De los cien años, que en fecha próxima habrán de cumplirse, en que se hizo la transición de elevar de rango a Torreón de Villa a Ciudad, la mitad de ese tiempo tuve y tengo el privilegio de ser testigo ocultar de su transformación sorprendente, pero no nada más en el orden urbano que tiende al gigantismo, sino en todos los aspectos, industrial, agropecuario, comercial, social, cultural, etc.
Me siento afortunado de que diversas circunstancias me hayan permitido conocer a personas que han contribuido a elevar los niveles culturales de la población, personas que en el transcurso del tiempo me honraron con su amistad. Por ahora sólo me referiré a cuatro de ellas por desgracia ya fallecidas: Dr. Alfonso Garibay Fernández, Arq. Jerónimo Gómez Robleda, Francisco Fernández Torres funcionario público y periodista y don Emilio Herrera Muñoz de diversas actividades, el periodismo la más sobresaliente.
Recién llegado a esta ciudad en la segunda mitad de los años cincuenta, el departamento que habitábamos colindaba con el del agente de seguros Fernando Silva, persona de la que por el trato cotidiano me hice su amigo, quien en julio de 1959 me presentó con el doctor Garibay Fernández, pensando que por mi afición a memorizar poemas, podría sustituir a un actor en la puesta en escena de la obra Tú y yo Somos Tres de Jardiel Poncela. Ése fue el inicio de una amistad que hasta su muerte tuve con Alfonso, personaje singular de múltiples facetas, doctor otorrinolaringólogo, director teatral, y benefactor de la ciudad de Torreón al propiciar la creación del Teatro Mayrán, que ahora lleva su nombre, y el Instituto Lagunero de la Audición y el Lenguaje, su obra monumental.
Ése mi primer contacto con el medio teatral aficionado, me llevó a conocer al arquitecto Jerónimo Gómez Robleda, planificador e impulsor de la colonia Torreón Jardín y miembro también del grupo que hizo posible la edificación del Teatro Mayrán. Algún tiempo después de conocernos salieron a relucir los apellidos Toussaint Ritter de la mamá de mi esposa, resultando el arquitecto emparentado con ella en grado tercero. Coincidencia feliz que estrechó más aún nuestra amistad.
También por mis andanzas teatrales conocí a Paco Fernández Torres, a quien tanto debe la ciudad de Torreón: articulista y cronista de sociales en El Siglo de Torreón, impulsor de la cultura en sus diversas manifestaciones, promotor incansable en dotar de monumentos a la ciudad, creador de la Calzada de los Escritores en la Alameda Zaragoza con los bustos de los hombres más representativos de nuestro mundo literario, y pieza clave como enlace entre la Dirección de Cultura Municipal, de la que era titular, y el Patronato de Festejos Torreón 75 para el éxito de los mismos. Pena fue que la parca, envidiosa de su vida, se lo llevara en plena madurez.
A don Emilio Herrera Muñoz lo conocí un día del mes de abril en 1967, en que no sé por qué méritos, me invitaron para que, junto con él y el Profr. Javier Lazalde, integráramos al jurado que, después del examen minucioso de los trabajos presentados, designara al triunfador en el concurso de lemas que diera identidad al objetivo de servicio del Club de Radioaficionados de La Laguna, A. C.; feliz encuentro en que inicié una amistad con quien se distinguió por su amor a Torreón, manifestado en hechos altruistas en el Club de Leones de Torreón como socio distinguido que fuera de ese club, en el Papro creando fideicomisos en beneficio de instituciones de servicio y periodista reconocido por sus cotidianos, amenos e instructivos artículos en El Siglo de Torreón; en suma por su alteza de miras.
Ellos son cuatro de los próceres que se han significado por su amor y entrega en la historia de Torreón, en cuyas páginas sus nombres quedan inscritos en letras de oro.