Tal vez viste la fotografía que nos tomó Ramón Sotomayor que salió publicada a todo color y a ocho columnas en la sección Nosotros de El Siglo de Torreón, en la que sonrientes, con caras de acontecimiento, posamos veinte tertulianos –faltando sólo uno del total– que acudimos a la colonia Residencial Las Villas al feudo del Chamuco Villarreal, para celebrar nuestra comida de Navidad, a la par que el vigésimo segundo aniversario de nuestra cofradía del Café de las Doce.
Estos veintiún amigos, Alejandro Pérez de la Vega, Alfonso Vargas, Antonio Yarza, Carlos Acosta, César Villalobos, Edilberto Zúñiga, Edelmiro Morales, Eduardo Ibargüengoitia, Félix López Amor, Francisco Gallegos, Francisco Ledesma, Gabriel Calvillo, Hugo de la Mora, Javier Iriarte, José Gancz, Jesús Villarreal, Luciano Arriaga, Ricardo Dueñes, Rolando Gotés, Sergio Martínez y Zenón Ibarra, exceptuando a tres, tenemos en común que somos o fuimos miembros del Club Sembradores, en cuyo seno iniciamos una amistad en que al correr de los tiempos se ha reafirmado en esta singular tertulia cafetera.
Para mí es de vital necesidad acudir a las reuniones del Café de las Doce al encuentro con los amigos, porque recibo de ellos su benevolente aprecio y sus constantes enseñanzas. Con ellos he confirmado la importancia de la amistad como virtud que alienta, que vivifica y que nos hace sentir la alegría de vivir.
Ir a esas reuniones es acudir a una sesión de terapia de grupo con rutinas lúdicas, en las que al calor de un inocente juego de azar –en el que acertando se pierde- de pronto brotan los comentarios chispeantes, las ocurrencias, las bromas, los chascarrillos, las sonrisas a soslayo o las carcajadas estentóreas, oportunas. Y no sólo eso, con frecuencia surge la conversación, trivial o trascendente, pero que siempre deja el grato sabor de las cosas amables.
Me siento afortunado, a la vez que agradecido, en poder convivir con diversos grupos de amigos, Sembradores, Sertorucos, de la Mesa del Café y del Centenario y por esa tan gran fortuna dejó volar mi estro en el intento de componer un soneto que pudiera titularse El Tiempo y mis Amigos de todo el Tiempo:
Así ha pasado el tiempo, ¿cuándo? No lo sé,
sólo sé que el tiempo transcurre silencioso,
que hila y va hilando cada momento venturoso
que he pasado con amigos ante una taza de café.
Tiempo que acaso me ha visto sufrir o gozar.
Tiempo en que mis amigos me dieron su amistad.
Tiempo de vanidades y también de humildad.
Tiempo de recibir y tiempo también de dar.
Tiempo que da tiempo de los amigos disfrutar,
como regalo preciado de Dios en su bondad
y con ellos ha habido tiempo de vivir y de soñar.
Amor, cariño, ternura, aprecio y hermandad,
todo en el tiempo se me ha dado para sumar,
sumando y acrecentando el don de la amistad.