Atestigua su gran amor
TORREÓN, COAH.- Y pensar que estuvo en la boda religiosa de Don Antonio Aguilar y Flor Silvestre... sin ser precisamente amigo de ellos.
Es más, esa fue la última ocasión que Julio Villarreal los vio personalmente. Aún recuerda lo felices que estaban los novios, la elegancia con la que fue adornado el rancho El Soyate, los invitados qué acudieron -entre ellos Guadalupe Pineda, Rubén Aguirre, Raúl “Chato” Padilla- y hasta la “regañiza” que les puso el sacerdote durante la misa porque tardaron muchos años en casarse por la iglesia.
El lagunero Julio Villarreal fue de los pocos qué tuvo oportunidad de tomar fotografías durante la alegre recepción, y es que cuenta que el propio Don Antonio prohibió a los periodistas que grabaran algo e incluso que captaran imágenes por tratarse de un momento muy íntimo. “Sí entraron los reporteros al rancho, pero ninguno con cámara... por eso me gustaría que la gente viera las fotos que yo tomé, y ojalá sirvan para que su recuerdo continúe en el público”.
La oportunidad de asistir a la boda le surgió gracias a su amigo el periodista Silverio Cacique, director de un diario capitalino, a quien conoció al andar haciendo sus “pininos” dentro de la actuación, siendo precisamente él quién le pidió que lo acompañara.
Los álbumes estaban en la mesa, decenas de fotografías estaban al descubierto. Villarreal aparece en muchas, “trajeado” y acompañado por varias luminarias como Marcela Rubiales hija de Flor Silvestre, sin embargo el lagunero prefirió no ser publicado.
“Me relacioné con ellos (Los Aguilar) al hacer mi intentona en el medio artístico, lo conocí pero no era amigo íntimo, eso fue lo que me gustó de ellos, que aún así eran gente muy sencilla y te trataban bien”, luego contó que antes del festejo únicamente había tenido oportunidad de saludar a Antonio y Flor en dos ocasiones.
Durante la entrevista, realizada en un racho ubicado a las afueras de la ciudad, Julio Villarreal platicó que con todo y su nivel de artistas, los afamados esposos fueron regañados fuertemente por el sacerdote que los casó, ya que vivieron cerca de 31 años unidos sólo por lo civil; en 1960 contrajeron nupcias por las leyes del hombre, y en el verano de 91 por las de Dios.
¿Y el huateque? Ese estuvo de lujo; hubo alrededor de 500 invitados, algunos provenientes de Estados Unidos, otros de Europa y hasta de Japón. “La fiesta comenzó cinco días antes, me enteré que muchos de los que asistieron Don Antonio les pagó el vuelo desde sus lugares de origen y los hospedó en los mejores hoteles de Zacatecas”.
Por más que hizo memoria, no recordó qué platillos les dieron de comer, lo que sí tiene muy fresco en su mente es que al momento de los alimentos controló mucho las bebidas, ofreciendo únicamente vino tinto, pero ya más tarde, todo mundo le entró a los “jaiboles, whisky, brandy, ron, hubo de todo”.
Fiel a su tradición, Don Antonio vistió de charro, un traje de gala negro; doña Flor ataviada de blanco: ambos sumamente contentos de estar acompañados por sus amistades más cercanas, entre las que se encontraba el entonces gobernador de Zacatecas, Genaro Borrego.
“Después de la fiesta no volví a ver al señor Aguilar, pero con eso (asistir a la boda) fue suficiente, quedé más que satisfecho”, finalizó.