Aunque su día es hoy, será hasta mañana al mediodía, en la terraza del Club Campestre La Rosita, cuando festejaremos a nuestras esposas, atendiendo la invitación que la directiva del Club Sembradores de Torreón nos hizo por conducto de su presidente Jesús Campos Villegas, quien en el epígrafe de su misiva escribe esta sentencia: “Dios no podía estar en todas partes a la vez, por eso creó a las madres”.
En homenaje a ese ser que en su grandeza es mujer, esposa y madre, permite que te platique una anécdota: En la segunda década del Siglo XX, en un populoso barrio de la Ciudad de México, frente a la Fuente del Salto del Agua, recipiente final del acueducto de Chapultepec, vivía una familia de clase media sostenida e impulsada por una madre heroica, a quien cariñosamente se le conocía como doña Rosita.
Hija de una familia acomodada de Linares, N. L., había casado con un oficial de alta jerarquía del ejército federal, pero al triunfo del movimiento revolucionario ese militar había regresado pobre y degradado, por lo que doña Rosita tuvo que recurrir a sus conocimientos de corte y confección que había aprendido en el hogar paterno en su condición de señorita rica. Cosía ajeno para poder mantener no sólo a sus cuatro hijos, sino a la anciana madre y dos hermanas de su esposo. Era entonces doña Rosita la costurera.
Trabajaba encorvada sobre aquella máquina de coser de sol a sol y de claro en claro y aún se daba tiempo para acudir en auxilio de gente más necesitada que ella. La pobreza en auxilio de la pobreza. Por eso la gente del barrio la quería.
Después de tantas carencias y fatigas, cuando la tormenta revolucionaria amainó y las aguas turbulentas se aquietaron, doña Rosita pudo guiar a su familia por mejores cauces, pero ella siguió sobre aquella máquina de coser desde que Dios amanecía hasta que Dios anochecía, dándose tiempo para ofrecer al prójimo las flores frescas de su amor, su comprensión y su bondad. ¡Mujer, esposa y madre admirable!