Los tlatoanis no andaban en bici. Don Luis Echeverría prefería montar tanquetas antimotines. Arrogante como él era, López Portillo no perdió oportunidad de lucirse en magníficos caballos y De la Madrid regordete y torpe, dudo que lograra mantener el equilibrio sobre dos ruedas. Salinas ni siquiera en su coto familiar de Agualeguas pedaleó y Zedillo nunca lo intentó, se hubiera visto demasiado burócrata circulando en bici.
No, los tlatoanis no pedaleaban, eso se dejaba para unos cuantos temerarios que decidían jugarse la vida en esta ciudad donde todo conspira contra el ciclista y contra el peatón.
Es por eso que aplaudo y me uno a los aires frescos que corren por esta capital donde hoy, el signo de los tiempos es pedalear.
Marcelo Ebrard ha ordenado a sus funcionarios pedalear al menos un día al mes y por ahí andan todos echando el bofe con sus bicis nuevas.
Y para que nadie se raje, Marcelo –quien por cierto pertrechado tras su chaleco antibala y encasquetado, luce igualito a Toby, aquel compañerito de la pequeña Lulú, viejos amigos de mi infancia- puso el ejemplo llegando en bici a su oficina.
También nuestro presidente pedalea tempranito allá en Los Pinos y está tan picado que hasta se llevó su bici a Cancún, donde vacacionó con su familia en Semana Santa. El operativo bici puede aparecer intrascendente, pero no lo es.
El que nuestros gobernantes experimenten al menos un atisbo de realidad, hace la gran diferencia.
Que como cualquier ciudadano pedaleen por las calles, que miren y se dejen mirar, que algún conductor rabioso les miente sus madres o ignorando quiénes son les eche el coche encima, puede ser muy saludable para que vean lo que se siente.
No es por desearles ningún daño, pero no estaría mal que alguno de nuestros funcionarios cayera en una alcantarilla abierta para que así, compartan con nosotros el desamparo y la impotencia que para el ciudadano común son cosa cotidiana.
Los primeros resultados del operativo bici ya están a la vista, apenas a unos días de pedalear y ya los funcionarios se apercibieron de la urgencia de desarrollar campañas para promover la cultura vial.
Aplausos para Marcelo y su compromiso de rescatar esta capital.
Aplausos para su idea de que si tantos capitalinos no pueden ir a la playa pues que la playa venga a la capital.
¿Por qué no?
Lo único que espero es que si llega por allí a refrescarse don Carlos Slim o Emilio Azcárraga, no los dejen pasar a sí nomás, que hagan su cola, como todo el mundo.
Está claro que no se puede dar gusto a todos y las playas han sido motivo de burla y escándalo para algunos.
Que se gasta en agua que no tenemos, que el costo es muy alto, que están contaminadas.
¡Qué manera de amargar!
Caro nos cuesta los dispendios que se recetan los diputados, caro es el impuesto oculto que pagamos por la corrupción, caros nos han salido los hermanitos Salinas y la Familia Montiel, pero los miles de pesos que cuestan las playas, no son nada, si son para bajar el nivel de estrés y subir un poco el bajísimo promedio de felicidad capitalino.
Si los niños tienen donde chapotear, si juegan en la arena y vuelven a sonreír, el gasto vale la pena.
Esto es para bien o para mal, sólo el tiempo lo dirá; lo que es un hecho es que hay un cambio saludable en los modos de nuestros gobernantes. Pareciera que comienzan a entender que se trata de servir a la gente en vez de hacerse servir por ella.
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