Si me preguntaran qué caracterizó al Gobierno de Fox, sin pensarlo diría que sus constantes desencuentros con los miembros del Poder Legislativo. Su raquítica capacidad negociadora, la falta de pericia de su ex secretario de Gobernación para mantener la concordia y sobre todo, la permanente consigna de los partidos opositores para oponerse a cualquier iniciativa presidencial, fueron un freno para el desarrollo de nuestro país.
Durante este sexenio una pregunta me atormentó y todavía no he encontrado respuesta: ¿Qué es mejor? ¿Un Congreso plural pero que frena el desarrollo? ¿O un Congreso dominado por un solo partido dedicado a satisfacer los caprichos del gobernante en turno?
En estos días próximos a la elección, he pensado que lo mejor es que ninguna fuerza política tenga mayoría en el Congreso, pues eso permite mayor pluralidad política y significa, sobre todo, un contrapeso al Poder Ejecutivo. Sin embargo, he reflexionado también en la conveniencia de que el Congreso sea dominado por el partido en el poder, pues se ha demostrado que solamente así pueden realizarse las obras propuestas por los gobernantes.
No dudaría en asegurar que la primera opción es la más recomendable para un pueblo que se caracterice por la madurez de sus legisladores, sin embargo, tomando en cuenta las características de los diputados de México, es difícil pensar que sean poseedores de una conciencia social y un compromiso democrático.
Por desgracia, los diputados mexicanos tienen una idea escasa de lo que significa formar parte de la Oposición, pues creen que esto se traduce en llevar la contraria a todo lo que propone el presidente de la República.
Durante este sexenio, dicha situación se tornó realmente enfermiza, pues bastaba que Vicente Fox hiciera una propuesta, para que los diputados priistas y perredistas retiraran automáticamente el apoyo a sus proyectos sin detenerse siquiera a evaluar los beneficios que podrían traer dichos planes.
Tal parece que los legisladores de la Oposición entendieron como una de sus obligaciones bloquear toda iniciativa del Gobierno Federal, sin darse cuenta que con ello bloqueaban también el desarrollo de México.
Por eso, a unos días de renovar al Congreso de la Unión y de elegir al nuevo presidente de la República, debemos pensar qué es lo más conveniente para nuestro México.
Es triste, pero es muy difícil determinar qué tipo de Congreso nos conviene. Por eso, después de sesudas reflexiones, he llegado a la conclusión de que México sólo se vería beneficiado si los legisladores fueran ciudadanos realmente capaces y sin afiliación partidista.
Los diputados mexicanos muy poco toman en cuenta a los intereses de todos nosotros y el afán de fortalecer a sus partidos, los ciega al grado de bloquear el desarrollo del país.
Por eso debemos arrebatar a los legisladores el poder que un mal día depositamos en ellos y así ponerlo en manos de ciudadanos comprometidos con el bienestar de México.
Hoy, el poder es nuestro. Aprovechemos la oportunidad que este proceso electoral nos ofrece para erradicar la plaga de aquellos diputados que, lejos de pensar en el desarrollo de México, sólo se ocupan de su propio bienestar y el de sus partidos.
javier_fuentes@hotmail.com