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Adictos a los ansiolíticos

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El Universal

Según especialistas, la farmacología de cada droga, presión de compañeros, sufrimiento emocional, trastornos de ansiedad, depresión y estrés ambiental son todos factores que pueden desarrollar farmacodependencia.

Rivotril, Tafil y Lexotan son algunos de los fármacos más demandados actualmente por los consumidores.

Esa mañana Rosa María pisó a fondo el acelerador hasta chocar a 150 kilómetros por hora contra una pared. Siete operaciones en su rostro, en principio desfigurado, fueron necesarias para que volviera a ser quien fue. “Tuve una laguna mental, una de tantas que ya comenzaban a ocurrirme después de 33 años de consumir tranquilizantes, y no supe diferenciar el acelerador del freno. No fue sino hasta entonces que procuré ayuda psiquiátrica Hoy tengo 53 años. Siento que perdí gran parte de mi vida durmiendo, drogándome, evadiendo. Quería dormir para recobrar fuerzas, para aquietar la necesidad física que sentía por un hombre en particular.

“Yo no sabía que era una drogadicta, pero era consciente de que algo no andaba bien. Comencé a tomar ansiolíticos desde los 20 años, en principio por una desilusión amorosa e insomnio, que con el paso del tiempo se transformó en trastornos de ansiedad, tensión nerviosa, fobias y nerviosismo. La pérdida del control sobre el consumo y la automedicación pueden ser fatales”. Así resume Rosa María, madre de dos hijos, su transitar por el uso de ansiolíticos, y el enganche en el consumo de sustancias depresoras del sistema nervioso.

Ni un sueño. Tampoco pesadillas. Pasaron 30 años sin que lograra soñar una sola noche, a pesar de dormir un promedio de 18 horas diariamente después de consumir siete pastillas de Lexotan (tranquilizante) antes de acostarse; en su caso para aliviar sufrimientos emocionales, explica el doctor Ricardo Nanny Alvarado, jefe de Adicciones de la Clínica de Trastornos Adictivos del Instituto Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente Muñíz”.

A Rosa María 100 pastillas de Lexotan le duraban apenas 15 días, y a decir de su médico psiquiatra y adictólogo, las consecuencias de su automedicación y abuso pudieron ser nefastas: pérdida de la memoria y control, somnolencia, ansiedad; continúa Nanny Alvarado, también director de la Clínica San Rafael, institución que da asistencia, desde 1954, a usuarios con problemas de salud mental.

Para dormir, para tranquilizarse, para la depresión y la ansiedad, para los desórdenes ligados al pánico y la fobia social, contra la impotencia, contra la timidez, a decir del sociólogo Vicente Verdú, vivimos en la cultura de la pastilla, las farmacias están pobladas de remedios y los laboratorios se han convertido en los grandes pacificadores sociales de nuestros días.

En concordancia con lo anterior, datos de la última Encuesta Nacional de Trastornos Mentales en México indican que ha habido un incremento importante tanto en el diagnóstico como en el tratamiento de trastornos mentales, de forma que según opinión del doctor Nanny Alvarado cada vez se prescribe más psicofármacos (antidepresivos, antisicóticos, neuromodularores y ansiolíticos). De igual modo, en años recientes se ha comprobado que los derivados benzodiazepínicos (depresores del sistema nervioso) son los únicos fármacos en el área de psiquiatría que producen adicción, adelgazamiento de la corteza cerebral y atrofia cortical y/o déficit cognitivos con problemas como lenguaje farfullante, poco claro y repetitivo, falta de coordinación psicomotriz, conductas desinhibitorias y déficit para cálculos elementales, entre otros, si no son utilizados adecuadamente.

Por otra parte, también se ha observado que existen factores predisponentes de la adicción a psicofármacos relacionados con la patología mental y la genética de los consumidores menores de 25 años. En estos casos se han registrado factores genéticos importantes como el bajo funcionamiento del lóbulo frontal -nuestro “freno de mano”, explica Alvarado-, así como inmadurez del sistema límbico (que gestiona respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales) y baja tolerancia a la frustración.

El doctor Carlos Berlanga, subdirector de Investigaciones Clínicas del Instituto “Ramón de la Fuente”, define como “psiquiatría cosmética” el uso y abuso de psicofármacos para aliviar la tristeza.

Para el especialista, el incremento en su consumo (conocido como “drogas felices”) se debe a la tendencia de intentar suprimir a base de pastillas y comprimidos la tristeza que puede presentarse en lo cotidiano. “La infelicidad es parte de la condición humana; a veces necesitamos pasar por un fuerte periodo de infelicidad para mudar nuestra vida, mudar aquello que nos hace infelices, y no debemos hacerlo a través de la felicidad artificial. No podemos silenciar los miedos o aquietar las angustias a través de una felicidad artificial, o la prescripción de antidepresivos”.

