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Belice, la imaginaria frontera olvidada

EL UNIVERSAL

Los 180 kilómetros de longitud que tiene el río Hondo son un sendero donde el tráfico de indocumentados, drogas, armas y mujeres centroamericanas con destino a los prostíbulos, nutren la economía de las 28 comunidades de la región.

Los 180 kilómetros de longitud que tiene el río Hondo, la llamada “frontera líquida” que separa Quintana Roo de Belice, son un sendero donde el tráfico de indocumentados, drogas, armas, mercancías “hechizas” y mujeres centroamericanas con destino a los prostíbulos de la región, nutren la economía de las 28 comunidades dispersas por toda la orilla.

De las cuatro esquinas que hacen frontera en el país —Tijuana y Matamoros con Estados Unidos, Tapachula con Guatemala -y ésta con la antigua Honduras Británica, la línea divisoria internacional es imaginaria: no hay señalamientos ni referentes que indiquen dónde comienza o termina México pues el trazo inicia en altamar, sobre la bahía de Chetumal, para seguir por el cauce natural del río. Atravesarlo de orilla a orilla, en cualquiera de los poblados ribereños, cuesta un dólar beliceño o su equivalente en moneda mexicana, cinco pesos.

La “vereda líquida”, como también se le conoce al río, fluye tierra dentro hacia el sur de Chetumal, se adentra por la espesura de la selva hasta un poblado localizado a 120 kilómetros de la capital del estado llamado La Unión. Ésta es la última de las comunidades a las que se puede llegar por camino asfaltado y que bordean el cauce donde, la mayoría de sus aproximadamente mil habitantes del caserío, se emplea de forma temporal en labores agrícolas en una colonia de Menonitas instalada en territorio de Belice.

La localidad es uno de los centenares de “cruces ciegos”, como se le llama a los pasos fronterizos sin vigilancia donde no se necesita pasaporte ni identificación para ir de un país a otro. Por estos días es visible la presencia aleatoria y móvil de tropas del Ejército pertenecientes al séptimo regimiento de caballería, cuyo cuartel está en las instalaciones de la 34 zona militar en la capital. Hacen rondines, colocan retenes, pero no detienen ni se acercan a las zonas donde se da el tráfico de ilegales y de droga, dice Joaquín Peña, miembro del comisariado ejidal de La Unión.

La carretera que va de Chetumal a La Unión está trazada en paralelo a escasos metros de la orilla del río, atraviesa la zona cañera que comprende un corredor de aproximadamente 80 kilómetros que une los poblados Sacxan y San Francisco Botes. En este tramo hay un entramado de vías locales conocidas como “caminos cañeros”.

Y es por esos accesos de terracería que desembocan en el estado de Campeche donde circulan de noche camionetas con decenas de ilegales que los transportan a la ciudad de Champotón, dentro de la zona del golfo en la entidad vecina, señala un integrante del comisariado ejidal de la comunidad de Calderón quien por seguridad pidió no ser citado con su nombre.

Los indocumentados que viajan de día casi siempre se convierten en cifras, como el pasado miércoles siete de marzo cuando ocho personas provenientes de Nicaragua y Belice fueron detenidos por la Policía Estatal Preventiva mientras descansaban a las afueras de un poblado llamado Ramonal. En esta zona en lo que va del año, según cifras de la Secretaría de Seguridad Pública del estado, han sido detenidos 57 indocumentados, en su mayoría de nacionalidad hondureña, salvadoreña y guatemalteca.

¿QUIÉN CONTROLA LA FRONTERA?

Cuando Ernesto Soler Barrientos fue detenido acusado de tráfico de ilegales parecía que en su papel de jefe de la estación migratoria en el aeropuerto de Chetumal tenía funciones autónomas o al menos por sus declaraciones ante la autoridad ministerial, se mandaba solo.

No sólo porque fue el único agente del Instituto Nacional de Migración (INM) detenido y procesado en diciembre de 2006 por “permitir” el desembarco en la capital de Quintana Roo de un avión proveniente de Islas Caimán con 28 ecuatorianos ilegales a bordo. Sino porque su caso, recogido en la investigación ministerial PGR 290/2006, puso en evidencia una red de tráfico de indocumentados donde las autoridades migratorias eran las principales señaladas.

