Integrantes de la sociedad civil Las Abejas y de organizaciones de Derechos Humanos propusieron ayer la creación de una Comisión de la Verdad para el caso Acteal, en el segundo día de trabajos del Encuentro Nacional contra la impunidad, que se desarrolla en Chenaló, Chiapas, con la asistencia del obispo emérito, Samuel Ruiz y de Saltillo, Raúl Vera. (Fotografías de El Universal)
Las Abejas, organización independiente de productores, decidió en diciembre de 1997 sacrificarse y morir, si se lograba la paz en Los Altos de Chiapas. En una noche, 45 niños, mujeres y hombres fueron masacrados, pero todo fue en vano.
La sociedad civil Las Abejas, una organización independiente de productores rurales, pagó con 45 muertos la casualidad geográfica que situó a sus integrantes, en diciembre de 1997, en medio de un campo de batalla que se disputaban grupos civiles armados y militantes zapatistas. A 10 años de los hechos, por las heridas de aquella matanza sigue fluyendo la polémica.
Las Abejas no eran el blanco original del ataque, pero al ser advertidos horas antes de la llegada de grupos armados, decidieron permanecer en el lugar a petición del catequista Alonso Vázquez Gómez, quien, según uno de sus hijos -sobreviviente de la matanza-, estaba dispuesto a morir si con ello se hacía la paz en la región.
La masacre del 22 de diciembre de 1997 fue el punto culminante de los enfrentamientos iniciados en 1995, un año después del surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), entre zapatistas y militantes de los partidos Revolucionario Institucional y Frente Cardenista, que organizaron grupos civiles armados para resistir y frenar la expansión del zapatismo.
En los dos años siguientes, la violencia generada por ambos bandos se expresó en emboscadas, asesinatos, quema de cosechas, robo de ganado e incendio de casas que desplazaron a comunidades enteras de sus territorios. El municipio de Chenalhó no fue ajeno al fenómeno de los grupos armados. A fines de 1997, los enfrentamientos habían obligado a residentes de las comunidades de Tzajalucum, Chimix y Quextic, integrantes de Las Abejas, a refugiarse en Acteal, asentándose a 200 metros del campamento zapatista de Pohló (ambos poblados de Chenalhó).
A 10 años de la masacre, María Santiz Gómez, una sobreviviente de la tragedia, revela un ángulo no difundido hasta ahora: el de que Las Abejas no era el blanco inicial del ataque, aunque a la postre se convirtieron en las principales víctimas.
“Vinieron los paramilitares, los priistas; pero no por Las Abejas. Vinieron a atacar a los zapatistas que estaban aquí al lado, en la escuela. Como no pudieron entrar, llegaron aquí y se desquitaron con nosotros”, relata.
El rostro de la indígena tzotzil se ensombrece mientras revive en su memoria la matanza ocurrida ese 22 de diciembre, en la que uno de los grupos civiles armados que operaba en la región asesinó a 45 tzotziles (la mayoría mujeres y niños) pertenecientes a Las Abejas, cuando 300 de sus integrantes realizaban una jornada de ayuno y oración en la pequeña ermita de madera de la comunidad.
La organización se había creado en 1992, proclamándose desde entonces como un movimiento pacífico.
“Los priistas entraron disparando, pero como los zapatistas también cuentan con armas también echaban (tiros), también se enfrentaron. ¿Y qué hicieron los priistas? Vinieron aquí, donde estaban los hermanos, a desquitarse. Ahí murió mi difunto suegro, mi cuñado y tres de mis sobrinos”, narra con la voz apagada por la tristeza.
La mujer también admite que Las Abejas fueron alertados por uno de sus integrantes, horas antes de la llegada de los supuestos paramilitares, pese a lo cual decidieron permanecer en un área que estaba a punto de convertirse en campo de batalla. “El difunto Alonso reunió a su gente y dijo que no se iban, que se quedaban a orar y a ayunar por la paz”.
