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2008

Diálogo

Yamil Darwich

Los seres humanos poseemos un reloj biológico que nos deja medir el tiempo: en ciclos exactos, como puede ser el segundo o siglo; inexactos, para los que utilizamos palabras tales como “pronto” o “rápidamente”.

La vida es así, siempre con un proceso que inicia con la fecundación hasta llegar al nacimiento, luego crecimiento, siguiendo maduración, multiplicación, senectud y finalmente la muerte. “Nacer, crecer, reproducirse y morir” orden de la vida que aprendemos en los cursos de biología.

Pero hay otras medidas que utilizamos: noche y día, principio y fin, o el “eterno continuo”, representado con una serpiente que, en círculo, acaba por morderse la propia cola, simbolizando la imperturbable continuidad.

Para definir lapsos importantes de vida tenemos medidas tales como la edad, los lustros –por del trabajo de las legiones romanas, que cada cinco años pulían armas y escudos– o decenios, periodos que nos ayudan a sumar siglos. Podemos seguir con centurias y milenios, más allá, son medidas difíciles de comprender.

Ésa sería una simple explicación del porqué celebrar el fin del año y llegada de uno nuevo. Los seres humanos comprendieron que los ciclos de la vida eran propicios para actividades diversas, caso de la siembra al inicio de la primavera o preparar la sobrevivencia durante el invierno. La justificación de los eventos naturales tenía una explicación mágica, de dioses; así, consecuentemente, vinieron las tradiciones y creencias de las culturas.

Los babilonios lo memoraban desde hace 4000 años, dedicando 11 días al regocijo y alegría; para los egipcios era preludio de la llegada de las “crecientes” del río Nilo y con ellas, el limo que arrastraban para hacer fecundas las tierras e iniciar el sembrado; los romanos festejaban al Dios Sol Invicto, igual que los Persas que veneraban a Yalda con el solsticio invernal. Que los israelíes y sus primos árabes tomarán la tradición era sólo un paso, aunque la Iglesia Cristiana Primitiva diera su particular visión, basada en los textos de evangelistas y profetas, herencia que nos llega hasta el siglo XXI, como un festejo agradable y de renovación de propósitos.

El ciclo de doce meses, un año, es un buen lapso para medir avances en la vida personal, social o de negocios, no es tan prolongado que propicie al desgaste, ni tan corto como para impedir alcanzar buenos resultados. El día de cambio de año tiene horas adecuadas para hacer un inventario personal y establecer nuevos compromisos de mejoría. Desde luego que hay bromistas que hablan del periodo “Lupe Reyes”, justificando las fiestas que inician con el 12 de diciembre y terminan con la llegada de los Reyes Magos, aunque justo recordar: nos queda un último festejo de temporada, la “Candelaria” del 2 de febrero. ¡Qué babilonios ni que nada”!

Las cábalas y prejuicios están presentes en esa temporada, cuyos orígenes se pierden en el tiempo y las historias de las culturas: las 12 uvas, comidas deprisa en los primeros segundos del año, garantizan buena suerte y éxito en las empresas propuestas, aunque algunos dicen que la tradición inició en España, cuando unos vinateros descubrieron que aún tenían muchas uvas en los silos y podían desperdiciarse.

No pocas damitas laguneras se vestirán con ropa interior de color rojo o amarillo, el segundo agregado recientemente por comerciantes que buscaban alternativas de mayor venta. Salir de casa cargando maletas será otra posibilidad de hacer el viaje anhelado; otros, más materializados, tomarán un fajo de billetes en sus manos para garantizar que no falten y así poder atender sus necesidades y hasta caprichos, como “turistear”.

La tradición de darse un buen baño, preferentemente con esencias aromatizadas, un buen corte de pelo y hasta cambiar de imagen se ha ido olvidando poco a poco, conforme han sido establecidos como prerrequisitos de asistencia a alguna cena de gala, con orquesta de baile incluida.

Los venezolanos comen lentejas; los anglos de EUA encienden velas; los alemanes siguen con su proceso adivinatorio de dejar caer gotas de plomo en agua y ver qué les dicen sobre el futuro las figuras formadas; los escoceses beben whiskey y comen pasteles de avena, a la vez que ruedan barriles ardiendo en las calles; las rumanas solteras prenden velas para ver en algún pozo oscuro y tratar de descubrir la imagen del futuro esposo; y los brasileños festejan en las playas, en su Iemanja.

Usted ya conoce las costumbres de las diferentes etnias de nuestro país, siempre orientadas a los buenos propósitos de año nuevo. Habrá quienes ya decidieron dejar de beber alcohol o fumar; otros prometerán ordenar sus finanzas familiares; algunos más portarse mejor con la pareja e hijos; todos, proponiéndonos ser mejores personas en el año 2008. Mis mejores deseos para usted y sus seres queridos esperando logre todo lo planeado.

ydarwich@ual.mx

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