Situadas casi en los extremos de la escala que va de la prosperidad a la miseria, en Aguascalientes y en Oaxaca habrá elecciones el próximo domingo, como en Baja California a cuyo proceso me referiré ese mismo día.
Aguascalientes elige ayuntamientos y diputados locales, mientras que Oaxaca sólo renueva la legislatura, mientras que su elección municipal ocurrirá el 7 de octubre. Aunque la contienda ha sido ríspida en la primera entidad, el clima político permite prever una jornada sin problemas. En la segunda, en cambio, la tensión social que vive permanentemente, agudizada por el conflicto iniciado en mayo de 2006 y no concluido aún y por la presencia de la guerrilla armada, serán factores que –lo que está uno obligado a decir— en el mejor de los casos provocarán abstención y en el peor generar violencia en las urnas o en las secuelas comiciales.
Aguascalientes comenzó a pintarse de azul y blanco en 1995, cuando el PAN ganó cinco de las once alcaldías y la mayoría del Congreso. Tres años más tarde, el empresario Felipe González González, líder del Centro patronal y actualmente senador de mayoría (que en su curriculum oficial incluye el dato de ser Caballero de Colón) fue elegido gobernador, en una victoria que se refrendó en 2004 con la del actual Ejecutivo local, Luis Armando Reynoso Femat. En ese mismo año el panismo triunfó en las elecciones municipales y legislativas. Tiene sobrado control sobre el Congreso local, pues obtuvo 16 de las 27 curules en disputa (18 de mayoría y 9 de representación proporcional).
La ventaja electoral panista en el plano local se reforzó el año pasado, en los comicios federales. Felipe Calderón obtuvo 192 mil votos, ¡más que los de sus contendientes juntos!: Roberto Madrazo reunió 96 mil y Andrés Manuel López Obrador 89 mil. También ganaron con amplitud los candidatos panistas a las dos senadurías de mayoría y a las diputaciones de los tres distritos federales. Esas tendencias están presentes en el actual proceso, aunque la división que sufre el PAN podría generar efectos adversos a ese partido y permitir al PRI recuperar la alcaldía de la capital.
Para facilitar ese propósito el tricolor aplicó el principio filosófico según el cual para que la cuña apriete debe ser del mismo palo. Su candidato a la presidencia municipal, Gabriel Arellano podría perfectamente haber sido postulado por Acción nacional. Su perfil conservador, del que se ufana; su respeto por los valores familiares (que enarbola contra sus rivales, a cuya vida personal alude cuando asegura que es el único candidato que duerme todas las noches en su casa) lo identifican con el votante medio de Aguascalientes. Habrá quien piense, no obstante, para usar términos del catolicismo que practica, que se trata de un sepulcro blanqueado si es cierto y no es sólo artimaña electoral de última hora, que hace 17 años y apenas en abril pasado tuvo problemas con la justicia, por una eventual vinculación con el comercio de drogas.
En Oaxaca la disputa es por 42 bancas de la Legislatura, 25 que se deciden en otros tantos distritos y 17 que se distribuyen según el principio de representación proporcional. En 2004, a pesar que fue cerrada la lucha por la gubernatura (formalmente sólo 26 mil votos, de un total de un millón, formaron la diferencia en favor de Ulises Ruiz contra Gabino Cué Monteagudo), la presencia caciquil priista permitió que triunfara en 18 de los 25 distritos locales. El año pasado, sin embargo, el infortunio que se abatió sobre Madrazo se manifestó también en Oaxaca donde el gobernador le preparaba una victoria clamorosa mientras tenía a la gente demandando en la calle su renuncia, López Obrador aventajó al priista con casi doscientos mil votos (619 mil contra 427 mil y 226 mil de Calderón) y la coalición que lo postuló llevó al Senado a los dos candidatos de mayoría (Cue Monteagudo uno de ellos, en un comienzo de reivindicación frente al abuso) y a nueve de los once diputados federales.
Para contrarrestar esa inclinación del electorado en los comicios de pasado mañana, Ruiz fortaleció el control sobre su partido, en el que manda sin discusión ni fisura y dividió a la oposición. La candidatura de Cué Monteagudo había sido sostenida por Convergencia, la disidencia del PRI encabezada por Dante Delgado, el PRD y el PT. Ya entonces Ruiz, avalado por el gobernador José Murat consiguió que una facción del PRD, encabezada por Héctor Sánchez, abominara de esa alianza y al contrario, el propio dirigente istmeño se presentara como candidato y obtuviera 41 mil votos, quince mil más que los que separaron la votación de Ruiz y Cué Monteagudo. Después, Acción Nacional recobró su distancia del resto de los partidos.
Pero se mantenía, en cambio, la unión de los que apoyaron a López Obrador, juntos después del proceso federal en el Frente Amplio Progresista. Si bien es justo decir que en ninguna elección local sus tres integrantes han logrado actuar aliados electoralmente, en Oaxaca Ruiz manejó como cosa propia al comité estatal perredista y casi logra evitar la conjunción de ese partido con Convergencia, única fórmula capaz de enfrentar al PRI.
No lo consiguió a la postre, pero sí logró que el PRD aportara a la coalición candidatos con menor identificación con causas populares que los miembros de la APPO que hubieran podido ser apoyados por la alianza. De esa suerte, puede ocurrir que un Gobierno asediado socialmente emerja de la jornada dominical exitoso electoralmente.