Es una voz suave la que dice: "Vi una luz, como con fuego que se expandía y avanzaba hacia mi. Sentí mucho calor. Me levanté de la cama, donde estaba sentada y traté de huir. Después todo quedó en silencio". Trata de contener las lágrimas, lo logra. No ha podido o no ha querido llorar. En la mirada de sus ojos verdes se refleja el terror. Es Anayeli Pérez Garrido. La bomba estalló a unos cuantos metros de ella. Vive, sobrevivió en una casa que está pegada a la sucursal bancaria.
Delgada, de baja estatura, abraza a su perrita "Maggy" que no deja de temblar. Nacía el lunes, cuando la chica estudiaba un libro de Derecho para la elaboración de su tesis. En la recámara de al lado, su padre dormía, también lo hacía su hermana Carla en otra habitación.
"Escuché primero algo así como un trueno, luego, el estallido fuerte. Se rompieron los vidrios de las ventanas que dan a la calle. Y después esa luz, como con fuego que se expandía en mi cuarto, que avanzaba hacia mi...", repite.
En el muro que colinda con la sucursal de Scotiabank está intacta una imagen de la virgen de Guadalupe. Algunos libros se cayeron. Hasta ese lugar llegan los gritos amplificados por un magnavoz del voceador: "¡Vea las fotos y la información de la terrible tragedia del atentado terrorista!" Abajo, dentro y fuera de las oficinas bancarias, hombres y mujeres, peritos, agentes, toman fotografías, hacen dibujos en sus libretas, observan los destrozos, miden distancias, investigan.
"Yo estaba dormida. Me despertó el ruido. Miré hacia afuera el resplandor como de color naranja", recuerda Carla. Ni ella ni su hermana tienen clara la hora del bombazo.
"Eran las doce de la noche con dos minutos. Lo tengo muy presente. Me acababa de subir al coche y vi el reloj en el tablero. Oí el estallido, pensé que era una bala, que estaban asaltando la tienda de la gasolinería. Pero entonces se escuchó el ruido más fuerte, mucho más fuerte. Sentí un golpe por atrás, como cuando te choca otro auto. Vi algo como un flashazo.
Entonces, arrancó a toda velocidad una camioneta blanca, Pick Up que estaba parada junto a la tienda. Se fue rapidísimo por el Periférico", rememora Erika Zavaleta.
La chica trabaja en una cafetería, en el mismo pasaje donde están el expendio de gasolina, y la tienda. Un pasaje a 50 metros de la plaza donde estalló la bomba.
"Había llovido muy fuerte. Se fue la luz más de una hora. Por eso decidimos cerrar la cafetería. Nos quedamos mi gerente y yo.
Todo estaba en silencio y completamente a obscuras. Por la calle de Arenal no pasaba nadie, ni una persona, ni un vehículo. Mi hermano llegó por mi, Y cuando me subí al coche vi la hora. Luego, el estallido chico, y el grueso, y el resplandor, y la camioneta que arrancaba a toda velocidad", cuenta Erika.
Es la que algunos de los vecinos y gente que curiosea llaman ya "la zona cero". Está acordonada. En la calle hay vidrios, papeles, hojas y ramas. En el banco está caído el plafón y los tubos del aire acondicionado. Frente a él, un anuncio del servicio de gas con instalaciones subterráneas, para evitar el peligro de explosiones de tanques. Los otros locales de la plaza funcionan con relativa normalidad. No tienen clientes.
"¿Es terrorismo?", pregunta asustada una anciana. Uno de los peritos pide a su compañero que vaya a la farmacia a comprar bolsas de plástico. El voceador continúa ofreciendo el periódico. Y ahí sigue ella, abraza a "Maggy", su pequeña French Poodle.
Sus ojos verdes brillan. Algo o mucho contiene, no quiere o no puede sacarlo. Pero la mirada, toda su actitud, expresan el susto, el terror. Y es una suave voz, la que como en un susurro revive: "Vi una luz como con fuego que se expandía y avanzaba hacia mi..."