La figura del árbitro no nació al mismo tiempo que la práctica del futbol. Se dice que a finales del siglo antepasado, el árbitro era figura secundaria, pues en la mayoría de los casos los equipos decidían los partidos sin la presencia de un sancionador.
Cuando este deporte fue arraigando y reuniendo cada vez más aficionados a presenciarlo, las cosas degeneraban en verdadero caos, pues unos y otros alegaban lo que les convenía en cada jugada, situación que se reflejaba en el ánimo de los espectadores.
Pero a partir de 1896 las cosas cambiaron, pues el futbol organizado estableció que sería el silbante quien tomaría las decisiones en aplicación estricta de las reglas del juego, y que éstas serían inapelables por los clubes para dar más autoridad a lo sancionado.
El siglo anterior nació ya, dentro del futbol, con un arbitraje cada vez mejor organizado, y con personal que día a día se capacita en todos los sitios donde hay clubes y futbol. La figura del árbitro es tan importante que sin su presencia habría caos.
Está considerado como la máxima autoridad sobre el campo, y se le han dado márgenes para aplicar criterio, y sus poderes discrecionales van conformando su propio perfil profesional. Los hay muy acertados y otros que acumulan errores y tienen poca vida profesional.
Además, deben controlar el terreno de juego y asegurarse de que todo esté en orden. Les corresponde dar el visto bueno a la cancha, con sus porterías y el balón que se utilizará. Checará la identificación de jugadores y será auxiliado por jueces de línea.