El presidente Fox politizó desde el comienzo la organización de los festejos del bicentenario de la Independencia cuando el 19 de junio de 2006 encomendó la presidencia del comité respectivo al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Fue una de sus muchas maneras de minar la posibilidad de Andrés Manuel López Obrador de ser presidente de la República. Por eso, una vez que el propósito estaba formalmente conseguido, Cárdenas renunció a esa misión, nunca asumida, el 15 de noviembre.
A partir de entonces la contaminación política ha sido la constante en los aprestos para recordar el comienzo de la lucha por la independencia, algo que comités al margen de las pasiones y la politiquería están haciendo en los países latinoamericanos que festejarán el cumplimiento, dentro de tres años, de dos siglos de la gesta que liberó a esas naciones del dominio español. Cuando asumió la Presidencia, Felipe Calderón dijo que se responsabilizaría directamente del comité a cuya cabeza había estado, sin estar, el antiguo e inveterado candidato presidencial del FDN y el PRD. Pero en una contradicción inmediata confió la tarea a Sergio Vela, que preside el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes al que, en los hechos, ha desplazado al hacer suyo el proyecto de celebraciones, mucho más mediáticas que simbólicas, preparado por Fernando Landeros, creador del Teletón, que actuaría en consonancia con Televisa.
Por su lado, en una decisión justificada históricamente y cargada de intención política contemporánea, el Gobierno de la Ciudad de México subrayará el carácter local de la celebración para anticiparse a la que emprenda el Gobierno Federal. Festejará el año próximo la proclamación de independencia que entre julio y septiembre de 1808 pretendió consumar el Ayuntamiento de la capital virreinal. Francisco Primo de Verdad y Ramos (el licenciado Verdad como se le conoce) razonó en pro de la autonomía de la colonia mexicana, que el pueblo debía asumir la soberanía perdida por la prisión del rey Fernando VII. Ese hecho será el punto de partida para los festejos capitalinos, que organizará un comité encabezado por el politólogo Enrique Márquez. La conversión del fasto nacional a celebrar, en un acontecimiento local se volvió, fuera esa o no la intención, en parte de la tensión, que por momentos llega a contienda, entre Calderón y Marcelo Ebrard, que rehúsa admitir la condición de presidente legal de aquél, aunque haya tenido que aceptarla cuando la ley así lo demanda, como en el nombramiento del secretario de seguridad pública.
En el marco de esa tensión quedó preso el proyecto para construir una torre de setenta niveles en un congestionado rincón de las Lomas de Chapultepec, que ha generado un conflicto poliédrico. Sin parar mientes en que la denominación insertaría su proyecto en un contexto de enfrentamiento político, el Grupo Danhos y sus socios españoles de Pontegadea resolvieron llamar Torre Bicentenario a un edificio que, por tratarse de un negocio privado, nada tiene que ver con la celebración oficial del comienzo de la guerra de Independencia. Algo que ayudaría a los inversionistas que ya han gastado treinta de los 600 millones que importan la obra principal y sus aledaños, y al gobierno de la ciudad que apadrinó el proyecto, sería desbautizarlo y hallarle otro nombre. El colosal Arco de la Defensa, en París, a cuya construcción convocó el Gobierno francés en 1982, fue pensado como parte del proyecto público del Bicentenario de la Revolución Francesa, que culminaría siete años después. No es el caso de la Torre ahora cuestionada en México.
En 2006, Danhos, un importante y activo grupo constructor planteó a la empresa inmobiliaria española Pontegadea (presidida por Amancio Ortega, el sexto hombre más rico del mundo, cuya fortuna viene del mundo de la moda, con la marca Zara entre otras) asociarse para erigir el edificio más grande de Latinoamérica. Animado por la invitación hecha en Madrid por el presidente Calderón a empresarios hispanos para invertir en México, Ortega aceptó la asociación propuesta por los hermanos Daniel (que eso significa Danhos). Representantes de ambas firmas presentaron en junio el proyecto en Los Pinos, a Gerardo Ruiz, coordinador de Gabinetes y proyectos especiales de la Presidencia de la República, quien no opuso reparo alguno.
Pero la jefa delegacional en Miguel Hidalgo, la pugnaz Gabriela Cuevas, descubrió en el proyecto que infortunadamente involucra al Bicentenario una oportunidad para sumarse a la contienda, sorda a ratos, estentórea en otros entre Calderón y Ebrard, y al propósito manifiesto de arrebatar el Distrito Federal al dominio perredista y denunció la obra, no sólo porque infringiría ordenamientos municipales sino porque muestra, a su entender, complicidades entre los empresarios mexicanos y funcionarios del GDF.
Su oposición ha tenido eco, no sólo entre vecinos que se instalaron en la zona generando problemas como los que ahora denuncian, sino entre genuinos defensores del medio ambiente y el patrimonio artístico. El gigantesco inmueble se alzaría en el predio sobre el cual en 1948 construyó el arquitecto Vladimir Kaspé, un edificio apreciado por los conocedores y sobre cuya preservación se ha abierto otro frente que involucra a Bellas artes.
El proyecto implicar ampliar vías que mejorarían el tránsito en un crucero (Reforma y Periférico) especialmente conflictuado, con obras a cargo de los inversionistas. Esa es una razón para apreciarlo positivamente.