EL ORIGEN DEL ‘GRUPO DE AUTODEFENSA’
Roberto Méndez Gutiérrez y Lorenzo Pérez Vázquez (también indígenas tzotziles) confesos y sentenciados por la matanza, remontan a 1995 el inicio de las hostilidades con los zapatistas de Polhó, que cobraron víctimas de uno y otro bando, aunque hasta antes de Acteal el mayor número de bajas correspondía a su grupo, afirman.
El grupo que atacó Acteal se formó en la comunidad de Los Chorros a iniciativa del priista Antonio Santiz López, quien organizó una colecta para comprar armas y detener el avance de los zapatistas, que habían constituido el Concejo Autónomo de Polhó y establecido un Gobierno independiente dentro del territorio del ayuntamiento de Chenalhó, relatan Roberto y Lorenzo en entrevista.
Detallan que a mediados de septiembre de 1997, tres meses antes de la matanza, Alfonso López Luna, comisariado de la colonia Miguel Utrilla Los Chorros (perteneciente a Acteal), convocó a una reunión urgente en la cual Antonio Santiz López, “quien tenía un poco más de dinero”, preguntó si las autoridades iban a defender a la gente o a quedarse con las manos cruzadas, pues él ya tenía su defensa, “un cuerno de chivo”.
Santiz López, quien nunca fue procesado por su participación en la masacre, propuso organizar a la gente de la comunidad, unos 400 indígenas tzotziles y tzeltales, aceptaron aportar 100 pesos cada uno para comprar armas en San Cristóbal de las Casas.
Los dos indígenas refieren así el origen del “grupo de autodefensa” -nunca se asumen como paramilitares- que en los días siguientes se hizo de 10 armas: tres de ellas compradas en San Cristóbal con 12 mil pesos reunidos en la colecta y organizaron guardias para vigilar su colonia.
Las Abejas y organizaciones de derechos humanos aseguran que el grupo era parte de la organización paramilitar Paz y Justicia y que su creación, como la de alrededor de 10 grupos más de ese tipo que operaban en Los Altos, eran parte de un plan contrainsurgente del Gobierno Federal, impulsado con ayuda del Ejército, para combatir al zapatismo.
Roberto asegura que no recibieron adiestramiento militar, y que fue un vecino de Los Chorros, Francisco Luna Guzmán, quien les enseñó cómo accionar las armas. Semanas después, relata, en octubre de 1997, se unió al grupo Pablo Hernández, un ex militar, quien les sugirió hacer trincheras para protegerse de eventuales ataques durante las guardias.
Luego de un choque con zapatistas en la mina de grava de Majomut, el 22 de septiembre, se comenzó a correr la voz en Chenalhó de que había un grupo en Los Chorros que podía enfrentar al EZLN, y las comunidades vecinas comenzaron a pedir apoyo a Santiz López, que tenía una cuota de 15 mil pesos por cada “intervención”.
Así pasaron varias semanas, hasta que el 19 de diciembre el grupo de Los Chorros fue llamado a la comunidad de Quextic (también perteneciente a Acteal) por Antonio Vázquez Secum, conocido priista de la comunidad, cuyo hijo, Agustín, había sido asesinado dos días antes presuntamente por zapatistas.
Las Abejas se habían declarado neutrales en esa guerra que se recrudecía. Los priistas y cardenistas, sin embargo, negaban esa neutralidad y los acusaban de participar por las noches en reuniones de las bases zapatistas.
UNA MASACRE ANUNCIADA
Horas antes de la matanza, los zapatistas y las abejas supieron que se preparaba el ataque contra Acteal.
Un integrante de la organización, que había sido retenido por los priistas, logró escapar y dar la alerta a sus compañeros en la madrugada del 22 de diciembre. Pero Alonso Vázquez Gómez, el catequista principal de Acteal y jefe de zona de la religión católica, convocó a sus compañeros a orar y a ayunar para detener la violencia, en lugar de buscar un sitio seguro.
