La tecnología ha acercado al mundo pero no lo ha unido. Los sorprendentes avances en las telecomunicaciones y los medios de transporte han logrado lo que hace mil años era impensable: que una persona pueda platicar con otra en el extremo opuesto del planeta en cuestión de segundos, a través del teléfono o la Internet; o pueda recorrer miles de kilómetros de un continente a otro en unas cuantas horas a bordo de un avión supersónico. Gracias a esto, el ser humano del siglo XXI vive en una aldea global, dicen. Pero aunque las distancias entre los “aldeanos” han disminuido, no así las divergencias ni los choques ocasionados por éstas.
Hoy el mundo vive una más de esas vergonzosas situaciones que evidencian lo lejos que está todavía una cultura de otra.
En septiembre de 2005, un diario danés publicó una serie de doce caricaturas satirizando la figura de Mahoma. En una de ellas, por ejemplo, el profeta islámico aparece con un turbante en forma de bomba. El hecho pasó casi desapercibido, hasta que el día primero del actual mes de febrero, varios periódicos de Alemania, Francia, Italia, Noruega y España reprodujeron los cartones. El mundo musulmán reaccionó con indignación, la cual ha ido creciendo conforme otros medios imprimen en sus páginas las caricaturas. El repudio se ha generalizado y ha desencadenado una ola de protestas en los países del medio oriente, que de gritos, pancartas y marchas pacíficas pasaron a la quema de consulados y embajadas de gobiernos europeos y americanos, y ataques a templos cristianos.
Mientras los gobiernos de Europa condenan los atentados a sus sedes en medio oriente y la inmovilidad de las autoridades locales, y ordenan además a sus ciudadanos salir de la región, gobernantes de países árabes no logran detener la violencia y sus funcionarios renuncian al verse rebasados por el problema. Incluso, el Vaticano ha emitido un pronunciamiento.
Los musulmanes, en su reclamo, exigen que se dejen de publicar los cartones y que los editores de los rotativos ofrezcan una disculpa o que, de no hacerlo, sean enjuiciados en sus propios países. La razón: ofendieron al Islam, a su profeta y a sus creencias. Por su parte, los europeos alegan en su defensa la libertad de expresión.
Tratar de justificar la acción de uno o la reacción del otro es nutrir la llama y contribuir a polarizar lo ya de por sí polarizado. Unos dirán que una caricatura no debe ocasionar tanta molestia. Otros, que es el símbolo de una grave ofensa. Y ahí, Occidente y Oriente están atorados, como lo han estado desde hace mil años, por la incapacidad de abrir un diálogo entre sus culturas que permita la comprensión mutua de sus diferencias y el entendimiento a partir de sus similitudes. “¡Fundamentalistas!”, se acusan mutuamente y al hacerlo, a sí mismos se evidencian como tales.
La obtusa creencia de ser los portadores exclusivos de la verdad o la palabra divina, sea lo que esto signifique, ha llevado a las dos civilizaciones a innumerables enfrentamientos de todos los matices, como el que ahora ensombrece a la humanidad, de la misma manera que la invasión estadounidense en Afganistán e Irak, el conflicto entre palestinos y judíos, y los atentados terroristas en Nueva York, Madrid y Londres; de igual forma que, hace ya casi mil años, las cruzadas y las guerras santas.
Independientemente de sus implicaciones políticas, religiosas y económicas, en el fondo de cada choque entre Oriente y Occidente está siempre la incomprensión y la intolerancia, lastres que, con todo y el acercamiento que el avance tecnológico en telecomunicaciones y transportes ha propiciado, aún impiden que el mundo sea uno de verdad. Los pretextos se diversifican, el escenario cambia y los métodos evolucionan, pero el conflicto y su esencia siguen siendo los mismos.
Mientras no haya un interés sincero de entender la realidad del otro para aceptarla, con sus virtudes y defectos, como una posibilidad válida a parte de la propia, el acortamiento de las distancias entre los seres humanos y las naciones, tan buscado con la tecnología, nunca se traducirá en la disminución de las divergencias y los choques entre las culturas.
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