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Vuelo 270 de Aeroméxico | Addenda

Germán Froto y Madariaga

Aquella mañana me levanté temprano y de buen humor. Volvía a casa después de estar varios días en la Ciudad de México.

Además, llegaría a tiempo para celebrar un aniversario más de mi buen amigo Íñigo, ?entrañable compañero del camino desde los primeros kilómetros?.

No todos los días se llega a la edad del diez limpio (número que ni él ni yo conocimos en nuestras calificaciones de primaria). Esta fecha es la mitad de esa década en la que lo presuntamente trascendente deja de ser importante y nos concentramos en lo cotidiano; en las pequeñas cosas que nos reportan grandes satisfacciones.

Llegué con toda anticipación al aeropuerto para evitar cualquier contratiempo. Pero como decía Albert Einstein, palabras más palabras menos: El universo y la estupidez humana son finitos... Pero no estoy seguro de que la segunda lo sea.

Mi estupidez va más allá, con lo que se resuelve la duda del despistado Albert. Porque confié en las pantallas del aeropuerto y de manera específica en los anuncios de los vuelos de esta compañía que nos tuvo cautivos hasta hace unos cuantos días.

Dicho sea de paso y sin ánimo de venganza, porque ésta no la conozco: Ahora que comenzó a volar Click a esta nuestra ciudad y que Aeroméxico bajó sus precios a la mitad, deberíamos procurar volar sólo en esa línea de Mexicana, como represalia por el tiempo en que la otra nos cobró lo que le dio su gana. ¿Por qué no bajó antes los precios?

El caso es que me apersoné en la sala B del aeropuerto a buena hora e iba a verificar a intervalos el tablero de avisos para ver en qué sala debería abordar el vuelo.

Nadie me dijo que como el avión se coloca en una plataforma remota, en el pase de abordar se señala la sala en que tiene que estar uno a determinada hora, de suerte tal que para cuando pregunté qué pasaba con ese vuelo y por qué no aparecía en el tablero el anuncio correspondiente, puesto que ahí sólo se señalaba la sala B en la que debía esperar y que el vuelo estaba a tiempo, simplemente se me informó que el vuelo ya no lo podía abordar pues los pasajeros habían sido trasladados hacía unos minutos hasta ese remoto lugar de las pistas.

Fue entonces cuando me hicieron ver que en el pase de abordar estaba la malhadada indicación y que no debí confiarme del tablero porque ?ahí no se anuncian esos vuelos?.

¿Y mi equipaje? ?Tiene usted que reclamarlo en el mostrador que se encuentra a su mano izquierda bajando las escaleras?, se me indicó.

Trabajando la paciencia y la tolerancia me dirigí a ese mostrador, sólo para que me dijeran que tenía que esperar cuando menos media hora para recibir de vuelta mi maleta.

Entre tanto, fui a conseguir un nuevo boleto para el vuelo de la noche rogándole a Dios que no me salieran con que ?ya no había lugares?. Favorablemente quedaban algunos y me asignaron sitio en ese vuelo.

Un poco más resignado intenté volver por la ruta más corta hasta el mostrador donde me entregarían mi equipaje, sólo para que una dama con uniforme de seguridad, un quepí de bacinica invertida y cejas pintadas como ?La Gurrumina?, me dijera que tenía que pasar nuevamente por el puesto de revisión, porque por ahí no podía entrar.

?Pero si el escritorio está ahí?, le dije; pues a unos cuantos pasos se encontraba el sitio donde habían quedado de hacerme la entrega.

?Lo sintemos?, respondió la gendarma, ?tiene asté que dar la güelta?.

?¿Pero cómo...??, repliqué. ?Si quiere le dejo aquí mis cosas y en cinco minutos estoy de regreso?.

?No sipuede siñor. Ansina son las reglas?.

?Pero señorita, me va a hacer que me saque otra vez todas las cosas que traigo en las bolsas del pantalón, que saque también la computadora para demostrar que no lleva adentro explosivos, quitarme los zapatos de punta de acero, preciado regalo de John Deere (que bien me protegen de los pisotones), poner en riesgo la pluma Montblanc que me regaló Claudia y que a ojos vista es observada con codicia por los guardias de las bandas, mostrar el crucifijo milagroso que con tanto cariño me dio mi madre y que sólo me quito cuando voy a hacer obra de varón?.

?Ya li dije. Ansina son las reglas?; me respondió secamente.

Recordando a Sócrates me resigné a ?beber la cicuta? y me encaminé de nuevo a los puntos de acceso para reingresar a la sala, recoger mi equipaje, documentarlo ahora en el vuelo de la noche y atravesarme a comer en algún restaurante del Camino Real, en donde esto escribo, al tiempo que veo cómo va perdiendo México ante Francia.

Favorablemente traigo conmigo ?La Sombra del Viento?, de Carlos Ruiz Zafón y su lectura me permitirá menguar la estulticia de Aeroméxico, mi propia estupidez y la inflexibilidad de las reglas aeroportuarias estrictamente aplicadas por ?La Gurrumina?.

Ahora, mientras se llega la hora de volar, aprovecho el tiempo para avanzar en la lectura de esa deliciosas novela lo cual me hace sentir un poco menos estúpido. Pero sólo un poco menos.

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