Siempre que podemos mi esposa y yo asistimos a las ceremonias de graduación profesional de nuestros nietos. El martes nos tocó ir a la Universidad Regiomontana -obvio, en Monterrey— en que recibieron su título profesional 234 nuevos profesionistas.
La del martes 22 de mayo fue una ceremonia seria, con la austeridad exigible en los actos académicos. Escuchamos a cuatro oradores: el Rector de la Universidad, un alto directivo empresarial en calidad de orador invitado, el presidente del Consejo Académico de la propia casa de estudios y una simpática graduada, no “graduanda” pues ella leyó su discurso después de haber recibido el respectivo grado académico, junto a sus compañeros en cuyo nombre hacía uso de la palabra. Todos y todas mantenían entre sus brazos, vale decir abrazada, justo cerca de su corazón, la carpeta que contenía el título profesional obtenido. Conmovedora la actitud que reflejaba la conciencia de una nueva responsabilidad; por ello supuse que al día siguiente se lanzarían a competir en la palestra laboral.
Luego pensé: No será inmediata la incorporación al trabajo remunerado. En estos tiempos las licenciaturas, las ingenierías o grados equivalentes parecen créditos insuficientes para ejercer con tal inmediatez temporal cualquier actividad profesional. Mi nieto logró explicarlo a la sobremesa de nuestro festejo familiar: “…la licenciatura es casi como un bachillerato muy completo y especializado, pero siempre faltan por cursar la maestría o las maestrías, además del doctorado. Eso si aspiramos a conseguir un buen trabajo en cualquier empresa privada. Resulta excepcional que la sola licenciatura acredite para merecer un redituable empleo. “Bueno -agregaría en tono de broma— por la guerra antinarcos los abogados pueden tener ipso facto una oportunidad como jueces penales, agentes del Ministerio Público o simples policías; ¡con tantas vacantes por fallecimiento!..”
En la entrega de los documentos profesionales advertí buenas prácticas para la graduación. El rector, sólo él, se pone de pie y una ayudante le aproxima, carrera por carrera, los paquetes de títulos a entregar. Un maestro de ceremonia anuncia el nombre de cada graduando, algún mérito especial como estudiante y su procedencia geográfica. ¡Agilísimo! No hay esperas, nadie se atropella, sólo el rector los felicita de mano, no existen fotógrafos inoportunos, ni nadie hace tomas digitales en el foro. Pero me di cuenta que hubo solamente un graduando procedente de Saltillo entre 234 que recibieron título. Fácil: es que ahora existen, a diferencia de un pasado muy pasado, en la ciudad de Saltillo muchas casas de estudios superiores bien acreditadas, en las que se imparten estudios apetecibles, si bien casi todas repiten carreras liberales que en estos tiempos tendrían muy poca oferta de trabajo. Y también funcionan las otras “universidades” llamadas “patito” con una regular demanda, por ser tan baratas y facilonas.
Finalmente fue muy emotivo contemplar los rostros de felicidad y esperanza de los 234 graduados. Al concluir el evento eran esperados en el lobby del hermoso Teatro de la Ciudad de Monterrey por sus padres, hermanos, abuelos y novias o novios. Fuerte sonaron los abrazos en la espalda de cada nuevo profesionista, los gritos de ¡felicidades! Y frases como estas: “A jalar, mi hijito”. “No se vaya a rajar con la maestría” o “Ven acá, que no me oiga tu noviecita: no vayas a casarte luego que consigas chamba; hay que ayudar al viejo con los que vienen atrás”. Cada abrazo tenía su intención y su mensaje: Otros decían “Toma, hijo, un boleto para que te vayas a la playa. Te lo mereces. Diviértete” Y uno más, enloquecido, a quien apaciguaba su esposa: “Ya viejo, no exageres, como si fuera el primero que se recibe”. A lo que él respondió: “Pues por eso hija, estoy feliz porque es el último!..
¿Qué no harán los padres de familia por la educación de sus hijos? ¡Cuántos sacrificios para darles lo mejor! ¡Cuántas ilusiones fueron puestas en aquellos muchachos y muchachas recién graduados! Se me antojó haber tenido previamente y a la mano 234 copias del didáctico y hermoso “Si” de Rudyard Kipling para obsequiárselas. Pero pensé que no lo conocían y se lo pregunté a uno de ellos cuando salíamos del teatro: “Dispense usted la pregunta: ¿Conoce el “Si” de Kipling? La respuesta fue contundente y veloz: “¡of curs not!” y luego pergeñó una tarjeta agregando: “¡Ái mándamelo por e-mail!...¡But don´t forget old man...”
Bueno, pues como dice una de mis nietas: así sucede cuando pasa...