WASHINGTON.- Cuando el Gobierno del presidente estadounidense George W. Bush hizo recientemente una lista de posibles blancos para terroristas anti-estadounidenses omitió deliberadamente una región que es un dolor de cabeza para los Gobiernos involucrados: México. Con más de un millón de residentes y millones de turistas estadounidenses, así como con una economía integrada de hecho con la estadounidense, México es a querer o no un posible blanco terrorista cuya situación resulta un quebradero de cabeza para el Gobierno estadounidense y cuyas implicaciones de seguridad nacional son todavía más complicadas para México.
Esas consideraciones califican y complican la relación bilateral para los Gobiernos en ambos lados de la frontera. Para muchos analistas y de hecho para los Gobiernos de los dos países, la integración económico-social, que frecuentemente se enfoca sobre lo que pasa en el lado estadounidense de la frontera, hace olvidar lo que pasa en México, donde hay un puñado de sitios que representan un quebradero de cabeza para los especialistas de seguridad.
De hecho, con lo importante que son, hay menos preocupación por la posibilidad de que los pozos petroleros en el golfo de México sean atacados por grupos terroristas internacionales -si acaso, lo serán por elementos domésticos- que por un ataque más personal.
El dolor de cabeza está en la posibilidad de que alguien ataque y se apodere de un crucero de turistas estadounidenses o cometa un atentado contra estudiantes en “spring break” en Cancún. La inseguridad en el país, hasta ahora debida sobre todo a delincuentes, es un riesgo que los estadounidenses aceptan cuando hay por lo menos la idea de un Gobierno que lo combate.
El acceso de terroristas a México, sobre todo islámicos, cambiaría toda la ecuación y de hecho toda la relación.
Al margen de los daños que los propios mexicanos provocamos contra la industria turística (el plantón en el Distrito Federal y la situación de Oaxaca serían sólo dos ejemplos), nada podría ser más devastador que un ataque terrorista procedente de terceros y en especial de extremistas islámicos.
Los daños económicos a la industria turística de México serían brutales y tan malo o peor, los daños a la relación bilateral podrían tener repercusiones extremas.
La posibilidad de que extremistas islámicos usen a México como trampolín para entrar a Estados Unidos es hasta ahora tema de novela, una que grupos antimexicanos en Estados Unidos acarician y manejan como el mejor pretexto para alimentar odios y sentimientos racistas contra los inmigrantes no documentados y una posibilidad que políticos republicanos deseosos de hacer olvidar sus fracasos manejan ahora como argumento de campaña electoral.
Al margen de las complicaciones que tendría para la relación bilateral, para el Gobierno mexicano existe otra dimensión: hoy por hoy, no existe ciudad importante de Estados Unidos donde no haya mexicanos, que serían también víctimas en un ataque terrorista como ocurrió el 11 de septiembre de 2001 en las torres gemelas de Nueva York.
Y ciertamente, el debilitamiento del Estado mexicano tampoco ayuda.