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Valores para la vida/Acrópolis

Slvador Flores Llamas

La punzante y escandalosa criminalidad que sacude al país, la corrupción que corroe a la sociedad, las lacras de la política, que hacen de los partidos viles instrumentos de la ambición y el enriquecimiento de sus dirigentes y de los gobernantes, gritan a voces que la vida nacional requiere una restauración desde los cimientos, de donde fueron extirpados los valores morales y cívicos que dieron vida y amamantaron a este país.

La convivencia social, además, está fracturada, la gente vive en eterna desconfianza, no hay respeto entre personas ni para los mayores, tampoco recato en la mujer para no mostrarse como objeto de placer. El dinero, el hedonismo y el vicio son los dioses de las mayorías y el esfuerzo por superarse está cada vez más ausente, pues se ve que la corrupción y la inmoralidad se afianzan como claves del éxito. Siempre que de atacar el crimen se trata se habla de mayores presupuestos, armamentos mejores, aumentar elementos policiacos y las penas a los delitos y disminuir la edad penal para los mozalbetes, cada día más inmiscuidos en ilícitos que antes se creían patrimonio de adultos.

Los medios informativos, sobre todo la televisión, exaltan los hechos delictivos; entre más cruel sea un crimen mayor cobertura recibe y se le repite porque da “rating”; mientras más descarados sean los escándalos de los famosos, son más difundidos y sus actores adquieren notoriedad, con lo que implícitamente se inculca en las mentes infantiles y adolescentes que ése es el camino para la fama, la riqueza y la gran vida.

A diario aumentan los partidarios del aborto, la homosexualidad, el lesbianismo y la eutanasia, como si no fueran fenómenos contrarios a la naturaleza humana y como si profesarlos confiriera más libertad, cuando el secreto de ésta es emplearla para escoger cuanto enriquezca la vida y ayude a la superación humana.

Todo ello reitera que vivimos ayunos de valores porque Gobierno, escuela y familia los han postergado y son culpables de que hoy tengamos niños y jóvenes ajenos a ellos, convertidos en auténticas bombas y peligros sociales.

No es raro que cuando alguien postula necesaria la educación religiosa en la escuela lo tilden de mocho, retrógrado, ultraconservador y demás, y se invoque que vivimos en un Estado laico con separación de Estado e Iglesia, y ésta intenta romperlo.

Que en las escuelas se imparta la educación moral según las creencias de los grupos mayores de educandos, y que quienes no encajen ahí no tengan obligación de recibirla, es una demanda reiterada de muchísimos paterfamilias, que el presidente Fox prometió instrumentar, pero no lo ha hecho, aunque no violaría ninguna Ley ni la laicidad educativa, porque ésta no quiere decir ateismo ni ir contra las necesidades de la persona, que requiere principios que den sostén y contenido a su existencia y progreso humanos. Claro, la familia es el primer centro formador de los hijos y, por ello, inculcador inicial de valores como amar a Dios, a la patria, respetar la Ley y al prójimo, honradez, disciplina, tolerancia, concordia, amistad e ideales, que impulsen a la superación auténtica del hombre, no al desperdicio de sus aptitudes en la búsqueda equivocada de satisfactores.

Si los padres tienen en su vida cotidiana un recto proceder, sus hijos aprenderán con su ejemplo y sin necesidad de grandes prédicas.

Pero eso ha de continuarse en la escuela, como prolongación necesaria del hogar, para reforzar a los nuevos ciudadanos para hacer frente a las exigencias de su vida estudiantil, profesional, laboral y, en general, de la convivencia humana. El valor que antes tenía la palabra del hombre cerraba los tratos. Como se perdió, vemos de continuo que ya ni los convenios legales son respetados y menos la promesa de los desposados de amarse y ayudarse en la prosperidad y la enfermedad; o sea en las duras y las maduras. De ahí que crezca el número de divorcios, con el lógico desquiciamiento de la vida familiar y de la conducta y vida misma de los hijos.

Sin poses nefastas ni mojigaterías, México, la familia, la convivencia social y nosotros mismos merecemos el esfuerzo para rescatar los valores que dan sentido a la vida, y hacer real aquella sentencia: No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.

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