La visita de Benedicto XVI a Brasil retoma las que Juan Pablo II hizo a varios países de América Latina y particularmente a México. La importancia de nuestro Continente para la Iglesia Católica es en verdad singular. Aquí se reúne al mayor número de católicos en el mundo, pese a cierto decremento en los últimos años. Este hecho coincide con un fenómeno persistente en Occidente de un alejamiento del cristianismo practicante, mientras que curiosamente, van en aumento las conversiones a religiones orientales como el Islam y el Budhismo y a nuevas sectas. Para el Vaticano es muy importante conservar la fe en nuestro Continente que la recibió en directa herencia de Europa.
Europa está marcando distancia del ingrediente religioso de su cultura que le llega desde Constantino. Actualmente una de las luchas más intensas que Benedicto XVI tiene que dar es la de rescatar la validez de esas raíces resistiendo los nuevos modelos del laicismo materialista que sustituye valores por metas monetarias y consumistas. Bien distinta es esta lucha que la que libró la Iglesia contra el liberalismo político decimonónico del Siglo XIX y más tarde del socialismo comunista.
La cuestión del acceso de Turquía a la Unión Europea es un ejemplo de cómo la Iglesia debe equilibrar un difícil dilema entre insistir en los valores cristianos que alimentaron la civilización europea y la inevitable globalidad que avanza alentada por intereses geopolíticos y económicos. En este dilema la Iglesia no puede traicionar su vocación de universalidad. La posibilidad, sin embargo de que Turquía, un país islámico que en cualquier momento podría convertirse en una república fundamentalista musulmana, plantea un océano de problemas si se insiste en conservar el tradicional perfil cristiano de Europa.
Las incursiones de otras religiones en América Latina abren un problema análogo al europeo al debilitarse la concepción cultural tradicional que se tiene en nuestro Continente: La de una comunidad hasta ahora indiscutiblemente unida en una fe cristiana, la que siempre ha estado presente en las distintas etapas de nuestra la historia.
El embate de esas nuevas formas de vida aunadas al comercialismo y la entronización del éxito económico como árbitro supremo, en lugar de cifrar la realización individual en valores éticos y sociales, es lo que más preocupa actualmente a las jerarquías de las religiones occidentales. El escenario se vincula directamente con la creciente desigualdad y pobreza. Que son el caldo de cultivo para las violentas reivindicaciones sociales y políticas y también para el crimen organizado. El papel de los líderes religiosos es vital en estos momentos, ya que los estados sólo actúan en un plano conceptual distinto que se basa en la fuerza que les da la Ley y en sus instituciones políticas. La legislación positiva nunca puede dictar conciencias.
La visita de un Papa será siempre oportuna en América Latina. Su presencia es un factor que fortalece el rescate de identidades culturales en momentos donde éstas se diluyen sin más razón que los intereses de las grandes multinacionales.
La Iglesia Católica ha sido siempre baluarte de los derechos más esenciales del hombre. Benedicto XVI es un refinado teólogo, lo cual le servirá para encontrar el equilibrio entre diversas presiones que convergen en estos momentos.
A saber, por una parte, la autoridad que reclama el Estado para legislar y asegurar el buen Gobierno y la que a su vez tiene la Iglesia de normar la conducta del ciudadano frente a la Ley positiva. Por otra parte, la Iglesia no puede renunciar a su defensa de los pobres, lo cual no significa que se pronuncie por la destrucción de los cauces institucionales por los que necesariamente ese rescate tiene que operar.
México D.F., mayo, 2007
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