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A la ciudadanía|Saludamos con sombrero ajeno

Magdalena Briones Navarro

Los mexicanos nos vestimos de luces culturalmente con lo que se ha conservado de las espléndidas civilizaciones indígenas del pasado. Política y más tardíamente, nos engalana la figura, también indígena y enorme de Don Benito Juárez. ¿De dónde surge pues el desprecio, casi asco por los indígenas en muchos mexicanos actuales? ¿Es porque los indígenas vinieron a menos? ¿Es porque ningún político indio ha surgido del tamaño y temple del Benemérito de las Américas?

Los imperios, no importa cuál, para señorear al vencido destrozan su cultura e implantan la propia, con el resultado, por lo menos a este país, de la aparición de múltiples castas, la primera en rango y privilegios: la formada por los conquistadores, mandante sobre las restantes que no son incorporadas a las “excelencias de la nueva civilización” en forma igualitaria, sino para acatar la calidad que el amo les concede.

El despojo y humillación de los naturales fomentó en ellos un sentimiento de minusvalía, de abandono, de miedo y de rencor. ¿Es esto lo que ahora se detesta?

¿Qué ha pasado en el conjunto de nacionales posteriores a la Conquista y a la Independencia? ¿No hacemos lo mismo? Persisten los sentimientos de minusvalía, de rencor y la impotencia. ¿Somos merecedores también del desprecio de los poderosos, nacionales, foráneas y criollos?

Ahora no hay castas en pugna. Hay clases, fundamentalmente basadas en la diferencia de capital acumulado. Nos deslumbra el “Becerro de Oro”. La buena conciencia no se toma como coadyuvante de la paz espiritual; la creación, el trabajo meritorio son los que explota el sistema; la plenitud como seres humanos, todas tres son tonterías. Todos o casi todos trabajan en función del ídolo.

Nuestra triste condición cívica no es sólo culpa ajena, también es nuestra. La superación no vendrá evidenciando rencores e insatisfacciones, exige un esfuerzo de atención a lo que nos rodea y nos acontece como núcleo humano, de su estudio, debate y toma de decisiones.

Creo que la identidad nacional será endeble si sólo deriva de símbolos, por muy amados que sean, sino de la conciencia y valoración del otro ser humano como próximo idéntico.

El envolvente sistema mundial ejemplariza la posibilidad triunfadora de la acumulación, pero, excluye a quienes no la alcanzan, mayoría casi absoluta a la que explota sin límites igual que a la vida y bienes colectivos que la Tierra da.

El contrapeso de las buenas conciencias y la eticidad de muchos grupos no han sido suficientes para contrabalancear la descomposición social y ecológica que observamos por doquier.

La menguada educación que se imparte, enseña a deletrear, pero no a leer, que aleja del educando las matemáticas, la lógica, el civismo, hace posible la inadvertencia de las secuelas del hacer y del no hacer propios y ajenos. Es casi imposible la presencia cívica por falta de armas; sin crecimiento educacional a todos niveles, sin colectividad que apoye, la intención de hacerse presente en la coadyuvancia para una vida más justa y mejor, está de antemano derrotada.

Empobrecemos colectivamente nuestra nación a fuerza de una irresponsabilidad de proporciones cada vez mayores.

El territorio nacional, tan rico en vida, cada vez se estudia menos; se han cerrado por lo menos 64 campos experimentales, cinco CENID; los presupuestos para investigación han sido recortados. Así no se puede formular Planes de Manejo acertados y los errores serán más y mayores.

Ciudadano: si la Administración Pública ha llegado por no sé qué intereses, a cometer tales yerros, usted no lo permita. Lea, infórmese, pregunte y opóngase a todo lo que a la Patria -grande y chica- demerite. Exija estudios serios para lograr metas deseables, posibles y bondadosas para todo y para todos.

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