Papá, hace mucho tiempo que no platico contigo y ahora lo hago para hacer algunos recuerdos de aquellos tiempos de mi niñez y adolescencia que pasé en el hogar paterno, y de lo mucho que aprendí de ti, pero antes déjame contarte que esta noche, organizado por la mesa directiva del Club Sembradores de Amistad de Torreón, en la terraza y jardín de la residencia de Jorge Pérez Rodríguez y de Silvia su esposa, que de suyo son excelentes anfitriones, tendrá efecto el festejo del Día del Padre, fecha en que las señoras aprovechan para homenajear a los padres y esposos, estén presentes o ausentes.
Por mi parte no requiero de una fecha especial para recordarte, pues no obstante los muchos años transcurridos desde tu partida, siempre estás en mi memoria, repitiéndome con frecuencia en conclusión: “Como decía mi padre”. Siempre tengo presente tus ocurrencias dichas con palabras de estallidos resonantes, que a veces infundían temor cuando había enojo y otras provocaban risa y alegría cuando esos decires eran chispazos de ingenio y agudeza.
Tu figura, sentado frente a la cabecera de la mesa del comedor, permanecerá imperecedera en mi mente hasta el fin de mis días: en mis oídos el ronroneo del gato dormitando a tus pies y ante mis ojos, tus manos sosteniendo un libro con el diccionario a un lado, porque casi a los 40 años de tu edad, unos años antes de casarte, habías aprendido a leer y te habías convertido en cotidiano y apasionado lector, de preferencia de libros de autores mexicanos. Ésa fue una de las muchas enseñanzas que nos diste, tu amor por la lectura, por la palabra escrita; tu interés en asimilar su significado, de ahí que cuando algunos de tus cuatro hijos te preguntábamos sobre lo que quería decir tal o cual palabra, de memoria nos dabas sus acepciones.
¿Te acuerdas, papá, que la primer poesía que memoricé tú me la enseñaste cuando aún cursaba la primaria? Fue Reminiscencias, de Juan de Dios Peza, llamado el cantor del hogar, porque algunos de sus poemas, como Fusiles y Muñecas, fueron inspirados al ver jugar a sus hijos Juan y Margot.
Y de todas las enseñanzas tuyas tengo muy presentes el respeto por la Patria, por sus símbolos –Lábaro e Himno-, por sus héroes, por sus tradiciones y, sobretodo, el amor, la devoción que tuviste por tu familia y como figura central de tu amada esposa, hasta el día en que ella, ya ausente desde ocho meses antes, vino para guiarte por los senderos infinitos, como momentos antes de tu partida nos lo dijiste: “Ahora sí hijos, me voy, su mamá ya vino por mi”. ¡Desde entonces estás unido a ella en la eternidad!