“La muchedumbre tiene muchas cabezas, pero poco cerebro”.
Thomas Fuller
Por la noche deben haber festejado. Salud, salud, lo hicimos. El orgullo debe haberlos invadido. Ufanos por su hazaña deben haber pensado que le hicieron un bien al país, envalentonados echaron la soga al cuello jalaron, a la una, a las dos y a las tres. El espectáculo llegó al clímax: Fox caía al piso, como Hussein. ¿De verdad son iguales? Ya en el piso, derribado, por qué no brincar sobre la pieza, escupirle o qué sé yo. La sensación debe haberles provocado algo de placer, perverso placer. La masa se impone con la marca de bestia que siempre lleva. Fox en el piso y ellos triunfadores de una simbólica batalla.
¿Ganamos algo? ¿Es hoy México mejor que antes de que cayera la absurda estatua, más justo, más próspero? ¿Acaso somos más libres? ¿En qué mejoramos? La imprudencia del ex presidente no puede ser mayor. Sus recientes apariciones en la televisión estadounidense son patéticas. Es un verdadero imprudente, irresponsable, vanidoso y me quedo corto. Hiere a México. El alcalde de Boca del Río actuó como una insensible comparsa. Colocar la estatua fue una provocación. Todo eso es cierto, pero la respuesta es igual de vil. Los juicios históricos no se ganan ni colocando ni derribando estatuas.
Por ser un acto violento en sí mismo es contrario a la política. Qué hubiera ocurrido si en lugar de simplemente tirar de la soga, se hubiera conformado un comité contrario al provocador y prematuro reconocimiento. Reuniones públicas de rechazo, manifiestos, solicitudes con firmas, entrevistas por radio y televisión, expresiones de repudio al ex presidente como reproducir sus célebres expresiones por altavoz, a la larga el alcalde hubiera tenido que dar marcha atrás. Pero la violencia, y se trata de un acto violento, nunca será defendible, es la antipolítica.
Como dijera el propio Fuller, el número de malhechores no autoriza el crimen y aunque este no fue un crimen si fue un acto repudiable por la violencia implícita. Se dirá, como muy frecuentemente, que la primera violencia provino del imprudente gobernante local que decidió colocar la estatua de Fox. Se trata de un argumento tan común como insostenible: como otro hizo algo que yo considero violento estoy autorizado a lo que sea. El único problema es que la Ley, a la que todos debemos someternos por convicción y conveniencia, no determina que colocar una estatua sea contrario a ella. Puede estar mal o bien que así sea, quizá debería conformarse una comité en Boca del Río, quizá exista y lo ignoro, para lograr así la aprobación de las distintas posturas ante el uso del espacio público. Pero ir a la acción directa es la antítesis de la democracia.
¿Quién los convocó? ¿Cómo llegaron allí a la misma hora y con la soga? ¿Fue un acto espontáneo o como se dice promovido por el PRI o el Gobierno local? Si piensan que se trata de una estrategia política están perdidos. Miguel Alemán, López Portillo, Fidel Velázquez pasaron por la misma imprudencia con los mismos resultados. Por ese camino los panistas de Hermosillo podrían echarle soga a Obregón a Calles y a otros sonorenses que vigilan la ciudad. Los anticlericales podrían lanzarse contra la Cruz de Acapulco o contra Cristo Rey en el cerro del Cubilete. A Lázaro Cárdenas que se lo encuentra uno en todas partes, podría estar amenazado. Con esa “estrategia” los priistas o perredistas de la Ciudad de México podrían derribar la estatua de Clouthier en Insurgentes Sur y ya encarrerados por qué no echarle soga a la de Colosio en el Paseo de la Reforma. Los territorios del odio son vastos.
Nos guste o no Fox fue electo presidente por casi 16 millones de votos. Millones de ciudadanos festejaron la alternancia. Fue y es un imprudente. Polarizó al país, envenenó la política y generó una parálisis que se paga hoy con miseria. Su gestión fue, en mi opinión, un desastre y su retiro está siendo peor. Pero eso no da derecho a la intolerancia. México está invadido de intolerancia. Canetti las llama masas de acoso, grupos humanos que envalentonados por el anonimato se presentan en cualquier acto público al que asiste el presidente Calderón para irrumpir o también en presentaciones de libros (soy testigo) para, iracundos, lanzar insultos contra el autor y comentaristas, o por qué no en la Catedral contra el Cardenal. Amenazas por carta o por correo electrónico. El acoso se está convirtiendo en estrategia política con la desgracia de que el acoso lo único que genera es más intolerancia.
¿Cuál es el final de la historia? ¿Derribar todas las estatuas con las cuáles no están de acuerdo todos los mexicanos? ¿Aplaudir los actos violentos por cualquier inconformidad? Aceptar nuestro pasado y aprender de él es parte de la democracia. Porfirio Díaz, la Cristiada, el PRI o Fox no pueden ser enterrados, desaparecidos de la memoria nacional. Tenemos que convivir con nuestra historia y en todo caso erradicar la violencia, light o pesada.
Goethe decía que la multitud nunca adquiere sabiduría, siempre permanece en la infancia. Lo que estamos viendo no es una ampliación de las libertades sino lo contrario. Todos los mexicanos estamos amenazados por esta nueva moda: el acoso. Los actos violentos, sean tirar una estatua o poner una bomba, deben recibir rechazo unánime. Ese monstruo nunca acaba. Si el PRI local convocó, el nacional debe rechazar el acto, si fue una turba enardecida peor aún, foxistas o anti foxistas la agresión debe ser vista como un acto que amenaza nuestra vida política. Que el sabor de la venganza no nos empalague. La estatua de Fox fue una provocación. Verla en el piso es una vergüenza.