Ayer fue Día de San Valentín, día del amor y la amistad, fecha ésta en que expresamos con una palabra, con una flor, con una sonrisa, el afecto a nuestra familia y a los amigos de siempre. Esa pléyade de amigos en los que incluyo a Sembradores, Emefecianos, Sertorucos y Contertulios de la mesa del café, con quienes ahora quiero compartir algunas reflexiones sobre el tiempo. El tiempo que en su transcurso acendra y depura a la amistad.
El tiempo está ahí, marca nuestro tiempo. El tiempo en que se nace y el tiempo en que se vive. En el Eclesiastés se dice ?...que todas las cosas tienen su tiempo y todo lo que hay bajo el cielo tiene su momento. Que hay un tiempo para amar y otro para odiar?. Bendito Dios que sólo nos has dado tiempo para amar, en la familia y en la amistad.
A escapar el tiempo se apura,
como agua de río que pasando va,
pero así pasando, el tiempo madura,
purifica y acrecienta la amistad.
En mi ayer abrevé el tiempo;
en mí hoy sólo es pasatiempo
y mañana, no a destiempo,
surgirá el arcano de mi tiempo.
Yo conocí a ustedes hace tiempo, tanto tiempo, que en todo ese tiempo maduró de mi amistad la espiga. Amistad joven y añeja a la vez, joven por su presencia y su vigor y añeja porque el tiempo con mano generosa la añejó. Sentencias y conceptos que inspiraron éste mi intento de soneto:
Así ha pasado el tiempo, ¿cuánto? No lo sé.
Sólo sé que el tiempo transcurre silencioso,
que hila y va hilando cada momento venturoso
que he pasado con ustedes ante una taza de café.
Tiempo que acaso me ha visto reír y llorar.
Tiempo en que ustedes me dieron su amistad.
Tiempo de vanidades y también de humildad.
Tiempo de recibir y tiempo también de dar.
Tiempo que da tiempo de los amigos disfrutar,
como preciado regalo de Dios en su bondad
y con ellos hay tiempo de vivir y de soñar.
Amor, cariño, ternura, aprecio y hermandad.
Todo en el tiempo se me ha dado para sumar;
sumando y acrecentando, el don de la amistad.