La prensa local publicó a fines del año pasado que el avión donde venían los sudamericanos tenía por lo menos dos aterrizajes en meses previos en los aeropuertos de Cancún y de Chetumal. También que no era la primera vez que indocumentados llegaban por vía aérea a la capital y que por tierra eran trasladados en vehículos especiales hasta la frontera de Tamaulipas. Había por lo menos dos casos de ilegales detenidos durante 2006 en puestos de revisión militar sobre la carretera y que venían de esta ciudad. Un dato revelado por Soler en su declaración fue que por cada ilegal se cobraba 40 mil pesos. La investigación de la PGR puso bajo la lupa a la delegación de Migración en Chetumal y a sus cerca de 100 agentes sin que hasta la fecha se hayan dado más consignaciones.

Porque hablar de tráfico de ilegales, al menos en medios de comunicación impresos en Quintana Roo, es tener como referencia de complicidad a parte de las autoridades. Pero cuando se trata de narcotráfico es mirar una zona de arena blanca y playa, llamada Mahahual, donde lanchas rápidas provenientes de Colombia han sido avistadas cuando ya han dejado cargamentos de cocaína.

El recale de droga es frecuente en territorio de Belice, dice una autoridad del sector naval quien señala que la vigilancia de las costas del vecino país es mínima. Ya en territorio mexicano durante 2006 se decomisaron alrededor de 200 kilos, una cifra inferior cuando se piensa en los números que se cuantifican en otros puertos mexicanos.

En enero fueron hallados abandonados en Mahahual, la playa fronteriza con Belice, varios kilos de coca los cuales fueron encontrados por elementos de la armada.

Pero si de droga se trata, dice la misma fuente del comisariado del poblado de Calderón, en la ribera del río Hondo está la comunidad de Cocoyal donde es un secreto a voces que quien presuntamente controla el paso de estupefacientes es un vecino de este lugar quien es propietario de varias tierras llamado Vladimir Gómez Zamudio, apodado “El Polluelo”. Este hombre fue identificado por la prensa local el otoño pasado cuando la Policía cateó una casa en la colonia Magisterial de Chetumal y en donde se encontró un arsenal donde lo que más llamó la atención de la Policía no fueron los fusiles AK-47 encontradas sino varias pistolas .9 milímetros con cacha dorada.

INGENIO DE LOS HABITANTES

El ingenio no sólo es una palabra que podría servir para definir la inventiva de los fabricantes instalados en territorio de Belice que comercian en poblados como San Francisco Botes con mercancías “hechizas” como cajetillas de cigarros incompletas, licores de marcas inexistente y sin registro de alguna autoridad sanitaria; también sirve para ubicar geográficamente con ese nombre al poblado de Javier Rojo Gómez donde está instalado el mayor centro de procesamiento de la caña de azúcar de la región sur del estado.

Porque la economía en esta región fronteriza no es de ganadería o agricultura, sino de la cosecha de la caña que es la única fuente formal de empleo nueve meses al año. Y el ingenio es el primer poblado de recale de las mujeres centroamericanas que buscan llegar a la frontera norte, pero que en su travesía son copadas por proxenetas. Algunas cambian de decisión y son obligadas a emplearse en algún prostíbulo para gente de pocos recursos fuera de las zonas del gran turismo en Cancún o Playa del Carmen.

El ingenio se localiza a mitad del camino entre el poblado de La Unión y Chetumal. Es una comunidad con calles a medio pavimentar donde lo que más resalta son los poco más de 50 metros de altura de la chimenea del horno en el complejo industrial donde se procesa la caña. En sus alrededores proliferan las fondas que por la noche se ponen de “ambiente” pues salen a relucir niñas y jóvenes que intentan reunir algún dinero para saldar su cuenta con su “empleador” y buscar seguir su ruta.

Al entrar a una fonda y pedir un lunch para seguir el camino, se puede observar las siluetas opacas que visten minifalda o pantalones entallados donde los muslos bien delineados revelan el trazo femenino caribeño. Se respira un aire de temor cuando se les mira a los ojos; cuando hablan, se escucha en unas un acento hondureño, en otras nicaragüense y por allá quizá salvadoreño. Son parte de la economía de la “frontera líquida”, una línea invisible donde los límites entre lo ilegal y lo inverosímil se diluye.

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