Cuenta la leyenda, que los santos Reyes le llevaron al niño: oro, incienso y mirra.
De ahí se desprende la costumbre de que los santos Reyes suelen traer en este día regalos a los niños, como lo hicieron el día del nacimiento del Niño Dios.
Pero un día como hoy, hace treinta años, los reyes magos no me trajeron nada. Al contrario, ese día me quitaron. Me quitaron a mi padre, quien después de haber compartido con nosotros la rosca de Reyes, dio el paso definitivo para marcharse de este mundo.
No obstante ello, cuando me siento como ahora a reflexionar sobre ese hecho, me doy cuenta que don Ricardo se fue cuando tenía que irse.
Después de una vida intensa y plena, su corazón no resistió más y se paró.
Aquella noche rió a carcajadas y después se fue a dormir para siempre.
No obstante lo anterior, durante muchos años él y mi madre se encargaron de que cada día de Reyes en nuestras botas de Navidad aparecieran muchos dulces y chocolates.
Regalos ya no aparecían, porque ésos nos habían sido entregados la noche de Navidad. Pero algo aparecía en señal de que aquellos magos del oriente nos tenían también presentes, aunque nosotros no hubiéramos hecho muchos méritos para ello.
Luego sólo quedaba pendiente una última festividad. La levantada del Niño, para lo cual mi madre preparaba deliciosos tamales a cuya confección todos ayudábamos.
Desde ir por la masa especial que preparaban en el molino cercano, hasta cocer la carne y preparar los tamales de carne y dulce con pasas y piñones.
No he vuelto a ver que alguien prepare tamales como antaño. Ahora todo mundo los compra o los manda a hacer. Y esto no es malo, pues hay lugares (como tamales y tamalitos) en donde los hacen excelentes.
Pero aquello era todo un rito, que por lo visto y oído ha desaparecido.
Ya he contado en otra ocasión cómo pasaron las cosas aquella noche en que murió mi padre, por lo que no creo conveniente repetirlo ahora.
Sólo recordaré lo mucho que nos dio a mis hermanos y a mí, aparte de la vida. De manera especial su empeño por que estudiáramos una carrera universitaria.
Como muchos padres suelen decir, el mío también nos repetía constantemente: estudien, porque es la única herencia que les dejaré.
Pero además, nos lo demostraba con su ejemplo, pues él, primero fue tenedor de libros, luego contador privado y después estudió la carrera para ser contador público.
Con su esfuerzo y apego al estudio nos enseñó que no hay otra forma de preparase en la vida, más que el apego a los libros.
Ninguno de nosotros dudó que había que estudiar una carrera universitaria y en mi familia todavía hay quienes siguen preparándose para alcanzar grados universitario superiores. A él le hubiera gustado saber que dentro de poco Lourdes podría alcanzar el grado de doctora.
Empeño, dedicación y rectitud. Tres cualidades sencillas, pero que dicen mucho en la vida de un hombre.
Hasta el último día de su vida trató de darnos lo mejor que estaba a su alcance.
Como un buen padre de familia, siempre se preocupó porque nada faltara en la casa.
No había abundancia. Pero tampoco carencias.
Y siempre nos mantuvo ilusiones como la de los Reyes Magos.
No puede uno pedir que nuestros seres queridos estén siempre con nosotros, porque eso es imposible. Pero sí puede uno pedir que estén a nuestro lado mientras tengan buena calidad de vida y nos puedan seguir formando.
Una vez cumplida su misión en la vida, ellos deben marcharse y no debemos aferrarnos a que permanezcan con nosotros.
Aquel siete de enero, los santos Reyes no me trajeron nada. Me quitaron mucho y dejaron un gran vacío que nunca he podido, ni podré, llenar.
Pero no me lamento de haberlo perdido. Al contrario, me alegro de haberlo podido disfrutar por tantos años.