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Violencia y elección de estado/Paideia

Gabriel Castillo

No podemos negar que son impresionantes las imágenes televisivas con las escenas de violencia desarrolladas tanto en Texcoco como en San Salvador Atenco, en el Estado de México. No parecen corresponder al país que nos describen los spots del Gobierno de la República, con los que nos amanecemos y nos dormimos.

El tema de la violencia es siempre delicado, preocupante para toda la sociedad, pues nos alcanza a todos de una u otra manera. Pero es más inquietante cuando se hace presente al final de un sexenio y en el marco de las campañas electorales rumbo a la sucesión presidencial. En un período muy corto de tiempo hemos visto la actuación de la fuerza pública, bajo el pretexto de hacer respetar el Estado de Derecho y mantener el orden, la paz y la armonía entre los mexicanos, pero con un lamentable derramamiento de sangre y pérdida de vidas humanas que no se justifican. ¿Por qué hasta ahora esa demostración de fuerza contra los trabajadores en Lázaro Cárdenas, Michoacán y grupos sociales organizados en el Estado de México?

Quienes hoy apelan a la necesidad de hacer valer el Estado de Derecho son los mismos que olvidan permanentemente el imprescindible ingrediente social, esto es, que no basta con la aplicación a raja tabla de la Ley o con hacer uso de la fuerza pública, sino que se requiere la capacidad de generar condiciones de convivencia pacífica a partir del adecuado funcionamiento de las instituciones, que permita a su vez garantizar a la población los mínimos básicos de bienestar. Esto no fue entendido a tiempo por quienes hoy son responsables de la conducción del Estado, pues basta recordar aquel famoso “¿Y yo por qué?” del presidente de la República que se convirtió en una constante frente a la disyuntiva de tomar importantes decisiones relacionadas con la buena marcha del país. Si el señor Vicente Fox hubiera asumido el papel de Jefe de Estado y aprovechado la gran legitimidad con la que llegó al poder, no habría permitido que el narcotráfico llegara a los niveles en que se encuentra, no habría cobijado a líderes sindicales corruptos, entre los que se cuenta al de los mineros que hoy desconoce, ni habría doblado las manos frente a los macheteros de Atenco que se opusieron a la construcción del Aeropuerto en Texcoco. Pero tampoco hubiera protegido a gobernadores sinvergüenzas de su partido como Sergio Estrada Cajigal de Morelos, ni defendido a los hijos de Doña Martha que están acusados de hacer jugosos negocios a partir del tráfico de influencias o del manejo privilegiado de información que poseen por la cercanía al poder

Pero, aunado a lo anterior, también está el uso faccioso que el presidente Fox ha hecho de las instituciones del Estado para golpear y buscar eliminar a sus adversarios políticos. Todo ello fue generando la impresión de que Don Vicente había decidido dejar de ser Jefe de Estado y presidente de todos los mexicanos, para convertirse en jefe de campaña del candidato presidencial del Partido Acción Nacional, con los graves riesgos que esto implicaba, pues se estaban mandando señales de falta de liderazgo en la conducción del Estado hacia los cárteles del narcotráfico, los grupos de poder y los actores políticos. En esa circunstancia se fue incubando el actual estado de cosas caracterizado por la violencia, pues nunca como ahora se habían presentado tantas ejecuciones en distintos estados de la república y tenía tiempo que no se vivían campañas de guerra sucia como actualmente se están impulsando desde el primer círculo del poder, ni se habían visto los excesos en el uso de la fuerza pública contra algunos sectores de la población como los ocurridos recientemente, dejando un saldo de varios muertos, decenas de heridos, centenares de detenidos y múltiples violaciones a los derechos humanos.

Entiendo la importancia de salvaguardar el orden en la sociedad y garantizar que se respete el Estado de Derecho. Además, de ninguna manera se pueden justificar los excesos de violencia contra varios policías que, ya inconscientes, fueron salvajemente golpeados por algunos pobladores de Atenco, según se pudo apreciar por los medios electrónicos de comunicación. Pero la respuesta brutal de la fuerza pública, donde frente a las cámaras de televisión los policías literalmente molieron a toletazos a ciudadanos, catearon domicilios indiscriminadamente, secuestraron mujeres e hicieron alarde de su superioridad numérica y poderío, nos hizo recordar los peores tiempos de la represión Diazordacista y de Luis Echeverría. Pero también nos hace pensar en la nada remota posibilidad de que tal despliegue de fuerza frente a los medios, sea una estrategia de las gentes de línea dura (entiéndase miembros del Yunque) que están llenando el vacío que deja el presidente en campaña, queriendo ligar las acciones de violencia institucionalizada al slogan de Mano Firme del candidato Felipe Calderón, con el objeto de apuntalar su campaña.

La estrategia mencionada se orienta también a inducir el miedo, generar desconfianza en la política y desalentar el voto ciudadano. Ello, vinculado al activismo presidencial contra López Obrador y a favor de Calderón, así como el uso electorero de programas de Gobierno, cuyas evidencias se empiezan a divulgar en revistas de circulación nacional, nos lleva a la conclusión de que estamos frente a la intentona de una elección de Estado como en los peores tiempos también del antiguo régimen priista, para conservar el poder a toda costa con el propósito de cuidar las espaldas del presidente Fox y su familia, así como corresponder a los que están financiando la campaña panista. Por lo señalado, me declaro convencido que violencia y elección de Estado es una mala combinación que puede traer graves consecuencias para el futuro del país.

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