Hay una palabra que se escucha con frecuencia en estas semanas en el Vaticano derivada del tema de las supuestas viñetas “blasfemas”. Esta palabra es: prudencia. El Papa y sus más cercanos colaboradores están muy preocupados por lo que está pasando en el mundo, luego que más de cinco meses después de su publicación en un diario de Dinamarca, se organizaron protestas y actos violentos contra embajadas occidentales e iglesias en el Oriente Medio y en Países con mayoría islámica.
El hecho que llamó más la atención fue seguramente la muerte de don Antonio Santoro, el sacerdote italiano de Roma que fue asesinado la semana pasada mientras estaba rezando en su iglesia en Trabzon (la antigua Trebisonda), en Turquía, la ciudad donde habita una comunidad cristiana de sólo 12 fieles.
Las palabras del cardenal Camillo Ruini, vicario del Papa Benedicto XVI que el viernes celebró el funeral, fueron muy claras al desmentir acusaciones calumniosas que circularon en Turquía, diciendo que don Antonio pagaba cien dólares cada vez que alguien asistía a Misa.
Pero al mismo tiempo, fue muy prudente en la homilía al abordar el tema del choque de civilizaciones: el cardenal sólo habló del coraje de los mártires y de la necesidad de pedir la plena libertad religiosa en todo el mundo, pues este coraje de los cristianos no es para culpar, odiar, matar; y sí por el contrario para amar, perdonar, buscar la paz y la convivencia entre pueblos y culturas diferentes.
El mismo Benedicto XVI, en la audiencia a la señora Bush, manifestó su preocupación ante el terrorismo y el fundamentalismo islámico, pero la actitud de la Santa Sede parece orientarse ahora a amortiguar los tonos y no ofrecer ocasión de polémica.
El caso de las viñetas es verdaderamente emblemático: es cierto que hubo una organización y una coordinación de las protestas y es probable que los dirigentes ocultos sean terroristas. Pero es también cierto que constituye un tema de debate el problema del respeto a la sensibilidad religiosa del hombre.
Nadie dice que las sociedades democráticas occidentales tengan que renunciar a la libertad de prensa y de expresión: son una conquista del hombre. Pero también tienen que ser ejercidas con responsabilidad. Respetar al otro hombre y a su fe religiosa significa no herir su sensibilidad según nuestros criterios y culturas, pero también comprender sus criterios y su cultura.
Lo curioso es que ahora, en nuestras sociedades democráticas y libres, existe el riesgo de que la única fe que se puede atacar, escarnecer, ridiculizar, es la cristiana y sobre todo la católica.
Mensajes publicitarios, viñetas, póster, caricaturas en Internet o filmes (como el cortometraje de un autor argentino que representa a Jesucristo que baila y canta “I will survive” y será atropellado por un autobús), pueden tranquilamente tener como “víctima” la fe cristiana y sus símbolos, sin que nadie diga algo.
Lo que está pasando en el mundo nos enseña que sí hay libertad de expresión, y hay quienes la usan -y que sin duda tendrán que continuar haciéndolo- deberán considerar que hay límites entre el humorismo, la sátira y la blasfemia. Y este límite no puede ser definido con leyes del Estado, es una cuestión de conciencia.
En el caso de los islámicos, hay una razón más que considerar: en un momento en el cual el choque de civilizaciones es un riesgo presente que amenaza a millones de personas, ¿es prudente arrojar gasolina al fuego?