La violencia criminal, la polarización política y la nueva corrupción, marcaron el año que se va y establecieron el escenario en que se disputará la Presidencia de la República.
*** El primer día del año dejó ver el tamaño del desafío que el crimen organizado, particularmente el narcotráfico, plantearía al Estado. De siete balazos fue acribillado la tarde anterior Arturo Guzmán Loera, el hermano de El Chapo. Si el solo asesinato sorprendió, el lugar donde se cometió fue todavía más sorprendente: el penal de alta seguridad de La Palma. Ese homicidio anticipó lo que se vería a todo lo largo del año. Ejecuciones, ajustes de cuentas, levantones, torturas, ajusticiamientos entre narcotraficantes que, como novedad, hicieron gala de cuerpos de élite capaces de desarrollar acciones violentas de enorme envergadura y profesionalismo. Y a los disparos del narco, el Gobierno respondió con una ráfaga de disparates y auténticos palos de ciego. Los argumentos de la Administración para explicar cuanto ocurría, fueron lamentables. Primero, se dijo que nos iba mal por lo bien que se combatía al crimen. Luego, se afirmó que esa violencia era entre narcos y no afectaba al conjunto de la sociedad. Después, se implementaron programas -México Seguro- más mediáticos que efectivos. El mapa de la actividad y de la violencia del narcotráfico se expandió a plazas donde tenía un bajo registro. Si bien varias ciudades de Sinaloa, Chihuahua y Tamaulipas se tenían como plazas calientes del narco, distintas ciudades de Michoacán, Guerrero, Veracruz, Nuevo León, Quintana Roo y, desde luego, el Distrito Federal pasaron a formar parte de ese dominio. Remoción de mandos en los penales de alta seguridad, relevo de custodios, rotación de presos fueron algunas de las acciones emprendidas para recuperar al menos el Gobierno de las cárceles pero ni así amainó la violencia que, a pesar de los pronósticos oficiales, tuvo derrames más allá de la frontera. La inseguridad en la frontera tensó la relación con Estados Unidos. Vinieron las alertas oficiales a los ciudadanos estadounidenses, luego el cierre del consulado en Nuevo Laredo y, finalmente, el reforzamiento de programas de seguridad en algunos estados vecinos con la frontera mexicana. El Gobierno no pudo con ese desafío y, lo peor, prevalece la amenaza de lo que el crimen organizado podría hacer durante la campaña electoral del año entrante. Temporada en la que se marcan las diferencias y no las coincidencias entre los mexicanos.
*** Otra constante del año fue la polarización política que increíblemente se atizó desde la residencia oficial de Los Pinos. Infinidad de asuntos dividieron en dos al país. El más notorio y peligroso de ellos fue el desafuero de Andrés Manuel López Obrador. La obsesión presidencial por eliminar al perredista de la competencia electoral comprometió al conjunto de los Poderes de la Unión y, en su fracaso, los arrastró. La incapacidad del foxismo para concretar grandes operaciones políticas, fue manifiesta. El mandatario intentó salvar el error argumentando generosas razones de Estado para desistirse, pero la perversión política quedó al descubierto. Esa intentona polarizó al país. La evidencia de la división tuvo expresión hasta en los intelectuales. Los desplegados a favor y en contra del enjuiciamiento del más fuerte aspirante presidencial dieron la talla de la polarización provocada. Al fracasar en esa iniciativa, Vicente Fox dejó ver otra no mejor. El mandatario recargó el fracaso del enjuiciamiento de López Obrador sobre el procurador Rafael Macedo de la Concha. Lo cesó. Pensó que el sacrificio del procurador era la salvación del otro responsable de esa operación, el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel. Se sacrificó al responsable jurídico, se salvó al responsable político. Esa operación dejó ver a las claras al delfín presidencial. Y reveló que ese favoritismo se había expresado desde el año anterior, cuando el mandatario echó virtualmente a Felipe Calderón del Gabinete por hacer lo que sólo tenía autorizado Santiago Creel. Vino entonces la polarización dentro del PAN alentada desde la dirección del partido que el foxismo ya había copado. Se dejó que Creel convirtiera el despacho de Bucareli en casa de su precampaña electoral y el Gobierno pasó a ser instrumento del partido. Como en aquella otra operación, en ésta también se comprometió y arrastró a cuadros y dirigentes de Acción Nacional, incluso a empresarios que al final no supieron el nombre del juego en que participaron. En el mismo PRI, el fenómeno de la polarización tuvo espacio. El pleito entre Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo colocó a esa fuerza muy cerca de la ruptura y, en cierta medida, la clara simpatía de Vicente Fox por la lideresa magisterial por momentos llegó a rayar en una injerencia del Gobierno en los asuntos internos del PRI. Así, aun cuando al inicio del año el mandatario prometió replantear su relación política con los distintos actores dejando atrás la confrontación y la descalificación, en realidad, reiteró esa conducta. No se distendió la atmósfera política, se tensó. Y, lo peor, el espíritu confrontacionista se llevó incluso al campo de la política exterior.
*** Otro fenómeno que se hizo patente a lo largo de este 2005 es un nuevo tipo de corrupción marcada por el tráfico de influencias y, sobre todo, por la impunidad en la que se deja a los involucrados. La denuncia de la corrupción por parte de allegados o familiares de los poderosos no tuvo el propósito de acabar con ese mal que tanto lastima al país. No, la denuncia se convirtió en un instrumento político que, cuando daba el resultado esperado, se le dejaba dormir el sueño de la más absoluta impunidad. Así, los casos de los hijos de Marta Sahagún, del precandidato tricolor Arturo Montiel, de los permisos otorgados por Santiago Creel a Televisa, de la maleta de dinero que Ramón Sosamontes amablemente “devolvió” a Carlos Ahumada, del olvido de los protagonistas del Pemexgate, fueron arietes para golpear al adversario pero no razón de denuncias que pronto se diluían. La vieja corrupción representada por grandes caciques de la política se convirtió en negocio de pequeñas pandillas. El problema que los poderosos tienen para cerrar u olvidar esos expedientes es la presión ciudadana que, hasta ahora, da muestra de un renovado vigor para no ser cómplice ni de la corrupción ni de la impunidad. Está por verse si esa actitud ciudadana se mantiene y, sobre todo, si adquiere la organización y la fuerza necesaria para no dejarse arrastrar por la indiferencia de la élite política.
*** El año se fue dejando un mal sabor de boca. La violencia criminal, la polarización política y la impunidad vulneraron la posibilidad de llegar a la contienda electoral del año 2006 en condiciones favorables para la consolidación de la democracia y el fortalecimiento del Estado de Derecho. La atmósfera en que se jugará la Presidencia de la República está enrarecida. Por ello, no está de más hacer votos porque candidatos y partidos entiendan que lo que está en juego es mucho más que la simple ocupación de la residencia oficial de Los Pinos.