La semana pasada escribimos en este espacio que los partidos políticos mantenían secuestrado a México a raíz de que la figura presidencial perdió poder y presencia.
Nos quedamos cortos, unos días después vemos con preocupación que algunos partidos no sólo quieren impedir el avance de nuestro querido país, sino que además desean volver al pasado cuando hacían y deshacían a su libre antojo.
Esta es la primera conclusión a la que llegamos al conocer las advertencias del PRI en el sentido de que no apoyará la reforma fiscal ni ninguna otra si el PAN –léase el partido oficial—no secunda la propuesta de reforma electoral que contempla la destitución de los actuales consejeros del Instituto Federal Electoral (IFE)
De algunos meses para acá, algunos dirigentes de la oposición han realizado una amplia campaña para desprestigiar al IFE y en especial a su presidente Luis Carlos Ugalde, quien dicho sea de paso no fue el mejor jinete en la peligrosa autopista electoral de 2006, pero tampoco permitió que las elecciones presidenciales se salieran de control.
En el fondo los partidos mexicanos, especialmente el PRI y el PRD, desean a todo trance retomar el control o parte del control de la organización electoral con miras obviamente a manejar las elecciones de 2009 y luego las presidenciales de 2012.
Los priistas añoran aquellos tiempos cuando los órganos electorales eran apéndice del Gobierno Federal y los partidos lograban negociaciones fabulosas como aquéllas de designar a gobernadores y alcaldes sustitutos amén de entregar diputaciones y senadurías a los partidos y personajes que más convenían a los intereses del sistema.
Si la Administración electoral queda en manos de los partidos se consolidará una “partidocracia” en México que quién sabe a dónde nos llevaría.
Seguramente nos acercaría a un sistema de tipo autoritario y oligárquico en vez de uno democrático y participativo. Ya hemos visto como los partidos, cuando se apoderan de alguna institución, como el caso de las cámaras legislativas, se dedican a defender sus intereses y sólo sus intereses.
Y desgraciadamente en este enjuague nadie se salva, el PAN como partido en el poder seguramente no está de acuerdo en las condiciones del PRI y PRD para la reforma electoral, pero tendrá que ceder en algunos puntos si quiere llegar a concretar la reforma fiscal que tanto ha presumido el Gobierno Federal.
Este proceso aquí y en China se llama negociación política, pero desgraciadamente no resulta deseable para el país cuando se sacrifican principios básicos de la convivencia social.
Ahora bien si el IFE logra ser tronado, los partidos seguirán adelante en busca de nuevas presas como podría ser el Banco de México, la Procuraduría General de la República y la Comisión Nacional de Derechos Humanos, entre muchas otras.
Ya llegaron al extremo en meses pasados de cuestionar a la Suprema Corte de Justicia y proponer una reforma estructural para acotar su poder. Hágame usted el favor, años atrás rezongábamos por que la Corte era sumisa al presidente de la República, pero hoy que ha logrado independencia y transparencia los partidos se proponen someterla y degollarla.
El cáncer que invade a la política mexicana se llama, pues, partidocracia. Son los partidos políticos mexicanos y sólo ellos quienes mantienen ahora el poder y la facultad para someter al Poder Ejecutivo y al Judicial cuantas veces se les antoje.
Por ello no podemos permitir que los consejeros del IFE sean destituidos porque significará entregar la organización electoral al sistema de partidos como ocurrió en el pasado.
El presidente Felipe Calderón y los panistas no lo pueden permitir al menos –claro— que ya estén metidos en este juego de toma y daca que ha llevado al país a una parálisis funcional, social y política.
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