Actualmente la sociedad antepone lo material y económico, frente a sentimientos, principios y valores practicando por doquier aquello de “tanto tienes, tanto vales”, de modo que la rectitud, la honestidad, el altruismo, la tolerancia a la frustración quedan relegados, dejando el lugar para que lo ocupe la ansiedad, la depresión, el estrés y todos aquellos medicamentos para aliviar estos padecimientos, que sólo brindan un falso bienestar.

¿En qué momento un psicofármaco deja de ser útil y se convierte en una adicción? Para los expertos entrevistados la causa de la drogadicción y la farmacodependencia se desconoce. Sin embargo, la composición genética del individuo, la farmacología de cada droga en particular, la presión de compañeros, el sufrimiento emocional, los trastornos de ansiedad, la depresión y el estrés ambiental son todos factores que parecen estar comprometidos. “Lo grave es que los pacientes se automedican con psicofármacos, los cuales no son inocuos, como ninguna droga lo es. La droga surte efecto tan pronto como alcanza el cerebro. La repetición del consumo crea tolerancia, y por tanto para el consumidor es necesario amentar gradualmente la dosis de drogas para poder experimentar el efecto deseado. De ahí que se estipule que las benzodiazepinas (los sedantes y ansiolíticos más utilizados en la actualidad), solamente deben ser utilizadas por periodos cortos para que no genere el síndrome de abstinencia o tolerancia.

Es por lo antes enunciado (tolerancia, dependencia y síndrome de abstinencia) que, a decir de los especialistas, el uso de este tipo de fármacos debe estar supervisado por un médico que sepa manejar estas drogas, advierten.

Hoy Rosa María es una mujer que dejó de automedicarse. Tomó una terapia que la ayudó a prescindir de los ansiolíticos, y tiene fe en que recuperara lo que ella llama “un tiempo perdido”, en que durmió un sueño suelto y ficticio sin que nadie, ni dolor alguno, se lo estorbase.

‘La depresión no es una manifestación de cobardía’

El entramado de los psicofármacos ha sido revelado en varios estudios. Uno de ellos es el del doctor Carlos M. Contreras, de la Unidad Periférica del Instituto de

Investigaciones Biomédicas de la UNAM -ubicada en la Universidad Veracruzana-, que desde hace 20 años ha dirigido sus investigaciones a la fisiopatología de la ansiedad y la depresión y su relación con la desesperanza, al identificar las partes del cerebro que participan en el proceso de la desesperanza.

Para el experto, la esperanza se define como un estado de ánimo en que se siente que lo deseado es posible, y la desesperanza como un rasgo característico, aunque no privativo, de la depresión. Clínicamente quienes padecen esta enfermedad ven una imposibilidad real o imaginaria en alcanzar sus deseos e ilusiones, a ello se suman otros síntomas, entre los que destaca la anhedonia o incapacidad para experimentar placer y pérdida de interés o satisfacción en casi todas las actividades

La desesperanza suele observarse también en pacientes con trastorno bipolar (psicosis maníaco depresiva) y algunos esquizofrénicos. “Hemos confirmado cierta diferencia entre géneros para el desarrollo de desesperanza. Las ratas hembras son más sensibles a los tratamientos antidepresivos, todo ello ligado al ciclo menstrual femenino y a la presencia de niveles circulantes elevados de progesterona, la cual, además de ser producida por el folículo ovárico, también es producida en el cerebro, de modo que la progesterona tiene acciones contundentes sobre los afectos.

En el binomio depresión-suicidio hay un componente de género: se deprimen más las mujeres que los hombres (cinco a uno), pero se suicidan más los hombres que las mujeres (cinco a uno). Aún eliminando el sesgo que representa el hecho de que las mujeres asisten con mayor frecuencia al médico, esta observación es constante en toda la literatura mundial, asegura.

Las investigaciones del doctor Contreras han identificado que la progesterona tiene acciones ansiolíticas, antidepresivas y anticonvulsionantes, de modo que la mujer, después de que ovuló, tiene un umbral elevado para estar ansiosa o deprimida, y sujeta a ciertos vaivenes hormonales que propician mayor susceptibilidad ante trastornos afectivos, como ansiedad y depresión.

En contraste, cuando el hombre cae en un episodio depresivo no tiene ayuda hormonal alguna, “y eso nos hace, paradójicamente, más vulnerables a sufrir una depresión más rebelde al tratamiento y más cercana a la complicación más grave de esta enfermedad: el suicidio”. De ahí, que el investigador no deseche la posibilidad de combinar progesterona con antidepresivos para tratar a pacientes con episodios depresivos.

“Lo que habrá que destacar es que la depresión es una enfermedad cerebral grave que requiere atención y que es incluso inexacto considerarla como una manifestación de cobardía e ineptitud ante la vida de aquellos que la padecen”, concluye.

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