¿Eran muy onerosas las campañas políticas y la organización de las elecciones antes de la creación de los institutos ciudadanos electorales?...Hace la pregunta un lector que observa con preocupación el número de comicios que los coahuilenses habremos de afrontar en los próximos diez años: de 2008 a 2018...
Un dato entre el escombro de nuestra memoria revela que en el año 1957 el candidato a presidente municipal de Saltillo gastó la nada escandalosa suma de ciento sesenta y tres mil pesos en la propaganda política sobre la extensa zona rural, colonias y barrios del entonces compacto perímetro urbano.
Pero tiene razón el insomne lector: desde que se instalaron los procesos democráticos el costeo político-electoral se ha elevado de manera sustancial y escandalosa; si antes se erogaba una cantidad importante para subsidiar al partido Revolucionario Institucional y a uno o dos partiditos “de paja” ahora se derrochan, además de eso, grandes cantidades a través del PAN, el PRI, el PRD y de las sedicentes organizaciones políticas familiares convertidas en “modus vivendi” de sus directivos, líderes o como usted quiera llamarlos.
El organismo encargado de preparar, vigilar y dictaminar elecciones estatales era la Comisión Electoral del Estado de Coahuila, la cual funcionaba apenas en una oficina de sólo un vocal ejecutivo y cinco empleados, cuyas reuniones plenarias presidía por ministerio de la Ley electoral la persona que fuera titular de la Secretaría General de Gobierno.
Éste y todos los consejeros, representantes de partidos y otros comisionados, laboraban en el proceso electoral sin salario ni compensación alguna, aparte de su sueldo básico. Generalmente los Ayuntamientos pasaban por los costos de los comités municipales o regionales. Y si eran elecciones federales, la Secretaría de Gobernación, por medio del PRI, se encargaba de resolver el gasto, pero los candidatos tenían que aportar la mayor parte de su propio peculio.
Una corta de dinero fiscal dormía el sueño del justo en el fondo que se llamaba “revolvente” aunque poco revolviera. Y cuando se deseaba reponer lo que de él se hubiera gastado, se provocaba un verdadero tango en la Tesorería del Gobierno del Estado. Había, por otra parte, una decidida cooperación de los amigos y simpatizantes de los candidatos, y esto nadie lo auditaba pues eran aportaciones en especie: el candidato ponía sus propios muebles, los rancheros y las dependencias estatales y federales prestaban una o varias camionetas pick-up y muchas de las damas del sector femenil preparaban lonches para el postulado y sus acompañantes, un vehículo se adelantaba con más de una hora de tiempo conduciendo el equipo de sonido entre las localidades, pues no faltaban profesores que hicieran de maestros de ceremonia u oradores improvisados.
Recuerdo un día de otoño en el Sur de Saltillo dentro de la campaña del ingeniero Eulalio Gutiérrez Treviño para la Alcaldía. Era tiempo de lluvia y el convoy de vehículos y acompañantes empezaba a sufrir los caminos difíciles de la zona rural. Una empinada vía, en especial, preocupaba al ingeniero y sus amigos: el sólo nombre de la cuesta justificaba el desasosiego de los conocedores: la llamaban “10 de mayo”.
“Adelántense -dijo el candidato a los periodistas y corifeos- Ái los alcanzo” y se quedó atrás para conversar con los habitantes de una vecina comunidad ejidal. Varios kilómetros después el cielo se entenebreció y una pertinaz lluvia, acompañada de truenos, relámpagos y granizo, empezaría a caer sobre el camino. Cuando Eulalio Gutiérrez alcanzó a la comitiva se dio cuenta que todos los vehículos parecían atascados: unos a la vera del sendero, otros en los cruces de los cortes de agua corriente, algunos simplemente inmovilizados por el temor a caer en un atascadero.
Eulalio descendió de su mueble para calibrar la situación: la caravana estaba varada a la mitad de la pendiente. La vio y calculó dos o tres veces; entonces se acomodó bien el habitual sombrero tejano de fieltro y dando grandes zancadas cubrió la distancia hacia la primera camioneta, ordenó al tripulante y a los pasajeros que se bajaran a empujar y se puso al volante, encendió el motor y lo aceleró al máximo para poder vencer al lodazal, no sin resbalar el vehículo dando vueltas concéntricas y tumbos hasta que estuvo sobre piso firme; así lo hizo con todas: una por una, una tras otra. Los comitentes, entre los que habían algunos curritacos espantados, caminamos penosamente y emprendimos el retorno a Saltillo.
Eran las siete treinta de la tarde...
Volvimos a la ciudad como a las diez de la noche, mojados y trémulos: sólo a un par de camionetas se les poncharon las llantas y a otras dos se les quebraron las muelles, pero así y todo, renqueantes y pujadoras, nos devolvieron a la capital, y directamente al restaurante “Saltillo” de mi amigo Chuy Martínez (que en paz descanse) donde fuimos gratificados con una cena muy merecida y unos tragos de tequila por cuenta del PRI. En realidad, el desatasco se lo había echado completito el propio candidato Eulalio Gutiérrez, quien mucho conocía esos andurriales.
Pancho Coss, muy amigo de Eulalio, se desplomó sobre la silla del restaurante y el ingeniero lo cuestionó: “¡Qué pasó, Pancho! ¿te cansaste?”. Don Pancho le respondió: “¡Nomás de verte trabajar!”
A qué diablo del 10 de Mayo -comentaría Pepón Flores Aguirre, saboreando el tequila- No.. si les digo... ¡Qué tal si no hubiera ido el ingeniero!...
“Pos tampoco hubiéramos ido nosotros” le respondió con sarcástica sonrisa don Pancho Coss...