A pesar del título nada qué ver con el Gober Precioso y ni siquiera con Montiel sino con el Año del Cerdo que para la comunidad china (también enraizada y floreciente en el mero corazón de la capital mexicana, que bien podría llamarse China-meca) inició el pasado domingo en medio de coloridos festejos: dragones amarillos, rojos, verdes, se pasean por la calle de Dolores echando fuego por la boca, los jóvenes china-mecas exhiben sus artes marciales y las tiendas ofrecen a los visitantes una nutrida oferta de amuletos para convocar la buena suerte durante este 2007 ue para ellos es el 4704.
Pequeñas bolsas rojas con granos de arroz y monedas para atraer la abundancia, cerditos dorados y sonrientes para convocar la buena suerte y el horóscopo chino para prevenir las malas vibras.
Una de las poquísimas ventajas de vivir en esta metrópoli es la cantidad inabarcable de entretenimiento y diversión que ofrece, pero también la posibilidad de convivir y asomarnos eventualmente a formas de vida y creencias tan misteriosas y ajenas como la china; sólo para comprobar que en el fondo, todos los seres humanos coincidimos en el anhelo de bienestar, abundancia, salud y bendiciones para nosotros y todo lo nuestro.
-¡Vamos al Centro para ver los festejos del Año del Cerdo y aprovechamos para comer ?Pato pekinés? que me encanta- le propuse al Querubín, quien en pijama y desparramado frente a la tele me respondió con el entusiasmo acostumbrado: ¡Estás loca! Conmigo no cuentes.
Un poco más tarde, bien endomingados juntitos emprendimos el largo y accidentado viaje hacia los dominios de Fong Yong, Lee Wan, Chow Wai y sus laboriosas geishas, sólo para descubrir que en la calle de Dolores y aledañas, patrullas, y patrulleros impedían el paso al tránsito vehicular.
Después de rondar un buen rato por la zona, conseguimos al fin, un sitio donde estacionar y empezamos a caminar entre los puestos de fruta, tortas y barbacoa que avecindados a las magníficas esculturas de mármol, último vestigio de lujos pasados; modifican drásticamente la estética de la Alameda Central, dándole un nuevo aire como de territorio comanche.
Desde ahí nos dirigimos a lo que fue San Juan de Letrán, hoy Eje Central tomado por ex ambulantes que ya no necesitan ambular, porque bien instalados sobre las aceras antiguamente destinadas a l flujo peatonal, exhiben sin el menor pudor, desde lentes de Chanel y bolsas de Luis Buitrón ?como dice mi amiga Bagatela- hasta perfumes, zapatos y tenis de las marcas más prestigiadas, juegos electrónicos, películas, discos y toda clase de mercancía ¡pirata! ante la vista bien gorda del Gobierno de la Ciudad.
Finalmente alcanzamos la calle de Dolores donde al grito de: ¡No empujen!, la masa humana y sudorosa se compactaba cada vez más, hasta que me encontré con la cara pegada a la espalda de una gorda y la nuca atornillada por el codo de un hombrón que protegía con sus brazos las tetas de su mujer. Al borde de un ataque de claustrofobia, alcancé a escuchar la orden del Querubín que gritaba desde lejos: ¡Salte como puedas y vámonos de aquí!
Pero ni para dónde hacerse. Los china-mecas parados en la puerta de sus atiborrados establecimientos, impedían la entrada de nuevos clientes.
En los restoranes la fila de gente que esperaba una mesa era interminable y ya era tarde cuando mediante codazos de ida y vuelta, sin talismanes ni pato pekinés, pero bien masajeados, logramos emerger de aquella multitud para integrarnos a las oleadas de gente que frustrada como nosotros, emprendía el regreso a casa.
Hambrientos y malhumorados llegamos a cenar quesadillas frente a la tele, desde donde disfrutamos el desfile de los dragones lanzafuegos y otros detalles de la celebración del Año de Cerdo que transmitía un noticiero.
Y para terminar el cuento chino: -Eres muy bruto chinito, te sigues quemando las manos con el tazón de té, cuando hace tantos siglos los ingleses inventaron la taza con asas.
Chinito bluto quema mano con té caliente, pelo no quema boca como inglés.
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