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Un golpe a la mala

Gilberto Serna

Inicio esta colaboración con una pregunta: ¿qué tan cierto puede ser que el partido político que sirvió al ciudadano Vicente Fox Quesada de trampolín para llegar a la Presidencia de la República, voluntaria u obligado por la circunstancia de que llevaba una delantera sobre los demás precandidatos al seguir el sabio refrán de que quien madruga Dios lo ayuda, tenga los suficientes arrestos para confrontar en sus decisiones al primer mandatario y de pasada, de manera velada, poner al descubierto que obró con precipitación al decidir el desafuero de Andrés Manuel López Obrador? La reacción del vocero del Gobierno fue airada. Lo menos que le dijo al presidente de Acción Nacional, era que aprovechaba el fin de un sexenio para alcanzar visibilidad y notoriedad mediática. Luego repostó Manuel Espino indicando que los dirigentes de su partido no necesitaban de protagonismos, que no hay ruptura con el Ejecutivo, dado que la relación es democrática, respetuosa, aunque, cuando se hace necesario, también hay debate y discusión, mencionando, como quien no quiere la cosa, que hubo un fuerte apoyo del PAN a Felipe Calderón, que fructificará en seis años más de Presidencia, esta vez, con mayoría en el Congreso de la Unión.

La verdad es que a Espino sí se le pasó la mano al dar a conocer una efemérides del quehacer de Fox donde lo pinta de cuerpo entero como un presidente que se resistía a admitir que los demás podían tener un mejor discernimiento y que, reconociendo a última hora, que estaba equivocado, no sabía qué rumbo tomar. Vea usted si no, Vicente le dijo a Manuel: ?Ya me convencí, creo que tienes razón ... ¿Cómo le hacemos?? Aquí lo descubre como un Presidente carente de ideas para adoptar una solución y a Espino como el interlocutor capaz que, no sólo le enmienda la plana al mandatario si no que además tiene las agallas necesarias para decirle que camino tomar. Es quizá por eso que el vocero del Presidente desenvainó la espada señalando a Espino como oportunista al atacar la figura presidencial, diciendo que en el marco de nuestra cultura política es común que se emitan juicios y críticas al Gobierno saliente, para, no lo dijo pero se entendió, quedar bien con el nuevo tlatoani. Esto es, que es una pésima maniobra de Espino para posicionarse con el nuevo mandamás, al que, diré de paso, ya se le queman las habas por traer puesta la banda tricolor.

Es evidente que Manuel Espino no tiene pelos en la lengua para soltar de su ronco pecho acontecimientos de la vida nacional en que participó, atribuyéndose el papel de sumo sacerdote que tiene voluntad propia para confrontar las medidas tomadas por el gran señor de la política. El aún dirigente panista reveló que el presidente estaba empeñado en impulsar el desafuero de Andrés Manuel López Obrador -¿lo recuerda usted?-, en la primavera de 2005. ¿Es esto posible?, que quien dirige un partido se atreva a hacer público que la Cámara de Senadores, la de Diputados y la Suprema Corte de Justicia de la Nación recibieran un empujón del presidente de la República para actuar en contra de AMLO. ¿No son, acaso, asuntos que no le competen al presidente? ¿Será cierto? Lo describe como un presidente vengativo que quiere acabar con un rival político propiciando que no pudiera ser postulado como candidato, poniendo al descubierto, en tal caso, que hubo algo parecido a un complot.

Lo que queda claro es que o está inventando Manuel Espino o el PAN tiene a un dirigente al que no se le pueden confiar asuntos de Gobierno en que la discreción es fundamental. Hay en las altas esferas del Gobierno un pacto no escrito de fidelidad. Luce como chismoso al comentar cuestiones que se trataron dentro de un círculo exclusivo y aparece como un presuntuoso al que se le consulta cuanto hace o piensa hacer el presidente, no por que no sea verdad que en determinadas ocasiones escuche a sus colaboradores, si no por que las dubitaciones que le adjudica el líder panista chocan con lo atinado que, según él, fueron sus sugerencias. Esto es, de una persona con ese comportamiento suele decirse que trata de pararse el cuello. El aparece, en sus muy particulares versiones, como un visionario, en tanto el presidente Fox desbarra primero para no saber después qué hacer. En fin, Manuel Espino se comporta con arrogancia, adoptando una actitud retadora, cuando la Presidencia critica su estrategia de menospreciar al saliente para hacerse notar con el entrante, usando como escudo a su partido al que le atribuye que no le teme al debate con el Gobierno. Lo que le quita valor a sus comentarios es que quien recibe sus puyas está a punto de irse, lo que no puede ser calificado de otra manera que como un golpe a la mala.

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