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Un cementerio

Gilberto Serna

No pasa un día un sin que aparezcan personas que han sido ejecutadas a balazos, encobijadas, con el tiro de gracia, arrojadas en cualquier muladar citadino o en descampado, abandonados entre la maleza. Casi siempre jóvenes. Su cotidianidad a producido el adormecimiento de la capacidad de asombro de la sociedad que se muestra indiferente considerando que es una cosa que le es ajena. En un reciente pasado, cada vez que ocurrían homicidios en que se decía estaba involucrado el crimen organizado el Gobierno declaraba la madre de todas las guerras, lo cual al paso del tiempo se convirtió en un choteo pues no obstante los sucesos calamitosos seguían, por lo que las autoridades mejor decidieron callar al ser francamente rebasadas por los facinerosos. A esos policías les resulta más fácil golpear a campesinos y hacerle tocamientos a las mujeres, cuando no atacándolas.

En ese negocio han muerto personas civiles y jefes policiacos. Las armas de fuego han cumplido su mortífera obra. La novedad es que ahora los cadáveres son decapitados, apareciendo cuerpos sin cabeza, ensartada en un pico, para que aprendan a respetar, decía una de las notas adherida a la ropa del victimado. Si se tratara de hacer un listado de los sucesos luctuosos acaecidos en estos años no completaríamos con las páginas de que se compone este periódico. Es tal la recurrencia de delitos cometidos por las bandas de narcotraficantes que ya nada nos sorprende ni causa la menor sorpresa. Lo inusitado sería que las Fuerzas de Seguridad hubieran puesto coto a los excesos que cometen estos criminales. En vez de ello el poder del dinero que produce este nefando negocio es compartido con elementos policiales que se enrolaron en una u otra de las organizaciones que se piensa están disputando el control de áreas territoriales. Al aceptar participar con uno u otro grupo se dedican a hostigar a los contrarios capturando cargamentos de droga por lo que estos consideran que las Fuerzas del orden son sus enemigos. No es que los policías están cumpliendo con su deber en el combate a los narcotraficantes sino que, al tomar partido a favor de unos los convierte en competidores de los otros.

No en todos los casos en los que resulta agredido un miembro de la Policía, cabe reconocerlo, el ataque forzosamente se debe a la participación del servidor público en alguna de las facciones, ya que puede tratarse de simple venganza. También, quién lo dijera, hay un código de honor que rige las relaciones entre policías y maleantes. No sólo se produce a consecuencia de la falta de palabra de quien ha sido sobornado incumpliendo con lo pactado, de quienes aceptan combatir a un bando por que se integraron al contrario o por que respaldados en su placa aprovechan para saciar sus instintos sometiendo a los detenidos con dureza exagerada, sino además en los enfrentamientos a tiros cuando la muerte no distingue ni las balas llevan escrito un destino. Si se da este último caso, no hay “fijón”, pues ambas partes cumplen con el papel que tienen asignado, por lo que no hay motivo que justifique algún desquite.

En resumen, será extraño ver que un policía honesto, que se mantiene dentro de los márgenes que le impone su deber, sea objeto de una agresión proveniente de lo que pueda identificarse como una represalia.

La frontera común con la Unión Americana se ha convertido en foco de atención al levantarse un muro y reforzarse la patrulla fronteriza con elementos de la Guardia Nacional, con el propósito de impedir que nuestros compatriotas la crucen sin documentos o que se filtren muleros cargados de nocivas mercancías. Una cosa y otra se seguirá dando con la participación de policías de un lado y otro. El hambre y la codicia coadyuvan en ambos casos.

¿Hasta dónde iremos a llegar? Los ajustes de cuenta se han recrudecido a consecuencia de la impunidad con la que operan las organizaciones criminales, la podredumbre que rodea sus ilícitas actividades y el fácil acceso a las mortíferas armas de fuego. Nada indica que este fenómeno pueda acabarse algún día. Lo que ha dejado al descubierto el crimen organizado es que hasta ahora no hay quien pueda acabarlo. En fin, de seguir como vamos, este país está en un peligro inminente de convertirse en un enorme y desolado paisaje poblado de cruces o sea, en un gigantesco cementerio.

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