Una vez más la realidad supera a la ficción en el caso de la delincuencia.
En días pasados fue descubierto el mayor narcotúnel de la historia en la frontera de México y Estados Unidos, precisamente cuando se discute la construcción de un muro de Oriente a Poniente que dividirá a ambos países.
El pasadizo tiene unos mil 600 metros de longitud, está construido a 27 metros bajo la superficie y contaba con instalaciones de electricidad, ventilación y de bombeo de agua para evitar inundaciones.
Las primeras versiones señalan que su edificación data de 2004 y que a finales de 2005 entró en operación, especialmente en el tráfico de marihuana y cocaína.
El túnel cuenta con una altura suficiente para cruzar de pie lo que indica que también pudo haberse utilizado para el tránsito de personas indocumentadas.
Lo más sorprendente es su ubicación, apenas a unos metros del aeropuerto de Tijuana y a otros tantos de la garita de Otay en donde diariamente laboran cientos de oficiales de Inmigración y de la Guardia Nacional de Estados Unidos equipados con todo tipo de utensilios para detectar drogas, incluyendo perros amaestrados.
La portavoz de la Oficina Federal de Inmigración y Aduanas en San Diego, Lauren Mack, admitió que la tecnología que utilizan ha resultado insuficiente para detectar este tipo de obras que cada día aumentan en número y en sofisticación.
El hallazgo se dio gracias a un aviso de las autoridades norteamericanas a las mexicanas al detectar mucho movimiento en la bodega de Tijuana en donde se inicia el túnel.
Una versión extraoficial señala que se trató de un vil “pitazo” de algún enemigo del Cártel Arellano Félix, presuntamente los operadores del túnel.
Por lo pronto fue detenido el primer implicado de esta operación, el mexicano Carlos Eugenio Cárdenas Calvillo, quien laboraba en el almacén de Otay que estaba bajo la operación de la empresa V & F Distributors, LLC.
Las autoridades estaban altamente sorprendidas por la tecnología utilizada para construir y operar el narcotúnel. “Debieron excavar durante varios años para lograrlo”, dijo un agente norteamericano al tiempo que trascendió que se utilizó mucho equipo y recursos para evitar colapsos por humedad y por las corrientes de agua subterráneas de la zona de Otay.
Para Don Steeples, geofísico de la Universidad de Kansas, descubrir un narcotúnel en la frontera de tres mil 200 kilómetros entre México y Estados Unidos “es como encontrar una aguja en un pajar.
“En este caso no sabemos siquiera dónde está el pajar”, añadió el científico quien ha trabajado veinte años en la detección de túneles.
Las ondas de radar que se utilizan para rastrear pasadizos rara vez penetran más allá de los doce metros de profundidad, por lo mismo estas obras han resultado hasta el momento una estrategia exitosa de los narcotraficantes.
Sólo en la región Tijuana-San Diego se han localizado cuatro túneles fronterizos en lo que va del año y más de veinte han sido descubiertos entre California y Arizona a partir de septiembre 11 del 2001.
Lo cierto entonces es que la barda propuesta por el ala conservadora del Congreso puede medir diez o veinte metros de alto, pero de muy poco servirá ante el ingenio, recursos y el poder de la delincuencia organizada.
Quizá algún día los gobernantes norteamericanos se den cuenta que será imposible detener el tráfico de drogas y de inmigrantes mientras exista un gran mercado de consumidores y empresas dispuestas a pagar por una mano de obra barata y calificada.
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