Fue una reunión con mucho protocolo, excesivas medidas de seguridad y escasos logros.
Al menos así se percibió desde el norte del país la cumbre entre los presidentes Felipe Calderón y George W. Bush.
Nadie esperaba gran cosa de este encuentro que significó la primera prueba de fuego para el presidente mexicano y quien dicho sea de paso, mantuvo su posición moderada y tibia hacia el Gobierno de Estados Unidos.
Quizá por ahora sea mejor así. Hace seis años el presidente Vicente Fox hizo gran alarde de su amistad con George W. Bush que nació cuando ambos eran gobernadores.
Lo invitó a su rancho en Guanajuato, pasearon a caballo, rieron a carcajadas, comieron antojitos mexicanos y lanzaron grandes promesas sobre el asunto migratorio.
Pero llegó el fatídico 11 de septiembre de 2001 además de las complicaciones propias de la política y aquella cercana amistad degeneró en una fría y distante relación que concluyó en el programa para la construcción de un nuevo y gigantesco muro fronterizo.
Nunca como en estos años del régimen de Bush se había complicado tanto la relación con México en el ámbito fronterizo y particularmente en el migratorio.
Nunca como en esta década creció tanto la hostilidad de las autoridades fronterizas en contra de los mexicanos y las agresiones de los grupos racistas como los Minutemen.
No obstante la relación comercial entre México y Estados Unidos ha llegado a niveles impresionantes. En 2006 el volumen de exportaciones e importaciones ascendió a 316 mil millones de dólares contra 176 mil millones del año 1997.
Lo mejor de ello es que México ha mantenido un superávit constante en los últimos años, en el 2006 fue del orden de los 77 mil millones de dólares.
Si a ello se suma la inversión de Estados Unidos en industria y turismo, además del disparo en las transferencias de nuestros paisanos, tenemos un panorama económico halagador, muy distinto al clima político que se respira en Washington y en las fronteras.
Calderón ha sido extremadamente cauteloso en su relación con Estados Unidos y George W. Bush. Desde su campaña bajó de tono al tema migratorio para centrar su atención en los asuntos económicos y de seguridad, especialmente el narcotráfico.
Pero la realidad es tan cruda que el problema de migración sale a flote todos los días y en cualquier lugar de México por la sencilla razón de que el flujo de mexicanos a Estados Unidos es masivo, constante e imparable.
En una frase afortunada, Calderón sostuvo que “por decreto no se detendrá la migración”.
Bush ha expresado una y otra vez su interés de alcanzar la reforma migratoria, según versiones periodísticas en las últimas semanas realizó personalmente una campaña intensa de persuasión entre los sectores políticos de su país para promover su propuesta.
Al presidente Bush le quedan todavía casi dos años de mandato y aún cuando su popularidad anda de capa caída hay que aprovechar su disposición por una nueva Ley.
Su propuesta no es la más adecuada porque no contempla la amnistía sino una legalización parcial y en algunos casos temporal de los millones de indocumentados que viven y laboran en territorio norteamericano.
Pero para estos inmigrantes el plan Bush es mil veces mejor a seguir en el actual limbo legal, por lo mismo resulta por demás oportuno que México a través de su Gobierno y sus sectores respalden los esfuerzos para solucionar este complejo y añejo problema social.
A estas alturas Calderón tendrá que actuar con mayor asertividad si de veras quiere apoyar a Bush en su intento por derrotar a los grupos xenofóbicos que se oponen a la reforma migratoria.
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