BANDERAZO DE SALIDA.- Había en Nueva York un hombre que parecía estrenar un smoking cada noche. Ese hombre, extremadamente educado y pulcro, era John Perona, dueño del Club Morocco... Junto con el Stork Club y el Club 18, el Morocco llenó toda una época en Nueva York, en los años dorados en que Hollywood era un imperio, y Broadway la zona de los máximos espectáculos... El Morocco se encontraba en el 307 de la calle 54, y en su planta alta funcionaba el también muy famoso Champagne Room, para gente que no gustaba dejarse ver.
CURVA PELIGROSA.- Era la época en que todos los buenos clubes nocturnos competían por tener a las mejores orquestas, a los cantantes de mejor voz, y a las coristas más pellizcables... Howard Hughes solía ir al Morocco, y por allí también andaban Zsa Zsa Gabor, Errol Flynn, Humphrey Borgart, los jóvenes Kennedy, Richard Nixon y su esposa Pat, Aristóteles Onassis, Cary Grant y, por supuesto, la crema y nata de la alta sociedad neoyorkina como los Whtiney, los Vanderbilt, los Astor... En el Morocco uno podía hacerse famoso sólo con lograr los autógrafos de las grandes personalidades que iban allí.
RECTA FINAL.- Tan sólo en la noche de su inauguración, estuvieron allí tantas caras conocidas del mundo artístico, social y de la farándula, que los periódicos la llamaron “La noche de las estrellas refulgentes”... Una de las bases del éxito del Morocco fue su maitre, un hombrecito menudo apellidado Lewis, que gastaba sus horas libres en leer todos los chismes de cine y sociedad... Gracias a eso, siempre supo dónde sentar a cada quien sin cometer el error, por ejemplo, de colocar cerca de la primera a la tercera esposa de Eliot Roosevelt... También sabía descubrir a las estrellitas de cine que comenzaban, y que iban allí para tratar de impresionar a directores y productores, para sacarlas con discreción.
META.- Al Duque y a la Duquesa de Windsor les gustaba ir al Champagne Room a escuchar soñadoramente a los violinistas. Y cuando un joven periodista que quería tener una buena nota supo que estaban allí, corrió al club para entrevistarlos. Cuando llegó, los personajes acababan de salir... Otro periodista, que estaba allí para lo mismo, le dijo en broma al primero que se sentara en la silla que había ocupado el Duque, para ver lo que se sentía... El reportero lo hizo y exclamó: ¡Pero si todavía está caliente! Y con esa impresión corrió al teléfono y narró todo al redactor de guardia. Al día siguiente. El Washington Post destacó la noticia diciendo que el joven reportero, John Steinbeck, que años después ganaría el Premio Nobel de Literatura, había encontrado una nueva forma de hacer periodismo.