Bendito el florido mes de mayo que empieza con el Día del Trabajo en el que todos descansamos. Ya luego, de puente en puente, nomás es cosa de dejarse ir. Además, en este momento lo único respetable que uno puede hacer si vive en esta capital, es largarse de aquí y no hacer olas, que el mar ya está suficientemente encrespado. Siguiendo mi propio consejo, yo me largo y al menos por unos días me olvido de los candidatos y sus ofensivos dispendios, de los macheteros y sus marchas, de Marcos desbrujulado y desbrujulándonos por acá. De los “líderes” como Napo, la Gordillo y tantos otros destacados sobrevivientes de la escuela de delincuentes fundada en el siglo pasado por Don Fidel Velásquez, a quien Dios tenga en el lugar que le corresponde. Olvidar el “narco” nuestro de cada día, y tantos otros problemas que atizados por la proximidad de unas elecciones sin precedente, amenazan con salirse de control.
Ojalá me equivoque porque lo único que no necesitamos los mexicanos es perder la paz social que de momento es nuestro único patrimonio. A riesgo de parecer una irresponsable, me voy y los dejo solos con tanto problema, pero si les sirve de algo, quiero que sepan que me voy cargada de culpa como se van las madres que cuando tienen que salir a trabajar, dejan a sus niños solos y llorando. Espero que como modernos hippies; se apliquen a la paz y al amor, y por favor que nadie se meta; dejen que los candidatos se maten entre ellos. Me voy, porque la verdad es que no se me ocurre nada más que darme una tregua, y al menos por unos días, hacerme la ilusión de que todo está muy bien y la vida es una fiesta interminable.
Y lo será, ya que por allá, nos esperan las coloridas verbenas de San Isidro, patrón de la Villa de Madrid. Después partiremos a Barcelona para asistir a la boda de una sobrina, quien hace tres años salió a la conquista de Europa, y para empezar ha conquistado a un gentil catalán. Ya estando por allá, iré hacia donde el corazón me lleve y como recomienda Constantino Cavafis, curiosearé en los mercados para comprar tesoros exquisitos: madreperla y coral, ébano, ámbar, y toda suerte de perfumes sensuales. Echaré el ancla en puertos que nunca he visto y cuando vuelva, ya veremos que se hace con el dinosaurio que seguramente ahí seguirá. Para aligerar mi culpa, me acojo a aquella sentencia de Teresa de Ávila, quien aseguraba que: “cuando palos, palos y cuando pasteles, pasteles”. Siempre hay un cielo hacia delante, y hoy me tocan pasteles. ¿Ustedes gustan? Espero que la tecnología no se interponga, y yo pueda mantener el contacto para irles contando como me va.
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