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Batalla perdida| Diálogo

Yamil Darwich

Sin duda, la Revolución Industrial generó cambios definitivos y trascendentes en el mundo; entre ellos: movilización de la población rural agrícola, a la citadina, integrada a la industria; evolución de la condición de mujer: de hogareña, a participante de la vida laboral y una nueva era de “neocolonización” de naciones desarrolladas, sobre otras pobres, eternas aspirantes de desarrollo. Finalmente, desembocó en el fenómeno de choque social del año 1968.

La primera mitad del siglo anterior representó la “explosión económica” occidental, encabezada por los EUA, que desplazó irremediablemente a los europeos, a quienes, por cierto, financió en dos guerras mundiales, luchando en ambas hasta el final de las mismas, atendiendo sus intereses de inversión y abriendo oportunidades para nuevos negocios. El último esfuerzo fue revestido de palabras impactantes como: justicia, libertad y democracia, operadas con el artificio económico denominado Plan Marshal.

Parecía que iniciaba un periodo de bonanza, luego de graves crisis económicas y de paz; de hecho, el bienestar y confort fortaleció a la clase media americana, creando el nuevo concepto de ciudad, con desarrollo de suburbios de áreas habitacionales, comerciales y renovado estilo en sociedad.

La mayoría de los “actores secundarios”, grupos étnicos relegados, –especialmente negros, latinos y orientales– veían cómo su esfuerzo, su participación en guerras mundiales y sus apoyos al fortalecimiento de la democracia, no les generaba los beneficios prometidos.

Otro fenómeno cultural apuntalaba las esperanzas del cambio: la masificación de la educación, incluida la superior; ahora, casi todos tenían la oportunidad de prepararse para aspirar a mejores empleos e ingresos y sumarse al “Sueño Americano”.

La realidad fermentó los escenarios de revuelta de los sesenta y ochenta del siglo XX y fomentó el movimiento “anticultural”, que promovía la plena liberación sexual, —presentes los anticonceptivos orales— con el desafío al orden establecido, que poco o nada favorecía a los pobres; se puso de moda el uso de drogas como el ácido lisérgico y aparecieron grupos defensores de la homosexualidad.

Las asociaciones de negros fueron preludio del movimiento político encabezado por Martin Luther King, que reunía a multitudes con su política de resistencia pacífica —“tuve un sueño”– ganando el Premio Nobel de la Paz en 1964 y la calificación de “peligroso subversivo” para el sistema. Finalmente es asesinado en 1968.

Las conciencias de lucha fueron avivadas con la muerte de Martin, haciendo virar el movimiento hacia la violencia, con Malcom X a la cabeza, promoviendo choques, invitando a los “hermanos negros” a cambiar de nombre y renacer al islamismo y creando grupos revolucionarios e insurrectos como “Los panteras negras”. Habrá que sumar los movimientos pacifistas y el hippismo, resultantes del existencialismo, que promovieron y lograron resistencia y repudio a la guerra de Vietnam, muy a pesar de la mercadotecnia y promoción gubernamental.

Entonces los universitarios tomaban la iniciativa e iniciaban un movimiento opuesto a la cultura política y formas sociales establecidas. La educación hacía efecto.

El 2 de octubre de 1968, en México, los universitarios enfrentaron al Ejército mexicano en Tlatelolco, apareciendo otro interesante fenómeno social: obreros y trabajadores, sumados al rechazo, acompañados de familiares, sumados a los estudiantes, exigiendo sus derechos ante una dictadura maquillada de democracia. La represión fue la respuesta, sofocando la manifestación y creándose el “parteaguas” nacional entre el antes y ahora.

Este movimiento fue parte del mundial; ya en mayo, en Francia, se había dado el fenómeno, iniciando con una marcha de estudiantes; la excusa de la crisis generacional la dieron las autoridades que respondieron con represión, uniéndoseles obreros que pedían mejores condiciones laborales, amenazando con paro nacional. La Sorbona fue tomada por estudiantes y Nanterre cerrada por el rector. En el barrio latino aparece en una “pinta” la frase “prohibido prohibir”, a la que se suman otras manifestaciones de inconformidad y repudio al sistema.

La respuesta política de De Gaulle, fue fraccionar la resistencia, concediendo dinero y prestaciones a los obreros. Tanto en Francia como en México, algunos líderes del movimiento fueron absorbidos por el sistema –“vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”–.

Movimientos similares se dieron en otros países occidentalizados y hasta en los comunistas; dos ejemplos: la Revolución Popular China, que terminó en represión y violencia contra los universitarios y la “Primavera de Praga”, reprimida por el Ejército del Pacto de Varsovia. El sistema había dado muestra de aparente eficiencia; los rebeldes deseaban que esos beneficios permearan, combatiendo la desigualdad y pobreza, aunque se lentificara. Postura subversiva y peligrosa que debía sofocarse.

Así se perdió una lucha por el humanismo, que ahora retoman radicales: guerrilleros y terroristas, que buscan generar caos y temor como medio de presión para alcanzar sus fines. Todos dispuestos a la destrucción, teniendo ahora el grave riesgo de salir derrotados en otra batalla con daños globales, difíciles de remediar. ¿Le parece exagerado?

ydarwich@ual.mx

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