¿Es mejor el mundo con las nuevas tecnologías? Una respuesta objetiva requiere de quienes pueden hacer a un lado cualquier romanticismo de antaño y además resistirse al pragmatismo del ahora. Requerimos que los nacidos antes de 1960 afilen sus plumas y desde ahora den cuerpo a un debate que podría agudizarse cuando, en algún momento, se intensifique el peligro de deshumanizarnos del todo. Exigimos desde ahora a esas generaciones que nos brinden su testimonio, su auxilio, su visión, sin importar que hacer una pausa e intentar dar respuestas –en estas épocas—pudiera considerarse un atentado, una contracorriente, un freno a la velocidad incluso en domingo por la tarde.
Debo decir que mi aportación al debate está limitada por una experiencia preinternet y precomputadoras que duró máximo hasta mis 15 años, cuando todo empezaba ya en forma. Los vicios nostálgicos de mi primera juventud, ésos omnipresentes, me impiden contestar si nuestra humanidad era más nítida en este o en aquel espejo.
Es por ello que requerimos de la objetividad y madurez de los que participaron laboralmente en ambas etapas, es decir, en el antes y después de las computadoras e Internet. Es cierto, su aportación o cualquier confrontación, podría estar llena de campos minados, argumentos contundentes, paradigmas: país, empresa o individuo inserto en las tecnologías de vanguardia –en la velocidad— es más apto y competitivo hacia el futuro; hechos irrefutables: las nuevas tecnologías y su impacto económico han impulsado el progreso global en las últimas décadas; cuestiones de comodidad diaria: un simple click podría llevarnos a las letras del diario argentino El Clarín, procurarnos música para todo el día o acceder al Messenger y comunicarnos con cualquiera. Y, ante evidencias tan tajantes, podría entonces pensarse que no deberían existir dudas sobre la supremacía de esta época actual, reduciendo el debate que nos ocupa sólo a las charlas de café de algunos despistados.
Sin embargo, por que todavía los resquicios existen, hay algo humano, intrínsicamente humano, que intuyo podría estarse perdiendo (o esfumando o disminuyendo de valor). Una muestra son los estragos que en la sociabilidad crea la interminable jornada laboral frente al monitor o el ya tan difundido entretenimiento silencioso frente a la pantalla. Hay algo que debemos hacer. Probablemente comenzar enumerando las virtudes de aquel entonces y acordar una mezcla que funcione con lo de ahora; una cita fija para armar rompecabezas, por ejemplo. Es por ello que pedimos el apoyo y testimonio de quienes objetivamente pueden darnos su punto de vista. Antes de perder para siempre a la única generación que puede poner en la balanza los panes y darnos su visión del justo medio.
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