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Bunkos, semilleros de nuevos lectores

EL UNIVERSAL

MÉXICO, DF.- Cuando en 1951, en Japón, una mujer llamada Hanako Muraoka abrió las puertas de su departamento para que los niños de su vecindario pudieran leer los libros de su hijo que había muerto, nadie pensó que ese acto fuera el inicio de los bunkos, bibliotecas comunitarias que en 1993 comenzaron a instalarse en México y llegan en la actualidad a 37, ubicadas en zonas de escasos recursos del país.

Sin proponérselo, esa mujer japonesa que se convirtió en una animadora de la lectura para apaciguar el dolor y superar a través de la presencia de otros niños la pérdida de su pequeño hijo, generó un proyecto que sólo requiere la voluntad de los amantes del libro, de niños y jóvenes dispuestos a contagiarse de la lectura y de un acervo de arranque de 300 libros en un espacio que puede rebasar apenas los cuatro metros cuadrados.

Los bunkos -palabra japonesa que significa ?acervo de libros?-, se han diseminado en comunidades indígenas de la sierra tarahumara, entre los huicholes y los coras de Jalisco o entre los niños chiapanecos y oaxaqueños; también en ciudades como Toluca, Tlaxcala, Chetumal, Saltillo y México. Son pequeñas bibliotecas donde los niños van a que les lean y la lectura se vuelve un placer.

Bárbara Newman, coordinadora del Proyecto Bunkos, que es uno de los programas medulares de la Asociación Mexicana para el Fomento del Libro Infantil y Juvenil AC, conocida como IBBY México, asegura que el objetivo de estas bibliotecas no es escolar. ?Queremos que los niños se acerquen a la lectura de forma placentera, que leer sea algo divertido, ameno, de apapacho y cercanía; si logramos este vínculo entre la lectura y el niño, quiere decir que aunque no estén ahí van a necesitar los libros cerca?.

El proyecto existe desde hace 13 años, cuando a iniciativa de Norma Romero Ibarrola (madre de Newman), instalaron cuatro bunkos piloto. Newman asegura que es un proyecto pequeño pero de gran impacto y buenos resultados. Casi todos están en zonas de bajos recursos. Hay algunos que no miden más de cuatro metros cuadrados, instalados en el hogar del animador, como ?El Rincón de Momo?, en Iztapalapa, en la colonia Justo Sierra; también hay otros en lotes desocupados, como el de Cuauhtitlán, que ya cuenta con una biblioteca.

Cada biblioteca tiene vida propia, depende de cómo la acoge y mantiene la comunidad, porque aunque IBBY asesora la instalación, asigna el primer acervo y capacita a los animadores, es la comunidad la que debe hacer la solicitud del bunko y seleccionar a los animadores de la lectura entre sus propios habitantes. Es la comunidad la que cede el lugar donde se instalará y además se debe hacer responsable de su biblioteca.

Bárbara Newman señala: ?Nosotros nos mantenemos cerca los primeros dos años y luego los vamos soltando, el chiste es que se vuelvan independientes?.

IBBY define el acervo de cada espacio a partir del tipo de población que atenderán, no es lo mismo instalar un bunko en una región indígena o en una ciudad, que en un centro para menores infractores, como lo harán en los próximos días en la delegación Tlalpan. De ahí que sea importante que los animadores salgan de entre los mismos vecinos.

Instalar un bunko tiene un costo de alrededor de 200 mil pesos, implica capacitación, traslados y hospedaje de los animadores, acervo y sueldos, pero los beneficios son muchos, un promedio de 150 niños se atienden a la semana en cada biblioteca. Algunos se han convertido en círculos de lectura, porque los niños, como lectores individuales, buscan compartir sus lecturas y llegan a una madurez lectora.

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