Permíteme en esta ocasión salirme de los temas del sembradorismo y del Centenario de Torreón, para hacer el recuerdo de quien, no siendo sembrador, se pasó la vida sembrando amistad y prodigando su acción bienhechora en servicio al prójimo, dirigida especialmente a los niños y a los ancianos.
Ausente por viaje a la ciudad de Guadalajara, no supe, sino hasta mi regreso a Torreón, del fallecimiento del Lic. Héctor Jorge Serrano del Pozo, excepcional ser humano con el que guardé fraternal amistad, identificados por diversos motivos: el que su padre como éste tu servidor practicáramos en nuestra juventud el alpinismo; que profesáramos los mismos ideales Sertoma y por la amistad con Gerardo Recio, padre de su esposa Rosa del Carmen.
Es curioso cómo se van hilvanando los hechos de manera que en un momento preciso conozcamos a personas que han de tener significación en nuestras vidas. Así fue como siendo socio del Club Sembradores de Amistad de Torreón, fui secretario de los consejos directivos en siete periodos administrativos, teniendo relación directa y estrechando los lazos amistosos con sus presidentes, por caso, con Eduardo Arturo Villalobos Chávez, empresario de conocida cadena de tiendas de conveniencia.
De la amistad con Eduardo se derivó que cuando se cerró la empresa cinematográfica en la que durante cuarenta y cinco años me había desempeñado, él me llevara al departamento de relaciones públicas del corporativo de su empresa y fue ahí, en el desempeño de mis responsabilidades, que conocí al Lic. Héctor Serrano, promotor de seguros y fianzas. De eso ya hace catorce años.
Héctor, desde su juventud hasta su muerte, acaecida a los cuarenta y cuatro años de su edad, fue proclive al servicio comunitario, apoyado por Rosy su esposa y leal compañera y por sus dos hijos: como presidente del patronato de un asilo de ancianos en la colonia Antigua Aceitera; en el servicio social como miembro del Club Sertoma de La Laguna de cuyo consejo directivo fue presidente; en su vocación de servir, recolectando ropa y juguetes (que reacondicionaba) para, conjuntados con los dulces que compraba con donativos obtenidos, repartidos en Navidad y el Día del Niño a los “peques” de los ejidos aledaños a Torreón.
Cuando hace cinco años le detectaron cáncer en su organismo, dedicó sus afanes y tiempo, no sólo para cumplir con su misión de ayuda a la niñez y personas en la senectud, sino también para dar cursos de preparación al matrimonio y de integración familiar y en el patronato ¡Viva la Vida!, que no alcanzó a consolidar, dar pláticas de aliento a otros enfermos del mismo terrible mal.