún hay vastas zonas sociales y geográficas donde se vive de los réditos del capital priista.

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