“Estábamos rezando cerca de la capilla para que no hubiera guerra, era el segundo día de ayuno. No nos fuimos porque mi papá estaba dispuesto a morir. Dijo ‘si no nos morimos algunos de nosotros nunca se va a arreglar el problema’”, recuerda con una voz sin inflexiones Manuel Vázquez Luna, hijo del catequista.
Mientras enciende una vela ante la fotografía de sus padres y hermanas, el joven asegura que, ante el aviso del ataque, los zapatistas tranquilizaron a los integrantes de Las Abejas y les sugirieron quedarse “porque ellos iban a defendernos y a enfrentarse con los priistas”.
Diego Pérez Jiménez, presidente de la mesa directiva de Las Abejas, rechaza la versión de que los zapatistas ofrecieron defender a los desplazados: “No nos dijeron nada”, afirma, pero acepta, como sus compañeros, que la organización tuvo conocimiento del ataque horas antes, y que el blanco inicial era el campamento zapatista.
Manuel tenía 12 años cuando ocurrió la matanza en la que murieron sus padres y cinco de sus hermanas. También coincide en que el campamento zapatista era el objetivo de los grupos armados, “porque al parecer los zapatistas habían matado en Quextic al hijo de un millonario (Vázquez Secum)”.
EL HOMICIDIO QUE DESATÓ LA MATANZA
El asesinato de Agustín Vázquez desencadenó el ataque con que amenazaban desde principios de diciembre los presuntos paramilitares de la zona, atemorizando a los desplazados, según consta en testimonios de investigaciones que hizo entonces la Procuraduría General de la República (PGR).
En los días posteriores al asesinato, Antonio Vázquez reunió al grupo armado de priistas y cardenistas formado meses atrás en Los Chorros para enfrentar a los zapatistas, y les ofreció dinero para matar a los asesinos de su hijo.
La matanza se planeó un día antes, en la comunidad de Quextic, donde se acordó la estrategia para entrar a Acteal, en busca de los supuestos asesinos de Vázquez Secum.
Según el relato de Lorenzo, uno de los sentenciados, que consta en los expedientes del caso Acteal, nueve integrantes del “grupo de autodefensa” llegaron a Acteal alrededor de las 11:30.
Los atacantes se dividieron en dos grupos, para llegar a la escuela de Acteal, donde se encontraban los zapatistas, relata Roberto Méndez.
“Después nos dimos cuenta que la iglesia donde se reunían estaba rodeada de varias cuevas (su compañero utiliza el término de trincheras en su relato) y por eso nosotros atacamos alrededor de la iglesia, más afuera de donde se encontraron las cuevas... nunca fuimos como se dice, a masacrar gente, niños y mujeres, sino que con quien nos enfrentamos fueron zapatistas encapuchados”, detalla Lorenzo. Roberto asegura que nueve zapatistas, encapuchados y vestidos de negro, quedaron muertos en el lugar.
Algunas de las víctimas trataron de huir y fueron perseguidas por los agresores. El tiroteo se prolongó hasta las cuatro o cinco de la tarde, según el relato de los sobrevivientes, sin que ni los policías ni los soldados de la Base de Operaciones Mixta, cercana al lugar de la masacre, intervinieran.
“Eran muchos. A mí me hirieron en la pierna, ahí murieron mi esposo y dos de mis hermanas. yo tardé como un año en recuperarme”, relata Catarina Vázquez Pérez, otra de las sobrevivientes, quien todavía tiembla al recordar ese 22 de diciembre.
Policías del destacamento de Seguridad Pública se habían refugiado en la cancha de basquetbol de la escuela de Acteal -a unos 200 metros de la ermita- y se limitaron a hacer disparos al aire para tratar de disuadir a los atacantes, observando la agresión sin intervenir.
“Eran muchos, no eran nueve. Nosotros hicimos un cálculo de más de 200, porque rodearon todo, no teníamos salida. Aquí entraron unos 40 ó 50 a hacer la masacre, creemos; los demás se quedaron disparando. No eran ‘autodefensas’, eran paramilitares”, sostiene Diego Pérez Jiménez, el dirigente de Las Abejas.