La democracia en México ha sido, como en casi toda América Latina, una decepción. Numerosas encuestas de opinión pública muestran que si bien la adhesión a la democracia en nuestra región es amplia, un gran porcentaje de latinoamericanos estaría dispuesto a dejarla un poco de lado a cambio de resolver sus problemas económicos.
Esto también aparece en el último informe sobre el estado de la democracia en América Latina elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. El estudio muestra que el 54.7 por ciento de la población estaría dispuesta a vivir bajo un régimen autoritario, si éste contribuyera a disminuir sus problemas económicos, en particular la marginación, la pobreza y la desigualdad.
La democracia, como se vive en nuestros países, la aprovechan políticos oportunistas para llegar al poder, con promesas a la población de que sus condiciones de vida pueden mejorar pronto y en forma sensible, lo que por ser falso lleva a la decepción y desencanto con los procesos democráticos. Las promesas políticas para resolver los reclamos sociales se traducen, en la mayoría de los casos, en acciones paternalistas que frenan el desarrollo.
Al mismo tiempo, en las democracias latinas como la nuestra, los grupos de interés acorralan a las autoridades, quienes con base en una errónea interpretación de la paz social (como es el caso de Vicente Fox en México), desdeñan los principios más elementales del Estado de Derecho y el imperio de la ley, bases institucionales sin las cuales una sociedad se vuelve anárquica y acaba permitiendo que los más escandalosos capturen los beneficios que ofrecen los paladines de los pobres en sus campañas políticas.
Cuando las instituciones públicas fallan en resolver los problemas bajo su responsabilidad y las autoridades ceden reiteradamente al chantaje y la intimidación, recompensando a los transgresores de la ley, no es sorprendente que la extorsión se vuelva, como en México, el medio usual para solventar conflictos.
La experiencia de México y varios países latinoamericanos avala lo anterior. Los grupos indígenas y los que habitan en extrema miseria son relegados por los gobiernos democráticos, puesto que cuando éstos son débiles y pusilánimes (como ha sido el de Fox) es menos complicado y políticamente más rentable responder a los reclamos de los sindicatos, grupos de interés, y habitantes de las grandes ciudades, que eliminar regulaciones y promover, aún a costa de su popularidad, las reformas estructurales que servirían para atender las necesidades de los pobres y marginados, para quienes nuestro sistema político no tiene mucho que ofrecer, salvo la satisfacción periódica de emitir sus votos.
Nuestra democracia tiene, además, una característica peculiar, si no es que única. En la práctica no va más allá del sufragio y a la hora de las decisiones sigue dominada por el corporativismo. El ejemplo más patético es el papel protagonista que juegan los líderes de los partidos políticos, quienes sin ser electos por el pueblo, ejercen una gran influencia en la toma de decisiones en el Congreso. Esta es una expresión muy peculiar de la democracia mexicana, que no tiene paralelo en otros regímenes democráticos. ¿Sabe acaso usted el nombre del líder de alguno de los partidos políticos en Estados Unidos? ¿Importa?
En un contexto como ese, las democracias que eligen a gobiernos populistas demandan mucho y se imponen cargas y restricciones que lentamente minan su capacidad de crecer y desarrollarse. Mario Vargas Llosa escribió, en la edición del 12 de Junio de 2005 en el diario nicaragüense La Prensa, que Argentina ha conseguido la hazaña de regresar al tercermundismo del que fue uno de los primeros países en salir, ?única y exclusivamente por la incompetencia demagógica de su dirigencia política, y la ceguera y sinrazón con que enormes sectores populares apoyaron los desvaríos de aquélla ?nacionalizaciones, populismo desenfrenado, intervencionismo estatal en la economía, mercantilismo y corrupción?.
Lamentablemente, todo parece indicar que existe el peligro de que nos encontremos pronto en México en una situación similar, debido a la ventaja en las preferencias electorales de un personaje mesiánico y caudillista, ?totalmente Palacio?, que ofrece todo a cambio de nada. Andrés López favorece una mayor intervención del Gobierno en la economía y se opone a prácticamente todas las reformas estructurales, emulando a quienes han ganado recientemente elecciones en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela sobre la base de rechazar esas reformas.
Los ciudadanos de México y el resto de América Latina tienen grandes expectativas por los dividendos de la democracia, pero el status quo siempre es popular y los electores tienden a oponerse al cambio, como lo muestra el que los manifestantes en Argentina, Ecuador y Bolivia hayan depuesto a siete presidentes electos desde 1999 porque culpan de la persistencia de la pobreza a las reformas económicas liberales.
En la práctica, la competencia democrática efectivamente lleva a los políticos a hacer lo que la gente quiere, pero para su infortunio colectivo, muchas de las opiniones populares y las promesas políticas acerca de los remedios económicos sin dolor están equivocadas. El público, además, tiene sistemáticamente creencias sesgadas en materia económica, tendiendo a sobrestimar los beneficios económicos netos de las políticas públicas que ofrecen los candidatos populistas pero que rechazamos y condenamos los economistas.
Nos dice Vargas Llosa que ?hay que aceptar la democracia con todas sus consecuencias?. Si un país ??teniendo la oportunidad de escoger, elige suicidarse, yo creo que su vocación fanática, masoquista, debe ser respetada. Que experimente en carne propia las secuelas de su libre decisión?. ¿Tendrá acaso nuestra democracia una vocación fanática y masoquista?