Don Fernando Ibarra será homenajeado con un festival taurino por sus 50 años dentro de la fiesta brava. (Fotografías de Ángel Padilla)
Fernando Ibarra Favela, toda una vida dedicada a los toros.
TORREÓN, COAH.- Corría el año de 1957, justo un 16 de agosto, cuando un joven lleno de sueños, de grandeza y hambre de triunfo, debutaba como novillero en la Placita de Vigas, situada en Boca del Río Veracruz.
El cartel de esa ocasión era integrado por Salvador Rivera, Manolo García, Moisés Murguía “Monaguillo” y, desde luego, el debutante, quien responde al nombre de Sergio Fernando Ibarra Favela.
Así inició una historia de constante lucha por lograr el anhelado triunfo que lo llevara a la posible alternativa. En su camino alternó con Gabino Aguilar, quien posteriormente se convirtió en matador de toros.
A su regreso a La Laguna, le tocó alternar con otros aspirantes a figuras como Ricardo Castro, quien apenas iniciaba su camino al estrellato, así como Javier Samaniego, entre otros que a base de gran esfuerzo se abrían paso en el difícil camino de la fiesta brava.
Fernando Ibarra continuó su andar en los ruedos laguneros y el campo bravo, y entre los festejos recuerda uno que tuvo en 1958 en la Plaza Salvador Barrera de Ciudad Lerdo, al lado de Paco Soto y Ernesto Guevara.
Lo mejor de su carrera como novillero llegó cuando el sacerdote David Hernández le concede la oportunidad de alternar en la Plaza de Toros Torreón con Manolo Martínez, quien posteriormente se convertiría en la gran leyenda del toreo mexicano.
Un sonado triunfo obtuvo ahí Fernando Ibarra y ello le permitió ser llamado a presentarse en la Plaza Aurora de la capital mexicana en 1965. El difícil andar del novillero en busca de las oportunidades continuó en los siguientes años, al tocar puertas donde quiera que se tenía la posibilidad de ser parte de un cartel.
Otro de sus sueños se cumplió cuando en 1969 se abrieron para él las puertas de la Plaza de Toros México, sin lugar a dudas el escenario más importante de la fiesta brava en el país y de los más representativos a nivel mundial.
Posteriormente recorrió infinidad de plazas en la Capital, entre ellas el Toreo de Cuatro Caminos, el Lienzo Charro de Ejército Nacional, el Lienzo Charro de Atzcapotzalco, el Cortijo de Isunza y otros escenarios situados en poblaciones cercanas al Distrito Federal.
La buena marcha de este novillero se vio cortada de tajo en la Plaza de Toros La Aurora, luego de que un astado de Armillita materialmente le partió el bajo vientre y lo puso al borde de la muerte.
Otros de los percances sufridos por este novillero fueron en la ganadería zacatecana de Vívoras, propiedad del general Anacleto López, así como en otra ganadería en Celaya, Guanajuato, donde un toro le provocó una fuerte lesión en una vértebra.
También en Celaya recibió una cornada limpia en el tercio inferior de la pierna derecha.
Ante esta situación, debió tomar la decisión más grande de su carrera, dejar la fiesta brava para dedicarse a otros menesteres, de ahí que su última aparición en los ruedos ocurrió en Ciudad Juárez, Chihuahua, en 1970.
Sin embargo, su pasión por la fiesta brava estaba muy lejos de morir, y aunque la decisión del retiro la había tomado a conciencia, al poco tiempo incursionó como banderillero y picador.
La vida le deparaba una sorpresa más, siempre dentro de la fiesta brava, al ser invitado por Salvador Pulido Flores, hombre íntimamente ligado a los medios de comunicación, quien producía un programa de televisión en un medio local, quien lo invitó a colaborar.
Previamente había estado ya en una estación de radio en Parral, Chihuahua, cuya experiencia le fue de vital importancia para obtener su licencia de cronista y comentarista taurino en 1985, actividad que al paso de los años ha desarrollado y lo ha situado como uno de los personajes más representativos de la tauromaquia.
La sangre torera de don Fernando Ibarra ha dado sus frutos y dos de sus hijos han incursionado en las fiestas bravas, uno de ellos Juan Manuel Ibarra, quien hizo carrera de novillero y fue reconocido como el “As de Oros”, aunque no pudo lograr su alternativa.
El segundo de sus hijos, José Miguel Ibarra “Joseli”, después de vivir una odisea similar a la de su padre, donde las alegrías y los sinsabores de esta profesión no estuvieron exentas, logró cristalizar hace poco más de dos años la ilusión de convertirse en matador de toros, un logro que el propio don Fernando Ibarra considera como propio, al valorar en su real dimensión este tipo de conquistas, producto de años y años de soñar, de picar piedra, de tocar puertas, de soportar los golpes y cornadas de los toros, pero siempre con la frente en todo lo alto.
Así, después de 50 años de trayectoria taurina, los mismos sueños e ilusiones siguen vigentes en quien cree firmemente en la magia de la fiesta brava y ve siempre hacia delante.