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Amigo Sembrador

Francisco A. Ledezma

¿Coincidencias? Pues sí, pero es la mano del Todopoderoso la que determina el momento y lugar precisos para que sucedan. A lo largo de mi existencia –y ésta ya va para nueve décadas- he recibido claras manifestaciones de los designios de Dios, que han hecho que mis pasos tomen senderos insospechados, como fueron las circunstancias que mediaron para el feliz encuentro con quien habría de ser y es mi amorosa compañera en los cincuenta y nueve años de matrimonio que habremos de cumplir en fecha próxima.

Fue obra del Señor entretejer los hilos de las madejas, de tal manera que habiendo cursado solamente instrucción primaria, creara en mí el hábito y pasión por la lectura y por medio de ella accediera a los conocimientos que me dieron la capacidad para asumir el cargo de gerente de un negocio, profesión empírica que ejercí durante cuarenta y cinco años en una de las ocho sucursales de Películas Nacionales, empresa que distribuía en la República el material cinematográfico mexicano.

Cada uno de mis pasos han sido guiados por el Hacedor, y así, en la década de los sesentas, después de una ausencia de cinco años, regresamos a Torreón para ubicar nuestro domicilio enfrente de la residencia de Luis Amarante Uribe, con quien por esa vecindad y en el departir cotidiano, trabé una amistad de vigencia anual, que tuvo influencia decisiva en tres hechos trascendentes: Luis tramitó el crédito para la adquisición de un bien inmueble, apadrinó mi ingreso al Club Sembradores de Amistad de Torreón y me invitó a los Cursillos de Cristiandad.

En el Cursillo fui al encuentro con Cristo presentado por tres de sus ministros, los sacerdotes Francisco Castillo, Rodolfo Reza y Roberto García de León –Vicario de la Diócesis, Rector del Seminario y párroco muy querido por su fiel feligresía, respectivamente- quienes a lo largo de tantos años me dieron orientación y guía en el ejercicio de su ministerio y con generosidad me brindaron su amistad.

Fue tan fructífera la vida del padre Beto en sus sesenta y seis años de sacerdocio, que hacer su panegírico, además de exigir pluma docta, requeriría de mayor espacio que el que ocupa esta columna, sin embargo puedo decirte que todos cuantos tuvimos la fortuna de conocerlo y tratarlo, sentimos que llegó a la patria celestial con las manos llenas de la bondadosa paternidad espiritual que prodigó y de todo el bien que hizo en su tránsito terrenal, expresando jubilosamente a su Creador ¡Misión cumplida!

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