Largo, muy largo fue el pasado dos de julio. Contrario a todas las leyes del tiempo, ese día duró mucho más que 24 horas. Para ser exactos, el pasado dos de julio duró mil 560 horas, es decir, dos meses y tres días. Durante todo este tiempo, los mexicanos no hablamos de otra cosa más que del proceso electoral.
Cada día estábamos expectantes de cualquier novedad. La labor de los magistrados del Tribunal Electoral era seguida con todo cuidado, pues aunque se presumía el triunfo de Felipe Calderón, nada estaba escrito. Los panistas esperaron en paz, pero llenos de ansiedad, los resultados de la contienda. Los perredistas armaron todo un circo para presionar a las autoridades electorales. Cada día que pasaba, fueron más radicales sus reclamos, llegando al grado de interrumpir la libre circulación de millones de habitantes del Distrito Federal.
Ayer, por fin, los mexicanos conocimos los resultados definitivos de la elección presidencial. Aunque era muy predecible la resolución final del Trife, el anuncio de que Felipe Calderón será nuestro próximo presidente, trajo un clima de tranquilidad a la nación por distintos motivos. En primer lugar, porque la incertidumbre podría sumir al pueblo mexicano en más desencuentros que en nada contribuyen al desarrollo del país. Por otro lado, el hecho de que Calderón Hinojosa sea el sucesor de Vicente Fox significa para muchos la esperanza de un futuro mejor.
Ahora cuando todo terminó, queda en muchos la sensación de que ya no tendrán nada de qué platicar. En parte yo me siento así, sin embargo, los mexicanos debemos tener una larga conversación con nosotros mismos y encontrar así las razones para trabajar todos juntos en la construcción de un México más justo, más equitativo y sobre todo, más desarrollado. El proceso electoral que acaba de concluir deja en nosotros múltiples lecciones. Aunque se sabe que México cuenta con normas e instituciones electorales muy avanzadas y que son una referencia obligada a nivel mundial, nuestros legisladores tendrán la obligación de reformar las leyes para evitar algunos problemas que ahora se suscitaron.
En primer lugar, debe establecerse una limitación en el proceder del presidente de la República. Su intervención en el proceso electoral, aunque infantil comparada a la de otros presidentes como Ernesto Zedillo con su Pemexgate o Miguel de la Madrid con la caída del sistema, es muy reprobable y nuestras leyes deben evitar que esto vuelva a suceder.
Por otro lado, deben acortarse los gastos de campaña y los tiempos para hacer proselitismo. Llama la atención que durante la campaña la mayoría de los candidatos hablaron de la urgencia de combatir la pobreza en el país y al mismo tiempo, despilfarraron millones de pesos en publicidad. Es importante también hacer coincidir los tiempos electorales para incurrir en menos gastos.
En cuanto a las campañas negativas, me llama la atención que los magistrados del Trife hayan recomendado prohibirlas en un futuro. En medio de todos los aciertos de este Tribunal, creo que cometió un grave error con dicha sugerencia, pues de alguna manera se estaría limitando la libertad de expresión.
Es cierto que los ataques crispan el ambiente electoral, pero gracias a este tipo de campañas los ciudadanos podemos hacernos una idea de quién es tal o cual candidato. Entiendo que esta sugerencia busque enaltecer el nivel político y, sobre todo, evitar las mentiras que dañen al contrario. Sin embargo, los mexicanos contamos ya con leyes que castigan la difamación de honor.
Luego de tanta angustia y de tantas lecciones, el dos de julio por fin terminó. La vida sigue y la conclusión que nosotros debemos sacar de este proceso es que México no aguanta más divisiones.
Caminemos juntos por la senda que nos conduzca al desarrollo, pues sólo así podremos demostrar nuestro amor a esta gran nación.
javier_fuentes@hotmail.com
